martes, 9 de diciembre de 2014

Pájaro Rojo (relato)

“¡Tu sarcófago acabará por servir de abrevadero a las vacas!”.


"Verdaderamente, no podemos servir a Dios y a Mammon al mismo tiempo; no podemos estar con un pie en el Cielo y otro en la• Tierra".Giovanni de 'Mussi Crónica de Piacenza, h. 1350.




Bajo los hilos de la lluvia, los vericuetos del mercado aparecían surcados por las huellas que en el barro dejaban las carretas. Las telas de los abrigos comenzaban a empaparse y a deshilacharse en hebras de agua; destilaban, destilaban y olían a establo. El humo de lo sahumado dentro de las casas se filtraba por las rendijas de las ventanas y llegaba hasta mí como asordinado murmullo; y ante el inesperado suceso, no sólo fueron las calles anegadas o el cieno en mazo, salpicado sobre portones, ventanas y muros por el andar de carruajes y animales lo que perturbó el paso de mi cadáver desenterrado. Mi desasosiego se produjo al verme retornar del sepulcro a bordo de una balsa propicia para las charcas. Sobre sus hombros, en ataúd, cuatro soldados me llevaban. Sus cuatro cascos, ataviados con plumas, flotaban presuntuosamente por entre el pregón de los verduleros ambulantes, y aquellos que, al igual que los soldados, transportaban cadáveres, pero de pollos y cerdos.

Los cielos de agua habían pintado el camino de regreso al palacio, y entre los difuminos de acuarelas muy limpias se desdibujaba el contorno de iglesias y castillos. La humedad desfiguraba en tonos de plata las escalinatas y el empedrado de algunas calles; y desde el embaldosado de las plazas, los reflejos del moho en la sombra saltaban ante la vista como brumosas manchas de animales marítimos.

“Chas-chas”, hacía el calzado. –“¡Abran paso!, ¡abran paso!”, vociferaban los soldados. Y yo, entre murmullos, hollejo en la caja, acusaba recibo de las transacciones que, en monedas de oro, enmarcaban los comentarios.

–“¡Este muerto debe ser personaje importante -tomándome en cuenta, murmuraba el común-, cristiano y además mártir, porque lo regresan del cementerio!”. –“Pero no es acción digna de creyentes, aunque guerreros”. Y, a pesar de que ningún problema moral solía distraer el vocingleo en los ventorrillos, los susurros apurados por el asombro dejaban entrever que, aun en contra del criterio vulgarmente aceptado, los muertos pueden ser peligrosos.

La brisa se iba y retornaba, y con cada vuelta se renovaba de nuevos matices: de los olores vegetales de las verduras en los tinglados; de los perejiles, de las coles y los cebollines; de los ajos, que daban a las salsas de las fritangas el mérito de sabores poco sagrados; aromas que se confundían con el canto de los gallos, que, espueludos y afeitados, desde los redondeles de lidia, acrecentaban con su alboroto el clamor del mercado.

Despertaba a la misma escena durante siglos repetida. Los mismos signos de miseria. Roma golpeando sus formas; azotes para dejarse desangrar. Crucificándose en augurios, en desechos. Con su topografía concluida en estricto orden imperial. Fluyendo ambiciosa desde las cejas divinas de Marte, Júpiter o el mismísimo Dios. Se explicaban entonces ciertos calificativos, como aquel de ¡hijos de malamadre!, que arrostraban a los soldados los que aherrojados en picota aguardaban, en plena plaza pública, al verdugo. Efebos de casas clandestinas que, por su amor contranatura con magistrados absueltos, se verían expuestos, esta vez, a un falo de hierro, el que se ensañaría sobre sus piernas, brazos y espaldas, para conjurar, ¡quién sabe!, un cargo de conciencia. Más allá, andamios repletos de cestas a medio tejer; allí también, hacinados, elíxires, yerbas y toda clase de menjunjes utilizados para devolver la pasión a los ancianos. Mi funeral procesión, como puede observarse, regresaba de la tumba sin responso, ofrendas ni réquiem, sólo entre las voces que, desde las casas y los tenduchos, con sorpresa, anunciaban su mercancía.

Y tras la agudeza dialéctica y el chismorreo común de los pregoneros, las mujeres procaces endilgaban una mirada lasciva al redundante chasquido de las sandalias imperiales. Calzados aquellos conscientes de la mezcla primaveral en los tenderetes y del olor adolescente de las vírgenes que, en los cubículos trashumantes, se convertían en mujeres mercenarias. Porque ellos eran soldados, soldados de la Iglesia. Hombres fuertes, duros para el sufrimiento, y aunque disciplinados, hombres, dije. Así también capaces de abdicar a sus obligaciones cuando, por tentaciones mundanas, aquellas se hacen una carga difícil de llevar.

La ciudad pontificia, con mi muerte, había quedado acéfala. Un vasto testimonio de regocijo, demostrado con el júbilo de una salva de carcajadas, había llenado el rostro de Máximo Condotti, exteriorizado, además, con palabras que, por mi condición eclesial, no me permito repetir. Y fue por ello que, en una exaltación mental bastante parecida a la embriaguez, después de varios intentos fallidos, realizados con el ánimo de encubrir, primero en vida, mi leyenda, con actos de marcada blasfemia, utilizando el magnetismo que irradiaba su presencia, el cardenal Máximo Condotti había ideado un último plan, el más codicioso, quizás; el que le permitiría, a través de la imitación ridícula de un proceso legal post-mortem, colocarse sobre las sienes la tiara pontifical. Y es verdad, coraje no le faltó. Desde el momento de planearlo, se lo estuvo relamiendo de gusto. –“¡Ay, Máximo, cómo no ibas a ser tu!”.

Cuando su madre decidió concebirlo, los burdeles perdieron la entusiasta alegría de otros tiempos, el esplendor venéreo, ya que no obstante lo firme de las creencias de Abidonia, -¡tu madre!-, su ancho y bajo trasero había servido para mantener limpios los pisos de la mancebía. Su padre, gladiador retirado, columbró por ciertos auspicios que en esta confluencia sería engendrado el Salvador de Roma, aquél que habría de invocar la grandeza y la integridad del imperio. ¡Mal augurio! Por poco lo acaba. Es por ello que no podía ser otro el que ahora pretendía juzgar lo que en aquella tumba encontraron de mis restos.

Tenía que ser él, precisamente él. El mismo que se ufanaba de poseer ¡tanta fe cristiana! (la misma fe cristiana de tu madre), que luego la olvidaba en los vestidores de las termas, y quien, además, debía sus pronunciados labios leporinos a las tetas hechiceras que lo amamantaron.

Y fue así, con una sonrisa vulgar modelada para siempre en su rostro, como se perfiló en la penumbra de la historia con epítetos tan feroces que ni siquiera los siglos han logrado borrar. En su opinión, solía expresar con sarcasmo, era imposible, por definición práctica o teórica, diferenciar la Iglesia del Papa: ambos eran la misma cosa. Y por eso, desde el día de mi muerte, acezando, había avanzado, sin detenerse, alumbrado por una lámpara mortecina, a demostrar a sus enemigos, vivos o muertos, la fuerza sobrenatural de sus acciones. Ahora ascendía, acudido por alegatos de sangre y bandadas de frailes juramentados en aquelarres de ermita, por rígido escalafón de injurias y homicidios, hacia el trono pontificio. Pero le había surgido un obstáculo, la facción del Papa que lo había precedido, es decir, la mía, y tenía que degradarla, desprenderla de poder.

Los cuatro soldados ocuparon la mesa más escondida de la taberna. Sobre una cercana colocaron el sarcófago con mis restos indignados. El lugar era de un hereje, promiscuo navegante, quien sobrevivió al naufragio de sus principios, y que al ver el ataúd sobre el mueble de madera, insistió en que debía permanecer fuera.

–“¡Así sean las cenizas de un Papa!”, dijo.

Los cuatro soldados asintieron, y yo, desde mi remoto recinto, sólo alcance a susurrar un ora pronobis.

Enseguida fui desalojado del expendio de vinos y viandas por los mismos que, en sus manos, llevaban las jarras y los platones con la sangre y el cuerpo de Cristo.

Los cuatro soldados comieron pulpo pasado en vinagre y jarrones de vino piche; dudaron de su fe y de sus votos de obediencia, hablaron incoherencias por las emanaciones del licor y sufrieron de la represalia divina con un hipo fastidioso y la pedorrera insinuante de un eunuco sodomita, quien al ver un uniforme atiplaba la voz con invitaciones que no siempre eran tomadas con indiferencia. Una vez que terminaron por ceder ante la excitación del vino, y espoleados por el júbilo tabernario, se abandonaron a perseguir con la mirada, primero, a las jóvenes que con movimientos ondulantes se deslizaban entre las mesas. Momentos después, los cuatro soldados, a las puertas de la taberna, tomaron el féretro y, colocándolo sobre sus ebrias espaldas, atravesaron el patio y allí, entre el heno del establo, me dejaron, mientras ellos, ahora que podían, introducían sus escudos, cascos, lanzas, petos, rodillas, cabezas, codos y señales de la cruz en los agujeros que les habían ofrecido el eunuco y un trío de pendangas.

El juicio no constituyó un simple trámite, como bien pudiera creerse. Las bisagras del palacio de Letrán chirriaron atraídas por las sombras a la llegada de los cuatro soldados embriagados, pero satisfechos. Sus largos corredores, entibiados por el calor proveniente de las vasijas donde ardía incienso, resonaron como martillazos en la costra dura de las bóvedas. “¡Crucifixión!", pensé. –“Ecce agnus Dei, ecce qui tollit peccata mundi”, murmuraron desde sus nidos todos los cardenales. –“Domine non sum dignus ut intres sub tectum meum”, completaron en un gran cántico que terminó por perderse tras el chas-chas salmodiado y repetido de los soldados. –“Requiescat in pace, misereatur tui omnipotens Deus, et dimissis peccatis tuis, perducat te ad vitam aeternam”. Y un cardenal ebrio, en lo que fue casi un lamento, bostezó un amén sin destino, abandonando su eco al sarcasmo de los otros cardenales.

Las velas y las lámparas iban estirando los reflejos. Las nociones de mi viaje se fueron perdiendo en aquellas penumbras especiales, en aquellas formas hechas con mármoles y destellos divinos. Sobre las cornisas de arquitecturas imprecisas, los ángeles habían propuesto altares con los desechos del último sínodo. Las cúpulas conducían las voces como altavoces, por lo que el menor ruido o murmullo redundaba en aquel ámbito. Estábamos, ya, en la Madre; subiendo escaleras, bajando escaleras, recorriendo galerías, corredores y pasillos, siendo observados por el ojo ciego de la fe, en una tentativa de institucionalizar los juicios a los papas, cuyas almas ya poseían su propia mortaja.

El juicio no constituyó un simple trámite, eso dije. Me extrajeron de la urna, me vistieron de nuevo con unas raídas y sucias ropas sacerdotales y una vez en la cámara del concilio, me colocaron en el trono que había ocupado en vida. De este modo lo hicieron, al abrigo de la inquietud de conciencia religiosa que ocasionaban los ingresos suntuosos. Irresistible atracción para cualquier pandilla de salteadores. Tan frágil era el himen que separaba al espíritu del dominio temporal, que a la menor tentación se desgraciaba la virtud. Y allí mismo, en el palacio de Letrán, se cubrió con mugrientos harapos lo que había acontecido el día de mi Sacra Possessio. El tañer de badajos en las campanas marcó el recuerdo.

Todas las casas de la ruta fueron adornadas con ramos y coronas de arrayán y laurel; colgaduras y gallardetes de terciopelo y oro. Sobre el pavimento se había extendido una capa tan gruesa de boje y mirto, que la inacabable procesión pasó en un curioso silencio, levantando una nube de perfume. Lanceros a caballo encabezaban la columna. Les seguían las familias de los cardenales. Detrás, las banderas de Roma, luego los pendones de la Santa Sede. Una recua de mulas blancas de los establos papales era conducida por jóvenes caballerizos de la corte, vestidos con túnicas de sedas rojas bordadas de armiño. Después, el tránsito seglar y el militar dieron paso, entre vítores admirativos de la voceadora multitud, al clero, el que llegó como un río sagrado de aguas negras, violetas y escarlata. Pisándoles los talones venían los escribientes y abogados, entre los que se hallaba ése, quien ahora justificaba la hipócrita equidad del Sacro Colegio. Las sotanas arrugadas, al contacto de unas y otras, sonaban como un viento suave y delicado, en un esplendor de palios dorados, que uniformaban en una sola corriente, ya lo dije, la justificación de la Iglesia. Después los cardenales, cabalgaban sobre aquella tarde desgranando las cuentas del rosario. Algún día un desfile superior sería por ellos, pensaban todos. Y por último yo, montado en un semental árabe; una gigantesca criatura blanca adornada con bozales persas y arropada con un ancho manto de tisú. Con riendas de topacio y estribos de oro y plata... y a mi paso los súbditos del imperio caían de rodillas en adoración desenfrenada, para besar, golosamente, los pliegues de mi vestido talar. Ahora enjuiciaban a quien en otro tiempo adularon y aclamaron.

Máximo Condotti, sin dejarse conmover por la sustancia melancólica de mis taladrados ojos, presidía con su calvicie aquel insensato tribunal. Los demás cardenales, en silencio, prestaron atención a Máximo, quien acrecido en figura por la adusta tensión de ánimos, justificó, con prodigalidad de gestos, la razón de mi presencia, su odio por mí. Generosidad aquella muy estudiada para resaltar sus arremetidas que habrían de desconcertar a mi propio cadáver.

–“¡Defiéndete!”, me dijo; y al no encontrar respuesta, alzando su brazo como una espada, y sin vanas invocaciones, comenzó su ataque.

-“¡Tu sarcófago acabará por servir de abrevadero a las vacas!”. Esto fue lo último que dijo, luego de una sarta de insultos y amenazas.

Y nadie hubiese esperado que yo respondiera, era un hecho aceptado mi condición de muerto. Las plomadas de los latigazos descendieron sobre mi cuerpo, ahora desnudo, después de que el concilio decidió condenarlo, obedientemente. Mis nalgas y espalda comenzaron a sangrar por entre los flecos de la piel. La fragancia de la muerte con su bruma de frío piadoso, se hizo presente de nuevo. De mi mano derecha, los tres dedos usados para dar la bendición me fueron arrancados. El último secreto del féretro voló sobre mis vértebras. Mis brazos atados, juntos, al nivel de las muñecas, mantuvieron mi cuerpo en actitud de súplica. Fue, en ese instante, cuando mi rostro comenzó a jadear (hecho que pasó, por cierto, totalmente inadvertido). Las curtidas ligaduras continuaron atravesando mi espalda; el temple de las correas impulsaba mi humanidad.

De súbito, el aleteo de las togas cardenalicias estremeció al centenar de curiosos y familiares llorosos que había en la sala. Soeces comentarios rodaron por el piso. Los rostros, al sentirse salpicados por el rocío de sangre, como si expiasen muchas culpas, recurrieron a la inquisitiva necesidad de santiguarse repetidas veces. A mi abogado, el que, hasta ese momento, se había mantenido en conveniente silencio, haciendo mutis, al ver el desencadenado sobresalto que provocó en los parroquianos mi reacción, le oí pronunciar algunas obscenidades.

¡Es que Máximo quiso llegar demasiado lejos! Por considerar una afrenta que mi cuerpo se desangrara, y además salpicara sus vestidos, ordenó a sus verdugos, sólo como anticipo, que, allí mismo, bajo la bóveda del pórtico, colgado por los pies, fuese torturado con el cauterio de un tizón. Ahí sí que ya no aguanté más. Y detrás del grito enloquecido de mi voz, para detener este último atropello, se oyeron también las exclamaciones aterradas de la muchedumbre, e, incluso, las del mismo Máximo Condotti quien, asustado, comenzó a abjurar de sus creencias.

-“¡Máximo Condotti, maldito Máximo Condotti!, ¡mal rayo te parta, y que... Dios me perdone!”, le grité, melodramático y zurrado.

-“No contento con haber manchado mi memoria y mis acciones; no contento con vejar mi cuerpo, ya muerto, hasta el límite de la tortura, ahora quieres también deslustrar mi dignidad episcopal y el respeto que por esas partes tuve en vida, y las que estoy dispuesto a defender aun después de muerto. ¡Y aquí no seré yo quien ponga la otra mejilla! Este que veis aquí no permitirá tal cosa. Porque entre signos de la cruz y putrefactas aguas benditas, mis nalgas no saldrán chamuscadas”.

A estas palabras tan elocuentes, como enardecidas, siguieron empellones, gritos y ayes atosigados; sillas, mesas y todo aquello que había en la sala, objetos y hombres, chocaban entre sí. Formaban distintas figuras por aquel espacio. El vino desparramado (in vino veritas), menos denso que la sangre, acentuaba las manchas rojas, haciéndolas aparecer en los pisos y las paredes, como signos del final de los tiempos. Algunos aprovecharon el tumulto para adueñarse de todo lo precioso que había; vírgenes inconscientes aguardaban la posibilidad de un ultraje milagroso. Otros, como en pena, entre llantos, terminaron aferrándose a las columnas con los ojos cerrados a la espera del castigo divino: -“¡Summun jus, summa injuria!". "¡Pax vobis!, ¡pax vobis!".

Con la estrepitosa desbandada quedó el escenario lleno de cadáveres y mal heridos. Todos los cardenales volaron, algunos desplumados, a juzgar por las togas regadas en el piso. Yo enjugaba, para entonces, mis primeras lágrimas. El cielo, mientras tanto, se fue despejando en brevedades grises, y del horizonte, como erizadas torres, brotaban, al borde de la niebla, montañas puntiagudas cual catedrales enterradas.

Sentí al instante que mi cuerpo empezaba a dormírseme, para siempre. Volvía a refugiarme en las grietas de las colinas romanas, a seguir gimiendo mi llanto, pero esta vez un llanto heroico, sin embargo; un llanto producto de la doble muerte. Volvía a deambular con los perfiles espectrales, a buscar entre las cenizas que el viento de la noche le arranca a la vida, a aullar en acecho de los despojos del mundo. ¡Volvía otra vez!, ¡sí, volvía!, pero no sin antes recordarle la madre a Máximo Condotti, a ese hijo de puta, quien huyó como un cobarde, dejando sobre el piso, entre cagarrutas menores, el hedor vejatorio de las heces gigantes de un gran Pájaro Rojo.


Fuente: Todo el Tiempo en La memoria. Rafael Simón Hurtado. 1996. Premio Municipal de Literatura “Ciudad de Valencia”, Venezuela.

Crucifixión (relato)

"Noli me tangere" ("No me toques"). Tiziano,1512.


“El único de los discípulos que no huyó después del prendimiento de Jesús fue María Magdalena, la mujer que ahora llora y besa sus pies recostada al madero de la Cruz”.
Miguel Otero Silva


Culminado el aniquilamiento, abandonado, solo; lacerado y repudiado, volvió la cara para encontrarse con el sueño. Por la señal de la Santa Cruz, y el cabello y las barbas caen sobre el rostro y el pecho. El hombre se tumba de bruces. Los guardias se acercan, atándole las manos a la espalda, y alrededor de los tobillos, una soga desatada. En la cabeza, una corona le hiere las sienes. La túnica, púrpura y ornada con encajes, desciende en orlas hasta sus pies. Los soldados halan hacia sí, retirándole ampliamente las piernas... Los cuerpos, enemigos, habitados por el espíritu, iluminados, ¡Dios nuestro!, revelados, sorprendidos. ¡Líbranos Señor! El verdugo coloca el poste, afilado, en la entrepierna. Las miradas se exaltan por el entusiasmo, las mejillas se encienden por el amor, las pupilas se dilatan por la beatitud. El verdugo se arrodilla junto al hombre, y en nombre de Dios, hace un tasajo por donde atravesará el poste al cuerpo. La mujer toma su rostro fulminado por el asombro hecho goce y traspasado por el goce hecho asombro, transfigurados los dos por la admiración y rejuvenecidos por el placer, entreabiertos los labios por el éxtasis. El verdugo martilla. A cada golpe el hombre se estremece, irguiéndose a medias, para volver a caer. La mujer le besa el pecho y lo ve tendido con los ojos cerrados. El cuerpo se convulsiona, instintivamente. El verdugo, a cada dos mazazos, examina el poste, y al hombre. Ningún órgano vital debe ser tocado. Después le besa en la boca y siente un inevitable aroma de suavidad que exhala a través de aquellos labios. Al cabo de un tiempo, la piel de la espalda se levanta, levemente. Una incisión, en forma de cruz, le es hecha en ese lugar. La sangre empieza a fluir. El madero alcanza la altura de la oreja derecha. El rostro se hincha, los ojos se asombran, los párpados se aquietan, la boca se contrae, los dientes... Imposible controlar aquella máscara. Sin embargo, el corazón late. La mujer se lleva la mano derecha, los dedos índice y pulgar en cruz, hasta la frente. Lo observa, envuelto en sábanas y luego posa su mejilla contra la mejilla de Él y acerca su mano y lo aprieta contra ella. Cristo reconoce la caricia con una sonrisa, y despierta.

Fuente: Todo el Tiempo en la Memoria.. Rafael Simón Hurtado. 1996.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Alexander Tsiaras: El arte de la proyección de imagen (reportaje)

Figura aborigen, pintada en la piedra, como si fuese una radiografía. 6000 a. de C. Parque Nacional de Kakadu, Australia.ca.


El interior del cuerpo humano es intrincado y complejo. Las leyes naturales que rigen las diversas funciones del cuerpo, en muchos casos, son un enigma, aún para la tecnología y la medicina más avanzada. ¿Qué sucede debajo de la piel de un ser humano?, es un secreto fascinante.

En el pasado distante la estructura interna del cuerpo era cuestión de especulaciones y fantasías, pero sobre todo, de muy escasa investigación. Había solamente insuficientes tentativas de representarlo en bocetos y dibujos. El desarrollo de la investigación anatómica, junto con la invención de la tecnología de la impresión en el siglo XV, ayudó a dar un mayor impulso a la inspiración de artistas en su percepción del cuerpo. La anatomía imaginaria progresó, llenándose de detalles, a veces extraños y surrealistas, que expusieron al mundo exterior las entrañas de un universo aún desconocido.

Al principio de la era moderna, entre los 1450 y 1750, la frontera entre el arte y la ciencia no estaban muy bien definidas todavía. Los artistas, y aun los expertos en anatomía, utilizaban formas familiares, cercanas a la naturaleza, a la religión y al arte, para hacer sus descripciones y representaciones.

Jacques Fabien Gautier D’Agoty (1717-1785). Lo grotesco de sus temas, lo rigidez de sus figuras y la excentricidad de la disposición de las partes del cuerpo, conforman algunas de las características con las que este artista se anticipó al modernismo del siglo XX.

Fue entre los años 1680 y 1800 cuando los especialistas en el cuerpo comenzaron a eliminar de sus dibujos científicos, los componentes imaginarios. La confiabilidad de la anatomía demandaba que toda recreación estuviese desprovista de metáforas visuales y paisajes imaginarios. Cada elaboración exigía la reproducción con técnicas de impresión que reflejaran autenticidad, talento artístico, pero sofisticación del conocimiento actualizado en los estudios de la anatomía humana.

De alguna forma, las representaciones del cuerpo hechas en cada época, reflejaban las creencias y convicciones de cada sociedad. Por ejemplo, en la Edad Media los astros influían sobre el cuerpo; en la medicina china la acupuntura puede regular la energía a través de unos puntos que recorren unos canales corporales; las teorías de Vitrubio ayudaron a explicar cómo las proporciones del cuerpo humano sirvieron para construir el ideal de la belleza; las lecciones de anatomía de Vesalio cambiaron la forma de ver el cuerpo humano en el siglo XVI dentro de la medicina científica; y a principios del siglo XX, Fritz Kahn produjo una sucesión de libros en los que reproducía el funcionamiento interno del cuerpo humano, mediante el dibujo de las metáforas visuales propias de la nueva sociedad industrial -plantas de fabricación, motores de combustión interna, refinerías, dinamos, teléfonos, etc.

La visualización de Fritz Kahn (1888-1968) del cuerpo como planta química fue concebida en un período en que la industria química alemana era el mundo más avanzado. 1926.

En la actualidad los científicos y los nuevos artistas ofrecen unos panoramas ignorados de nuestro cuerpo interior. Valiéndose de simuladores avanzados, ecografías de alta tecnología y reconstrucciones computarizadas, han permitido el seguimiento de un ser humano a través de la pantalla del computador, por lo que ahora podemos recibir una imagen más auténtica, acabada y hermosa de nuestra estructura interna.


Alexander Tsiaras: Corponauta


Es el caso del artista, científico, y periodista norteamericano, de origen griego, Alexander Tsiaras, quien crea, con los exploradores del cuerpo y los hologramas del láser, las imágenes del cuerpo humano que combinan la descripción científica exacta, con el tacto de la reproducción artística. Las imágenes virtuales no son fotografías, sino visualizaciones obtenidas con cámaras diseñadas por el Tsiaras, que permiten aislar e iluminar diferentes partes del cuerpo, desde órganos hasta células.
Tsiaras es el actual presidente de la Sociedad Anatomical Travelogue, en los Estados Unidos. Trabaja desde hace veinte años en los ámbitos de la medicina, la investigación y el arte, en los que ha adquirido una reputación mundial como periodista, fotógrafo, artista y escritor.


Las imágenes virtuales no son fotografías, según lo expresado por el propio Tsiaras, sino visualizaciones obtenidas con cámaras diseñadas por él, que posibilitan el aislamiento e iluminación de diferentes partes del cuerpo, mostrando con gran nitidez por las altas resoluciones de los equipos, desde el más complejo órgano hasta la célula más diminuta, como las publicadas en su libro La arquitectura y diseño del hombre y la mujer: la maravilla del cuerpo humano revelado.


Junto a un equipo de especialistas formados en el área -50 programadores, biólogos, investigadores y expertos en visualización médica-, Tsiaras ha desarrollado técnicas para crear visualizaciones informáticas del cuerpo humano. Usando tecnología sofisticada e innovadora de proyección de imagen, la complejidad de los datos del cuerpo, se transforma en información accesible y bella, con la cual se alcanza la transmisión de un conocimiento a través de una sofisticada narrativa visual.

El proceso de la proyección de la imagen comienza con exploraciones humanas reales de MRIs, de CTs y de ultrasonidos. Son fotos planas, de dos dimensiones, que luego se convierten a digital y se vuelven a montar para producir imágenes tridimensionales. En una combinación de arte y ciencia, las exploraciones, los microscopios de gran alcance, las herramientas que modelan moléculas, una cámara fotográfica especial y el volumen que se obtiene a través del software, se pueden “pintar” las imágenes que ofrecen a los espectadores una mirada al interior del cuerpo humano.

Más de 99 por ciento de los vasos sanguíneos en el cuerpo son tubos capilares, no obstante transportan menos del cinco por ciento de la sangre.

El viaje es inigualable. “La muestra de imágenes, dice Tsiaras, puede narrar la historia sobre el corazón, la salud cardiovascular y las estrategias para alcanzar una vida sana. Acompañar al cuerpo humano, en un viaje que va desde la concepción hasta el nacimiento y la edad adulta, sirve para aprender cómo factores genéticos, de comportamiento y ambientales, afectan el sistema cardiovascular durante el curso de la vida”, dice.

Sus trabajos han sido objeto de numerosos programas de televisión, y han recibido cobertura periodística en revistas como Life, Nueva York Times Revista, Smithsonian, Discover, Geo, y el London Times Revista. Asimismo, importantes instituciones científicas de los Estados Unidos, como el Instituto Nacional para la Salud, el Museo Nacional de la Salud y la Medicina, el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas y la Escuela Superior de Medicina de Nueva York, han dado el respaldo para la realización de su trabajo. Tsiaras, además, dicta regularmente conferencias en convenios médicos en todo el mundo.

La imagen del hombre

De procedencia griega, Alexander Tsiaras fue educado en la fe ortodoxa de su país natal, y seguramente estas condiciones hayan influido en el producto de su labor. En cuanto a su origen, es indudable que el privilegio de la imagen de la cultura griega ha dejado una impronta difícil de evadir.

No hay que olvidar que el humanismo griego ha exaltado al hombre como “medida de todas las cosas”. El hombre griego se concebía como la máxima de las creaciones y su capacidad para razonar como la mejor de sus cualidades. El filósofo Anaxágoras pensaba que el universo era regido por una mente suprema que impuso el orden al caos de la naturaleza, y que el hombre, a través del pensamiento, de manera semejante, podría imponer el orden en los asuntos humanos. “El mundo está lleno de maravillas -cantaba Sófocles-, pero nada es tan maravilloso como el propio hombre”. Así, los griegos construían monumentos para honrar a sus dioses, para conmemorar victorias, para registrar ritos religiosos, pero lo que siempre representaban era al hombre.

Tsiaras considera sus trabajos verdaderas pinturas de la anatomía humana generadas mediante imágenes en 3 dimensiones.

La segunda condición para Tsiaras, está referida a su formación religiosa. En ella, la iconografía se convierte en un instrumento fundamental en la argumentación de la existencia, pieza clave para entender el desarrollo del proceso del morir entre los griegos, de un modo en ocasiones libre de las barreras mentales que erige el lenguaje escrito. La inmediatez de la comprensión del lenguaje pictórico es, por tanto, una de las cartas que llevan a que podamos entender el privilegio de la documentación, los análisis y las argumentaciones que Tsiaras desarrolla en su trabajo.

sábado, 8 de noviembre de 2014

La imagen nómada de las dunas. Muestra fotográfica de José Antonio Rosales (reseña)

Cuando un fotógrafo de arte hace un clic con la cámara toda su sensibilidad se hace visible: pesa, toca, acaricia, sosteniendo el mundo con los ojos. Su material expresivo es la imagen cargada de significado y corporeidad.

El fotógrafo, en un alarde de técnica y sentimiento, da nueva consistencia a las cosas del mundo real. En el gozo de capturarlas pone en medio, entre la realidad y la percepción, la metáfora, ese camaleón de la imagen que se mimetiza en un arco iris semántico.

Las metáforas viajan al núcleo del ojo, dan lustre a las formas desgastadas por el uso, arrojan sus redes de asociaciones y unen lo semejante y lo diverso. En el fotógrafo se produce un relámpago de intuiciones que es la llave que abrirá nuestro espíritu a la contemplación de la verdad y belleza que habitan en cada uno de los rincones de lo aparente y lo oculto.

Cuando la imagen da en el blanco, los objetos más comunes, las situaciones más triviales se muestran en toda su complejidad: por el ojo de la aguja del artefacto cotidiano pasan, no sólo el dromedario bíblico, sino árboles erguidos, casas como catedrales y expediciones al mundo invisible.



Esto es lo que se observa en las fotografías de José Antonio Rosales, quien vio en la urbe histórica de Coro, en el estado Falcón, la mirada que no olvida la esbeltez de los campanarios blancos, las paredes azules y rosadas de los conventos y la suavidad de las arenas desplazadas por los vientos.

La mirada de José Antonio Rosales retrató las iglesias, la vegetación en las cúpulas, y las fachadas petrificadas de jardines. Las iglesias le brindaron sus secretos, aunque sin los ritos y misterios de la religión. A la visión de su cámara se le ofreció la comunión de una particular soledad. “Era como estar a la entrada de un túnel con el que se perfora el tiempo”, dice.



En arawaco -lengua indígena- Coro significa “viento”. El mismo viento ancestral que a cualquier hora estalla en los muros rojos, respirando un sol de piedra. Santa Ana de Coro, que es su nombre oficial, fue declarada Monumento Nacional y Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO en 1993, por la belleza de su arquitectura colonial que, impecable y escultórica- rezuma las virtudes del pasado.

Coro, o Santa Ana de Coro, fue la primera capital de la Provincia de Venezuela, y fue la segunda ciudad fundada por los españoles en el año de 1527. Las casas en esta ciudad parecen templos y los templos, santuarios que levitan por encima del adormecimiento. Son escenarios para la remembranza espaciosa, aun en medio de sus columnas, arcos y corredores. “Esta visita, dice Rosales, me renovó la piel, por ese viento circular que hurga por encontrar las razones de las continuas agitaciones de nuestro pasado”.



Silencioso y perseverante, anduvo con su cámara por interminables galerías y pasillos, absorbiendo el eco de las paredes restauradas, en una ciudad antigua de piedras. En esta capital los colores se esfuerzan en la memoria y sus encarnaciones, mientras el mediodía estalla en pedazos, en badajos de bronce desde los campanarios, que la cámara de José Antonio junta, para luego verterlos intactos.

Allí están la Casa de las Ventanas de Hierro, el Museo Diocesano, con su arte religioso, y el Museo de Arte de Coro. El Balcón de los Arcaya, edificio de dos pisos que sirve como sede al Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular. La Casa de los Soto, que descuella por la fuerza de sus tonos. Desde todos los ángulos, la cruz que corona el campanario de la Catedral, vuela en la mirada. En la iglesia de San Clemente, la Cruz recuerda la madera del cují bajo el cual se celebró la primera misa de la Provincia de Venezuela.


Las reliquias inventan, en la soledumbre, charcos irreales de una luz que se abre en un espacio diáfano. Entre el hacer y el ver, José Antonio Rosales, eligió imágenes para ser habitadas por el lenguaje de los ojos. “Me propongo explorar territorios transitados desde mi propia intimidad, paseándome por parajes públicos, que he visto antes, viéndolos de nuevo”.



En José Antonio Rosales la imagen se acumula en su mirada como las arenas nómadas de las dunas. En él la fotografía es como la acción constante del viento sobre las rocas. El soplo se desplaza constantemente y por un período largo sobre las piedras; hasta partirlas en pedazos muy pequeños para convertirlas en imágenes.



viernes, 7 de noviembre de 2014

Carlos Granés: Las vanguardias del siglo XX ampliaron las esferas de libertad (reseña)



El escritor colombiano Carlos Granés, Psicólogo y Doctor en Antropología, galardonado con el Premio de Ensayo “Isabel Polanco” por su libro El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales, que concede la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ha sido reconocido por Vargas Llosa como un investigador que ha logrado armar “un fresco completo, animado y lúcido sobre todas las vanguardias artísticas del siglo XX”.

El libro, editado por Editorial Taurus, es el resultado de la experiencia de trabajo obtenida por el autor en la Facultad de Arte de la Universidad “Jorge Tadeo Lozano”, en Bogotá, Colombia, y de su paso académico por la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Berkeley, California.

La inquietud original tuvo su raíz en lo que califica Granés como una razón muy antropológica: “la insatisfacción humana que lleva a hombres y mujeres a buscar la utopía, a dejarse guiar más por fantasías que por realidades, a no conformarse con la imperfección del mundo y a buscar una nueva sociedad, un hombre nuevo. Quería entender ese rasgo humano; quería ver cómo se había manifestado en la política, la religión y el arte”.

El puño invisible profundiza en la historia pormenorizada de las vanguardias artísticas y culturales del Siglo XX, desde principios de siglo hasta las más recientes, argumentando en función de la necesidad de conocer sobre el nacimiento, desarrollo y finalización o mutación de las ideas y las obras que produjeron estos grupos.

Además de El puño invisible, Granés es autor de La revancha de la imaginación. Antropología de los procesos de creación: Mario Vargas Llosa y José Alejandro Restrepo. Es prologuista y seleccionador de los textos que contiene el libro Sables y Utopías. Visiones de América Latina (Aguilar, 2009), de Mario Vargas Llosa. Sus ensayos han sido traducidos al portugués y al francés, y publicados en las recopilaciones Horizontes estéticos (Anthropos, 2010) y Pensar la realidad (Fondo de Cultura Económica, 2011).

“Las vanguardias del siglo XX, con su espíritu anarquista e iconoclasta, ampliaron las esferas de libertad. Todos los vanguardistas enarbolaron el yo, la visión personal, el poder del individuo, la ruptura con la tradición, con las academias, con las instituciones y, en últimas, con cualquier entidad que estuviera más allá de ellos: belleza, humanidad, Dios, ley, arte, historia”.

Influyendo, según dice, en la vida común de la gente, conmoviendo las mentes, las costumbres, los valores y la forma de vivir de las personas. En esta influencia tuvieron un papel fundamental verdaderos pensadores, poetas y artistas, como André Breton o George Grosz, pero también abundaron los agitadores y los bufones.

“Artistas muy malos, dice, que han sabido explotar ciertos vicios del mundo contemporáneo para triunfar en el campo del arte”.

Ejemplo de ello se puede hallar en “la fascinación contemporánea por el escándalo que ha convertido a Damien Hirst en una megaestrella. El embeleso de los curadores con la teoría ha permitido que Michael Creed camufle la estupidez tras un falso barniz de conceptualismo. La intrusión de la mercadotecnia en el mundo del arte ha servido para que Jeff Koons busque asesores de imagen para que moldeen su perfil público”.

La lectura del libro de Granés es útil para comprender mejor cómo, a cien años de vanguardia, “una voluntad de ruptura y negación que movilizó a tantos espíritus generosos desde los comienzos del siglo XX, fue insensiblemente deshaciéndose de todo lo que había en ella de creativo y tornándose puro gesto y embeleco”, según afirma el Premio Nóbel de Literatura Mario Vargas Llosa.



jueves, 6 de noviembre de 2014

Víctor Álamo de la Rosa: “Escribir y leer son sinónimos” (entrevista)

Álamo de la Rosa: “Yo he inventado un territorio mítico literario, a la manera del Macondo de García Márquez o la Santa María de Onetti, que llamé Isla Menor y que es un trasunto de la isla canaria de El Hierro, la más pequeña y la más misteriosa de las Canarias”.




Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, Canarias, España, 1969), es un escritor traducido a varias lenguas, que se ha ido consolidando como uno de los más importantes del actual panorama literario hispánico. Autor de novelas como: El humilladero (1994), El año de la seca (1997), Campiro que (2001, finalista del Prix Fémina en Francia), Terramores (2007), La cueva de los leprosos (2010), Mareas y marmullos (2011) e Isla nada (2013), corroboran la solidez literaria de una obra que ha merecido estudios y tesis doctorales en las universidades de Génova, Venecia y Juiz de Fora y que se ha publicado en Francia, Venezuela, Portugal, Croacia y Alemania.


Además de la vocación, la voluntad y la calidad de su escritura, ¿qué ambiente cultural y editorial le ha permitido desarrollar una trayectoria tan amplia con tanta juventud?


Tuve la suerte de ser acogido, desde que tenía veinte años de edad, por una generación literaria muy potente y generosa, reunida en torno a la revista literaria “Fetasa”, que dirigía el profesor y escritor Juan José Delgado y que se editaba en Tenerife. Formé parte de su comité de redacción y para mí fue la mejor escuela literaria posible, porque en aquellas reuniones tenía la suerte de escuchar y de departir con grandes escritores de la tradición literaria canaria, como Isaac de Vega o Rafael Arozarena, junto con otros como Luis Feria, que por entonces residía en Santa Cruz de Tenerife. Por aquella revista pasaron las firmas de los más conspicuos escritores de los últimos años en Canarias, como José María Millares Sall o Manuel Padorno. Pude leerlos tempranamente y como yo digo, escribir y leer son sinónimos. La mucha lectura me llevó hacia la escritura propia. Además, por esos mismos años estudié y me licencié en Filología Española por la Universidad de La Laguna, por lo que todo el ambiente que me rodeaba era propicio para la formación de un escritor. Mi propia carrera universitaria me descubrió a todos los grandes clásicos de la literatura española, desde el gran Cervantes a San Juan de la Cruz, pasando por Góngora o Garcilaso y además toda la tradición latinoamericana, pues esos estudios incluyen asignaturas específicas sobre la tradición literaria latinoamericana. Por si fuera poco, ya desde mis primeros relatos, conté con el apoyo y la lectura de José Saramago, el Nobel de Literatura, quien había trasladado su residencia a la isla canaria de Lanzarote y que incluso fue tan generoso conmigo que llegó a prologar una de mis novelas más conocidas y traducidas, El año de la seca, una obra que, por cierto, también se publicó en Venezuela, además de en Brasil, Portugal, Francia y Croacia. Como verá, con todas estas compañías, el ambiente en el que fui creciendo como escritor no podía ser más propicio para fecundar una carrera literaria.


A usted se le ha calificado cómo el escritor canario en Francia. ¿Esa calificación significa un salto editorial y de difusión de su obra sin pasar por España, o ya es usted profeta también en su tierra?


Mi editorial francesa, Grasset, es una de las principales del país, y tuvieron claro que les interesaba mi literatura hasta el punto de que mi cuarta novela, Terramores, se publicó primero en Francia, en francés, antes que en español. Las ventas y la crítica, sobre todo Le Monde y Le Figaro, fueron bien, y eso les animó a hacerse con los derechos en francés. Siempre he tenido ciertos problemas para normalizar la edición de mis libros en España y por eso he publicado a veces antes en otras lenguas y en otros países. En España mis novelas las publicaba Espasa Calpe, pero fue absorbida por un grupo editorial y muchos escritores de su catálogo nos quedamos colgados. En los últimos años la edición ha cambiado mucho en España. Es un panorama complejo y confuso. De todos modos, particularmente en Canarias, a partir de principios del siglo XXI, algunos escritores canarios hemos conseguido que por fin se demande novela escrita por canarios en Canarias y que, además, las ventas acompañen el fenómeno. Esto se ha conseguido sobre todo cultivando la novela de género, como la policíaca, sólo que ambientada en Canarias. Mi caso es curioso porque yo he inventado un territorio mítico literario, a la manera del Macondo de García Márquez o la Santa María de Onetti, que llamé Isla Menor y que es un trasunto de la isla canaria de El Hierro, la más pequeña y la más misteriosa de las Canarias. Y creo que este hecho, curiosamente, me abrió otros mercados, como el francés, porque mis novelas se leen dentro de la tradición de la literatura protagonizada por islas misteriosas, tipo La isla del tesoro, por ejemplo, mientras que en España estaba más de moda una novela urbana. La tradición literaria canaria siempre fue muy fuerte, pero en el terreno de la lírica, de la poesía. Piensa que el fundador de la literatura cubana fue un poeta canario, Silvestre de Balboa, y el de la literatura brasileña, otro poeta canario, José de Anchieta. Sólo en los últimos veinte años, con un nutrido grupo de novelistas de varias generaciones, hemos conseguido despertar la tradición narrativa, que era fundamentalmente cuentística. En la actualidad la narrativa ha experimentado un auge muy poderoso, con varios autores punteros a nivel nacional. Y esto nos ocurrió a pesar de que el gran novelista español era Don Benito Pérez Galdós, el escritor canario más célebre.


Usted se refiere al conjunto de novelas El Humilladero (1994), El año de la seca (1997), Cámpiro qué (2001) y Terramores (2008) como una tetralogía. ¿Puede contarnos qué escenarios y cuáles temas enlazan las historias contenidas en estos libros? ¿Se construyen las tramas, acaso, con la materia prima de las costumbres y personajes de su lar de origen?



En realidad, son seis novelas y los volúmenes de relatos los que conforman esa novela de novelas, esa supranovela del territorio mítico de la Isla Menor. Son novelas independientes, con una fuerte carga de erotismo, pero, al mismo tiempo, dialogan unas con otras, se prestan personajes, se buscan en sus espejos. Es un juego metaliterario que ya hizo el gran Onetti con su Santa María y que yo quería emular. Finalmente, a esas obras que usted cita, hay que sumar La cueva de los leprosos (2010), y la última, recién editada en España, de título esclarecedor, Isla nada (2013), porque precisamente en esa novela someto a un proceso de demolición ese mundo mítico de la Isla Menor que había alimentado mi novelística. Rompo con el mito, evaporo la isla, a imagen y semejanza del gran mito de San Borondón, esa isla que aparece y desaparece y de la que nadie está seguro de su existencia. Me apetecía imponerme otros retos como narrador y romper con lo anterior, y ahora puedo anunciarte que estoy trabajando en un tipo de novela más alegórica, tipo La carretera, de Cormac McCarthy, o Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, una línea que me interesa mucho.


Ilústrenos, ¿cómo la poesía toma parte en su trabajo narrativo? ¿Qué le aporta este género a su producción novelística?


De entre todos los géneros literarios, la poesía es el que más me interesa. Es la gran poesía la que abre paso al progreso literario. Creo que podemos aprender más de los grandes poetas y por eso siempre digo que me interesa trasladar a mis novelas los vuelos de la poesía. No me interesa esa prosa plana, que va planamente acabándose, sin giros, sin sustos, sin sorpresa, sin huecos y recovecos, sin música, justo lo que nos da la poesía. Creo que la gran literatura se hace con lo que está detrás de atrás de las palabras, no con su imagen primera. Hay que buscar sus sensaciones, sus correspondencias, como diría Baudelaire. Esto no significa escribir novelas ininteligibles y después decir que son poéticas o líricas para justificarse. Busco esa prosa capaz de narrar, es decir, contar historias, pero al mismo tiempo con vuelo poético, que es lo que encuentro en Rulfo o Tabucchi, Cormac McCarthy o Baricco, o los canarios Rafael Arozarena e Isaac de Vega, por poner un par de ejemplos claros.


Además de España, ha sido editado en Francia, Brasil, Venezuela. ¿Ha significado esta experiencia un substantivo aumento en el número de sus lectores? ¿La traducción a idiomas como el francés o el portugués ha representado una mayor difusión fuera de España? ¿Cómo fue la experiencia de edición de El año de la seca, en 2002, por la editorial venezolana Monte Ávila Editores?


Hasta ahora he publicado en Venezuela, Francia, Portugal, Croacia y también varios relatos en Alemania e Italia, donde hay dos tesis universitarias sobre mi obra, a la que pronto se sumará otra que están haciendo en la universidad brasileña de Juiz de Fora. Sin duda alguna, las traducciones aumentan los lectores y una mayor difusión fuera de España, pero lo principal, para mí, es el aprendizaje para el propio escritor, sentir cómo se sienten o valoran o leen tus novelas en otras lenguas y en otras latitudes. Las traducciones son fundamentales en este sentido, porque nos ayudan a crecer como escritores. En cuanto a la experiencia de publicar con Monte Ávila, aunque de eso hace ya una década, recuerdo que fue maravilloso, porque fue la primera edición en español de una de mis novelas más conocidas, El año de la seca, que salió antes en Brasil y en Venezuela que en España, donde la publicó Espasa. Recuerdo especialmente la presentación de la obra en el Hogar Canario de Caracas porque fue un acto en verdad multitudinario, ya que muchos canarios se habían acercado a la novela porque, aunque un poco de soslayo, se sumerge en la aventura de los emigrantes insulares hacia América.


Es usted un gran divulgador y promotor de la lectura. Este es un objetivo central de la Feria Internacional del libro de la Universidad de Carabobo. En este sentido, ¿qué representa para usted su visita a Venezuela, y al estado Carabobo, a la Feria Internacional del Libro de nuestra Universidad?

Estar en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo es para mí una gran alegría, más allá de los lazos afectivos que como canario me unen con Venezuela, porque es una feria que cada vez cobra más importancia y prestigio en el circuito internacional de ferias del libro. Además, yo soy uno de esos autores que cree firmemente en la necesidad de que el escritor se involucre en la difusión de la lectura y del libro, particularmente en un panorama que algunos se empeñan en dibujar como descorazonador para el libro y la lectura. Yo siempre me he empeñado en participar en iniciativas divulgadoras de la cultura; la cultura es lo único que nos aleja del simio que fuimos, lo único que nos hace de veras humanos, sobre todo en un mundo como el actual, muy necesitado de una rehumanización. Además, como soy profesor de Creación Literaria desde hace diez años en la principal Escuela de Escritura de España, la Escuela Canaria de Creación Literaria, estoy muy feliz y muy ilusionado de poder ofrecer uno de mis talleres al público venezolano en el marco de la FILUC. Espero que no se lo pierdan. Vengo con muchas ganas.


lunes, 3 de noviembre de 2014

Pilar Álvarez Sierra: “Editar, siguiendo sólo criterios económicos, es una receta para el fracaso” (entrevista)

Pilar Álvarez Sierra: "El editor que sólo atiende a intereses económicos o corporativos no es un editor".



Álvarez Sierra es editora de editorial Turner. En España, su país de origen, realizó estudios en la Facultad de Ciencias de la Información y en la Escuela de Letras de Madrid. Fue durante varios años redactora, traductora de inglés y lectora para distintas editoriales, hasta incorporarse en 2003 a la editorial Losada, donde permaneció como editora durante cuatro años. Desde 2007 es editora de las colecciones de Turner –Noema, Música y Biblioteca Turner–, centradas en no ficción de calidad: memorias, historia, estudios culturales, ciencia, música y arte. La editorial recibió en 2013 el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial que concede el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España.


¿Describe tu especial actividad profesional en pocas palabras?

Me ocupo de las colecciones de no ficción en la editorial Turner: ensayo, historia, música, divulgación…

¿Se podría pensar que Turner en un sello dirigido a una élite, a un público restringido, en razón de los temas y de los costos de venta, o es una producción destinada a un público masivo?

Quiero pensar que no nos dirigimos a una élite; desde luego no es esa la intención. Pero sí a un público informado, culto, exigente… y por desgracia ese tipo de lector no es masivo. En ese sentido el problema del precio es un bucle: como son libros que no tienen grandes ventas, su precio unitario es mayor; como son más costosos que la media, no se venden tanto… Pero muchos de nuestros títulos han alcanzado a una masa crítica de lectores bastante amplia y en absoluto nos consideramos una editorial elitista.

Sabemos que su red de distribución incluye el mercado hispano y anglosajón, y en los años recientes, el Medio Oriente. Dinos, por favor, ¿qué nombres latinoamericanos están incluidos dentro de su catálogo, y qué autores venezolanos lo integran?


Estamos coeditando una colección llamada Historias Mínimas (como su nombre indica, son libros breves y con ambición de brindar al lector toda la información necesaria como introducción a cada uno de los temas de los que tratan) con el Colegio de México, y en esta colección gran parte de los autores son latinoamericanos. Específicamente relacionado con Venezuela, publicamos recientemente una biografía novelada de la amante de Simón Bolívar, Manuelita.

¿Influyen las llamadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación en sus criterios editoriales y literarios para garantizar publicaciones de alta calidad? ¿Los mensajes emitidos a través de la red por los lectores-escritores, les sugieren estrategias de marketing?

Por supuesto estamos muy atentos a las redes sociales y tratamos de mantenernos muy activos entre el público internauta, específicamente a través de Twitter y Facebook, y animamos a los lectores a que nos manden correos electrónicos para publicar sus comentarios en la red. No puedo decir que las tecnologías de la información nos orienten a la hora de seleccionar nuestros títulos, ni por supuesto estoy de acuerdo con esto que ha dicho recientemente el escritor estadounidense Jonathan Franzen de que las editoriales elegimos a los autores si tienen muchos seguidores en Twitter (¡nunca hemos mirado cuántos “followers” tiene un escritor para editar su libro o no!), pero sí estamos muy atentos a los blogs literarios, a los comentarios sobre nuestros libros en las librerías electrónicas y demás. Nos dan una pista inmediata de las tendencias y nos ayudan a captar mejor el “alma” de cada libro.

¿Crees que el editor impone lo que la gente debe leer, de acuerdo a algunos dictados de la moda o siguiendo algunos intereses económicos o de grupos?


No, no lo creo: editar, siguiendo sólo criterios económicos, es una receta para el fracaso, tan segura como lo es editar sin conocer el mercado. Uno de los factores mágicos que tiene esto de hacer libros es que, por mucho que algunos lo intenten, es imposible diseñar un superventas. No creo que nadie publique un libro que le desagrada o le resulte aburrido pensando que se va a vender mucho, y sin embargo, a veces uno publica un libro sin esperanzas y es justo ese libro el que resulta un éxito. El editor sólo puede aspirar a funcionar como un filtro, y a reunir alrededor de su catálogo a una serie de lectores, autores, libreros y colaboradores que participan de sus intereses y sus gustos. Ese editor que sólo atiende a intereses económicos o corporativos no es un editor: es un ejecutivo de mercadotecnia, y en Turner no tenemos de eso.

¿Qué tipo de libros o géneros son los más atractivos para el público español provenientes de Latinoamérica? ¿Cómo es la presencia de la literatura latinoamericana en España?

En general, y siento decirlo por ser editora de no ficción, creo que ha penetrado mucho mejor en España la narrativa latinoamericana (desde los tiempos del boom hasta hoy los autores de novela latinoamericanos son populares, leídos y queridos en España), que el ensayo latinoamericano. Espero que vayamos rellenando ese hueco poco a poco.

¿Cómo observas la proyección global del idioma español en la industria editorial? ¿Crees que vamos a tener alguna vez las dimensiones editoriales que tiene el mundo anglosajón? O ya la tiene.


No, no la tiene, y veo lejano el día en que la cultura escrita en español esté al nivel (al menos cuantitativo) de la anglosajona. Queramos o no, las tendencias mayoritarias nos llegan a todos de Estados Unidos y de Inglaterra, y eso se refleja en la gran hegemonía de la cultura anglosajona sobre la española. Sigue siendo abrumadora la proporción de traducciones del inglés al español que nosotros realizamos respecto a las que realizan las editoriales anglosajonas del español a su idioma. Ahí tenemos mucho trabajo por delante.

¿Crees que sea cuestión de tiempo para que el libro impreso en papel deje de ser el principal medio para hacer llegar a los lectores las nuevas producciones literarias?

Ojalá supiera contestar a esa pregunta. Siendo sincera, sólo puedo decir que mi pronóstico o mi opinión cambian cada pocos meses. Hace un par de años, hubiera dicho que el libro digital se iba a imponer como el principal medio de lectura en poco tiempo. Hoy veo que el papel aguanta mucho más de lo que todos creíamos o temíamos, y pienso que en el futuro cercano aún seguirá siendo el formato preferido, al menos por el lector “no utilitario”: para leer temas del momento, narrativa ligera, temas prácticos y demás, quizá el libro digital se imponga con rapidez; pero para la lectura reposada, alimenticia, para los libros que de verdad uno desea conservar, disfrutar y revisitar, seguiremos leyendo en papel por mucho tiempo. Y ahí los editores tenemos la obligación, ahora más que nunca, de hacer que los libros sean objetos que uno desee conservar: que el tacto sea agradable, cuidar la estética, la tipografía, hasta el olor de la tinta…

Entre las opiniones emitidas de manera negativa sobre un libro por un crítico especializado, y el veredicto emocionado positivamente de un grupo de lectores sobre el mismo texto, como editora, ¿con cuál te quedas?

Siempre con el de los lectores. Y confío en que a largo plazo se vea que el lector siempre tiene razón, sobre todo en lo que le gusta.


domingo, 2 de noviembre de 2014

Laura Esquivel: “Sin sabor de vida la literatura no existe” (entrevista)

Laura Esquivel: “Es inminente la llegada de una nueva revolución, pero pienso que ahora no se va a dar de afuera hacia dentro, sino a la inversa". Foto de Carlos Javier Capella Bello.


La escritora Laura Esquivel estuvo presente en los espacios de la 15 Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, vía teleconferencia, como parte de la delegación mexicana. Con su obra nos impregna del aroma de las tradiciones gastronómicas de su país, y nos habla del amor que se ejercita, a través de la literatura, en el dominio de las emociones del arte culinario, materia prima de sus narraciones.

La autora mexicana, que ha publicado también La ley del amor, (1995); Íntimas suculencias, Tratado filosófico de cocina (1998); Estrellita marinera, (1999); El libro de las emociones, (2000); Tan veloz como el deseo, (2001); Malinche, (2004); Escribiendo la nueva historia o cómo dejar de ser víctima en doce lecciones (2013); A Lupita le gustaba planchar (2014), es mundialmente conocida por la novela Como agua para chocolate (1989).

A través de la lectura de algunas de sus obras, nos hemos aproximado a sus motivaciones, a sus intereses y a sus convicciones.





Los primeros años de la vida de la escritora mexicana Laura Esquivel, transcurrieron a la vera del fuego, en la cocina de su madre y de su abuela, constatando en aquel intercambio en el ámbito consagrado a la confección de la comida, cómo estas dos mujeres especiales “se convertían en sacerdotisas, en grandes alquimistas que jugaban con el agua, el aire, el fuego, la tierra, los cuatro elementos que conforman la razón de ser del universo”.

La cocina, considerada como un espacio para la mujer y la preparación de los alimentos, recobró así importancia en la obra de Laura Esquivel, pues, aunque siguió siendo un lugar para la producción de los alimentos, se constituyó, igualmente, en el escenario para reflejar los secretos de las mujeres y la historia nacional del país.

En este ámbito, su abuela, su madre y sus tías, reviven las tradiciones, el folklore y su cultura, “amasando, adobando, macerando, reposando, serenando, al calor de la vida vivida por nuestros antepasados”, dice.

De esta manera, la cocina se transforma en el lugar íntimo y privado para esas mujeres, en donde se establece una alianza y una complicidad, para rebelarse contra lo convencional y luchar por defender la autenticidad de una voz.

Afirma la autora, recordando a las mujeres de su familia: “lo más sorprendente es que lo hacían de la manera más humilde, como si no estuvieran haciendo nada, como si no estuvieran transformando el mundo a través del poder purificador del fuego, como si no supieran que los alimentos que ellas preparaban y que nosotros comíamos permanecían dentro de nuestros cuerpos por muchas horas, alterando químicamente nuestro organismo, nutriéndonos el alma, el espíritu, dándonos identidad, lengua, patria”.

Es allí, pues, donde recibió las primeras lecciones de su vida, como aquella de no pisar un grano de maíz tirado en el piso porque en él estaba contenido “todo el universo”.

En ese lugar sagrado, -que ya había sido elevado al valor de centro del saber y laboratorio de aprendizaje y conocimiento por Sor Juana Inés de la Cruz: (“Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”.)-, fue atrapada por el poder hipnótico de la llama, oyendo las largas pláticas con la abuela y las tías y escuchando sus historias de mujeres.

“La cocina es como el vientre de la casa donde se cobija la vida; ahí está el fuego, uno de los principales elementos que conforman el mundo. Allí estamos en contacto con nuestro verdadero origen, porque somos lo que comemos”.

Y fue de allí de donde surgió la materia prima de la que se alimentaría su producción literaria, sobre todo Como agua para chocolate, la historia sobre Tita y Pedro, la novela con la que alcanzaría fama internacional.

El libro, que fue llevado al cine por su entonces marido Alfonso Arau en 1992, descubrió para los lectores el amor que hay en el acto de cocinar, y el acto de entrega que supone. La novela describe cómo surge la efervescencia amorosa tras degustar codornices con pétalos de rosa y el poder de recobrar la memoria tras sorber un caldo de colita de res, en ricas asociaciones metafóricas de la comida y del comer, con el sexo, la sexualidad y la vida.

“Cuando cocinamos, -comenta la autora-, utilizamos todos los elementos que conforman el mundo, jugamos con ellos y, sosteniéndolos en el amor, hacemos una única cosa que después va a ser ingerida por los demás. Como la literatura”.

El libro, publicado en 1989, ha sido traducido a 36 idiomas, y desde entonces, su haber literario se ha enriquecido con nuevas recetas, nuevas ficciones y ensayos, y en la actualidad desarrolla una actividad social militante, que la ha llevado a repensar sus creencias de joven universitaria, que consideraba que sólo en los libros y en las universidades estaba contenida la verdad del universo.

“Muchas de nosotras, -recuerda-, participamos durante los años sesenta en la consolidación de la lucha que otras mujeres ya habían iniciado a principios de siglo. Sentíamos que los urgentes cambios sociales que se necesitaban en ese momento se iban a dar fuera de la casa. Todas teníamos que incorporamos, salir, luchar. No había tiempo que perder, mucho menos en la cocina. Lugar por demás devaluado, junto con las actividades hogareñas que se veían como actos cotidianos sin mayor trascendencia que únicamente obstaculizaban la búsqueda del conocimiento, el reconocimiento público, la realización personal”.

Hoy, aquellas convicciones han sido revisadas por ella, y al conocimiento necesario adquirido en las Universidades, le ha agregado el saber ancestral de las tradiciones aprendidas en el hogar familiar.

“Es inminente, -afirma-, la llegada de una nueva revolución, pero pienso que ahora no se va a dar de afuera hacia dentro, sino a la inversa. Ésta consistirá en la recuperación de nuestros ritos, de nuestras ceremonias, en el establecimiento de una nueva relación con la tierra, con el universo, con lo sagrado. Todo esto sólo es posible en los espacios íntimos”.

Es ahí, alrededor del fuego, donde surgirá lo que ella ha denominado el “Nuevo Hombre”.

¿Cómo lo define?

“El nuevo hombre es aquel que consigue reintegrar a su vida el pasado y las enseñanzas del pasado, los sabores perdidos, la música que olvidamos, las caras de los abuelos, los gestos de los muertos. Es el hombre que no olvida que lo más importante no es la producción sino el hombre que produce. Que el bienestar del hombre -de todos los hombres- debe ser el principal objetivo del desarrollo del hombre. Que el hombre nuevo es el hombre completo, el que ha conseguido superar la maldición que nos escinde y nos hace ser seres mutilados e infelices. El hombre nuevo es el que lee en la vida y que lee la vida, que lee la literatura y vive la literatura, el que vive la vida y la reencuentra en la literatura porque sus actos son de vida… el que invoca la vida a través de esos pequeños retazos de intimidad, el que vuelve a recordar a la gente que es indispensable leer y vivir con la misma intensidad, el que recuerda nuevamente que sin sabor la vida no vale la pena ser vivida y que sin sabor de vida la literatura no existe”.



sábado, 1 de noviembre de 2014

Nuria Amat: “Me concedo la impresión de vivir en una paradisíaca isla rodeada de libros por todas partes” (entrevista)

Nuria Amat, en su casa, en medio de sus libros. Foto de Germán Sáiz.



La escritora española, Nuria Amat, fue la encargada el año pasado de pronunciar el discurso de apertura de la 14 Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo.


Las facetas literarias, librescas, bibliográficas y bibliómanas coinciden con las de su mundo íntimo, dice Nuria Amat, escritora invitada a la 14 Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo de 2013. Las mismas que se transforman en el mundo exterior y profesional de la escritora española, en literatura, escritura, bibliotecas, lectores y libros.

Ha sido una vida vivida en consonancia con el que ha sido un elemento vital en su vida, pues los libros, ese elemento, le han proporcionado una suerte de bienestar que difícilmente habría podido conseguir con otra dedicación.

Nuria Amat, autora de libros de poesía, cuento, novela, teatro, periodismo, ha establecido una particular relación con el libro, en sus distintos formatos, a través de sus estudios e investigaciones sobre el hecho editorial y bibliográfico y sus libros de ficción y creación literaria. Es licenciada en Filosofía y Letras, y doctora en Ciencias de la Información, y mediante una dedicada experiencia docente, introdujo en la Escuela de Biblioteconomía de la Universidad de Barcelona, los estudios en Ciencias y Tecnologías de la Documentación.

¿Qué necesidades personales la han llevado a pasearse por tan diversos géneros literarios y adentrarse en el libro más allá de su escritura? ¿Cómo describe su relación con los libros, como escritora, docente y lectora?


Según confiesa en El ladrón de libros (1998), su interés nace en la infancia, con una connotación ritual.

“En mi caso, por lo que a mi devoción libresca se refiere, el rito era doble, pues los primeros libros que me sedujeron, en tanto que objetos del deseo y hasta el límite de poseer todas las ediciones asequibles de aquélla época, fueron los misales”.

“Misales gruesos; imponentes para ser sostenidos por unas manos pequeñas, -según dice-, pero al mismo tiempo manipulables; de cantos dorados, cuando estaban confeccionados en superdelicado papel de biblia, o guillotinados en color sangre, si se trataba de los más sencillos”.

Ese contacto activó sus sentidos, pues de algunos admiró su encuadernación en diferentes tonos de piel; de otros absorbió el aroma salido de sus páginas, y a todos los palpó para ponderar los diferentes tamaños con sus manos de niña.

Como puede constatarse un origen con culto religioso, aunque “sin matices beatos”, dice.

Después, con el tiempo, el gusto desarrollado por la lectura la llevó a superar esa relación táctil, olfativa y visual, para conceder la debida importancia al contenido de la letra impresa.

Este primer acercamiento con el “libro ritual”, la condujo a su encuentro con una industria editorial floreciente en la España de los años 60. En la estantería de su biblioteca comenzaron a aparecer ediciones de Editorial Juventud, Bruguera, Molino, y Exclusivas Ferma. Según recuerda, por aquella época gastaba “sus pequeñas pagas y mínimos salarios en comprar libros”.

Otro aspecto que influyó notablemente en su pasión libresca, lo constituyó el entusiasmo de una biblioteca paterna, en la que se conjugaban lo intelectual y lo educativo.

“Se trataba, -dice en El ladrón de libros-, de retar la memoria catalográfica de nuestro padre, quien como respuesta a un título de la obra que nosotros elegíamos al azar, debía adivinar sin otra ayuda que su memoria, el lugar exacto que ésta ocupaba en su biblioteca de tamaño notable”.

Confiesa la autora de Amor i guerra (Premio Ramón Llull 2011), editado por Editorial Planeta/Grup 62, 2011), que “cuando el objeto seductor es el libro, la relación íntima que se establece es doble e inquietante. Por un lado, el objeto inanimado y desechable representado por el libro. Un bien coleccionable, útil o inútil como cualquier otra cosa. Pero, a la vez, el objeto vivo, rico y eterno que también puede ser el libro. En esta ambivalencia: naturaleza muerta e inmortalidad por excelencia, se explica que la manifestación del deseo libresco se halle conformada de misterios, ritos, frustraciones, silencios o felicidades”.


Intermediaria entre el libro y el lector


Nuria Amat está vinculada a los libros por los cuatro costados. Su biblioteca personal es una manifestación literal de esta afirmación. “Me concedo la impresión de vivir en una paradisíaca isla rodeada de libros por todas partes”, revela en El ladrón de libros. Pero además de escribirlos, mediante su profesión de bibliotecaria también se ha convertido en intermediaria entre el lector y el libro.

“Que me guste leer, escribir y subsista económicamente gracias a la profesión de bibliotecaria no sólo no me parece extraño sino que considero mi trabajo tan normal que me sorprende no encontrar colegas que participen simultáneamente de los tres grandes puntales que configuran el libro: autor, lector y sólido intermediario entre uno y otro”.

Para ella, el ejercicio de esta actividad, más que un trabajo es la prolongación de su vida personal en la vida de los otros.

Amat es Doctora cum laude en Ciencias de la Información, miembro de honor de la Asociación Nacional de Diplomados y Alumnos de Biblioteconomía y Documentación de Granada; licenciada en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), bibliotecaria diplomada, y ha sido profesora de la Escuela Universitaria de Biblioteconomía y Documentación de Barcelona.

“Ser bibliotecaria o ejercer la profesión que lleva este título supone, antes que otra cosa, convertirte en el intermediario perfecto entre el lector que se dirige a una biblioteca y el libro que puede o no encontrarse en la misma. Siempre estuve convencida de que en esta servidumbre al lector, por encima de la servidumbre al libro, residía el objetivo clave de la tarea del bibliotecario”.

Libro impreso, libro electrónico

La experiencia de Nuria Amat en las denominadas ciencias de la información le ha permitido reflexionar en cuanto a las relaciones entre el libro impreso y el libro electrónico.

No alberga ninguna duda sobre las cualidades de procesamiento, flexibilidad y rapidez de las computadoras, y sus bases de datos, en comparación con el medio impreso.

“Un disco duro, -dice-, podrá contener tres novelas de un escritor que trabaje en procesador de textos. Sin embargo, a fin de que estas novelas ejerzan su objetivo primordial: que el lector potencial pueda leerlas y degustarlas, tendrá que pasar obligatoriamente por una etapa de impresión que las restituya al papel de origen”.

No cree la escritora que las novelas puedan ser leídas en la pantalla de un terminal de computadora. “Si acaso fuera así, se trataría de un tipo de novelas muy distintas a las hasta ahora concebidas”.

Por lo pronto, considera que el libro tradicional es tan necesario para el trabajo esencial del escritor. Sólo para el trabajo complementario de consulta y de adquisición de conocimientos, las bases de datos suplen las funciones de las enciclopedias, directorios, diccionarios, catálogos de bibliotecas y manuales tradicionales”.

“El libro tradicional no ha muerto, pero sí es víctima de una metamorfosis”.


Escribir para sobrevivir

La obra de Nuria Amat suma 8 novelas (Pan de boda, Barcelona, La Sal Edicions de les Dones, 1979; Narciso y Armonía, Barcelona, Puntual Ediciones/Ajoblanco, 1982; Todos somos Kafka, Madrid, Anaya-Mario Muchnik, 1993); Viajar es muy difícil, Madrid, Anaya Mario Muchnik, 1995; La intimidad, Madrid: Alfaguara, 1997; El país del alma, Barcelona: Seix-Barral, 1999, Finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2001; Reina de América, Barcelona, Editorial Seix Barral, 2001, Premio Ciudad de Barcelona 2002; Deja que la vida llueva sobre mí, Barcelona, Editorial Lumen, 2008; Nominada al Premio Internacional IMPAC 2007 traducida como Queen Cocaine; Amor i guerra, Barcelona, Editorial Planeta/Grup 62, 2011. Premio Ramón Llull, 2011); 2 libros de Cuentos (Amor breve, Barcelona, Muchnik, 1990. Publicado también en Círculo de Lectores, y Monstruos, Madrid, Anaya-Mario Muchnik, 1991); 1 libro de poesía de autoría propia (Poemas impuros, Barcelona, Bruguera, 2008); y una traducción de los poemas de Emily Dickinson (Amor infiel, Madrid, Losada, 2004); y 7 libros de ensayo (El ladrón de libros, Barcelona, Muchnik, 1988; De la información al saber, Madrid: Fundesco, 1990); El libro mudo, Madrid, Anaya-Mario Muchnik, 1994; Letra herida, Madrid, Alfaguara, 1998; El siglo de las mujeres, Barcelona, Ediciones del Bronce, 2000; Escribir y callar, Madrid, Siruela, 2010; Juan Rulfo. El arte del silencio, Barcelona, Omega, 2003); 1 texto de teatro, Pat’s Room. Dirige también la colección “Vidas Literarias”, de Ediciones Omega.

El escritor mexicano Carlos Fuentes, quien prologó en 1993 su libro Todos somos Kafka, dice sobre la obra de Amat, que ella “propone una autoría solitaria, desubicada, fuera de lugar en todas partes y no da cuartel para recordarnos la soledad del acto de escribir”.

Cuando se le consulta acerca de las razones para ejercer con tanta pasión el oficio de colegas a quienes admira como Virginia Woolf, George Steiner, Montaigne, Quevedo, Cervantes, Proust, Kafka, Faulkner, Borges, Beckett, García Márquez, Rulfo o Canetti, afirma que lo hace “para sobrevivir”, pues para ella la escritura es una opción de vida, un refugio y una forma de denuncia. Cuando escribe, -confiesa-, lo más importante es cómo dice las cosas, decirlas como nadie las dice.

“Escribir es un ejercicio lento y difícil que requiere toda una vida”.




José Manuel Briceño Guerrero: la voz de todos los pueblos (crónica)

José Manuel Briceño Guerrero. Foto de José Antonio Rosales.


El escritor, filósofo y profesor venezolano José Manuel Briceño Guerrero falleció el pasado 31 de octubre de 2014 en la ciudad de Mérida. Por su obra ensayística y narrativa recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Ensayo de 1981 y el Premio Nacional de Literatura de 1996. A continuación, se inserta el apunte personal compartido con el escritor en los espacios de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo.


Conocí al escritor José Manuel Briceño Guerrero –Jonuel Brigue- en la V Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, en el año 2003. Recuerdo haberle dicho entonces que de él me asombraba una suerte de recato personal perceptible en el contacto con la gente. Era un filósofo sin púlpito, un sabio a ras del suelo. Sin embargo, los que lo conocían bien no dejaban de testimoniar que los destellos de su aura mitológica, tenían que ver, -además de su barba bíblica-, con su sabiduría y dotes intelectuales, y su destacada labor en el campo humanístico, compartida por buena parte del mundo.

“Tengo un fascinación por el solo hecho de existir, -me dijo-, de estar aquí y de que haya mundo; las interpelaciones sobre esos secretos son las que me han movido a pensar, y lo que he conseguido es una profundización de esas interrogantes fundamentales, que tal vez no existen para ser contestadas sino para ser sentidas”.

En esos días, el filósofo venezolano nacido en Apure en 1929, me habló sobre la comprensión, la tolerancia y el respeto por el otro -que se alcanzan mediante el desarrollo del espíritu-, “son señales de progreso de la humanidad, más que del desarrollo tecnológico...”; y en la encrucijada de uno de los pasillos de la feria, deteniéndose un rato en uno de los estantes, apuntó que en una sociedad que no consigue arrancarse la espiral de la violencia, el arte y la cultura son las únicas señales posibles por dónde escapar.

Para nadie es un secreto que de él se ha dicho que transforma a sus discípulos en esclavos de sus pensamientos. En algunas ocasiones ha sido víctima de la calumnia y de la infamia; se le ha acusado de dirigir sectas, comunidades satánicas. Pero cuando uno interroga a algunos de sus estudiantes sobre la clase de sociedad que él propone a quienes comparten sus conocimientos, responde que lo único que hace es encenderles la chispa para que sientan su libertad y se comprometan con ella.

No obstante el reconocido respeto por su palabra, Jonuel Brigue no se considera destinado al ejercicio de algún don fundamental; no se siente pensador guardián del mito y la imagen. Esa percepción, expresada en la vieja tradición de los primeros pontífices romanos, a quienes se les encargaba el cuidado de los puentes que daban acceso a los templos donde se guardaba el conocimiento emanado de Dios, sólo para algunos iniciados, para él ha caducado.

En la Universidad de Los Andes, en donde imparte clases, ha encontrado, entre estudiantes y profesores, un ambiente propicio para el cultivo del pensamiento, para confirmar lo que ha llamado “el carácter infinito del hombre”. Y esa infinitud ha podido expresarla en los 18 idiomas y dialectos que habla, -americanos, europeos, asiáticos, modernos, antiguos-, en viajes a través del mundo.

Además de las labores académicas, dedica gran parte de su tiempo a formar una Escuela de iniciados en la Kábala, y en sus cátedras se lee La Torah en Hebreo, los clásicos griegos e italianos en sus propias lenguas. Insertar estas actividades que, para algunos podrían resultar excéntricas, en el ser cotidiano, le ha permitido conocer quiénes somos.

Ello lo ha llevado a reconocer que los venezolanos, por sufrir una gran confusión y aturdimiento “vocacional, profesional, político, social, artístico y hasta sentimental”, estamos desorientados en lo que respecta a nuestro propio ser. Conforme a sus planteamientos, nos corresponde hacer un trabajo con el cual seamos capaces de relacionar tradiciones distintas, pueblos diversos, y ver si en esa relación de culturas y civilizaciones se puede llegar a producir una mayor comprensión entre los seres humanos.

Esta dimensión del ser que ha alcanzado, lo ha convertido en uno de los pensadores más destacados no sólo de Venezuela. Ha logrado fundar un importante auditorio de lectores en torno a sus libros, en todo el mundo. Centros académicos filosóficos en Europa y Asia, ya dan cuenta de la extraordinaria importancia del tema de la multiculturalidad desarrollado por él. Sus libros son textos en los que brillan el talento y la elegancia de un prosista clásico. Pero además son cartas de navegación de sus amores literarios, declaraciones ideológicas sobre la historia y el mundo moderno.

Los temas de los libros de Briceño Guerrero profundizan en el ser del continente Latinoamericano, la indagación de sí mismo y su pasión por el lenguaje. Estos impulsos se entremezclan y se expanden, para lograr un pensamiento que trasciende las fronteras de la venezolanidad.

En 1981 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo, y posteriormente, en 1996, el Premio Nacional de Literatura. Ha escrito ¿Qué es la Filosofía?, América Latina en el Mundo, El Origen del Lenguaje, América y Europa en el Pensar Mantuano, Amor y Terror de las Palabras, Anfisbena. Culebra Ciega, El Laberinto de los Tres Minotauros, Trece Trozos y Tres Trizas, Los recuerdos, los sueños y la razón, entre otros muchos libros, y en ellos se pasea por la ciencia, la filosofía, la identidad, la cultura, el lenguaje, la realidad social.

En uno de sus primeros libros, América Latina en el Mundo su fondo de reflexión es claro: la inquietud por el sitio y el papel que jugará el mestizo latinoamericano en la sensibilidad futura de la humanidad; ofrece rastros que lo marcan como potencial tipo humano idóneo para cumplir una tarea sui generis, ennoblecedora y transformadora del ser del hombre de la humanidad porvenir.

Con la madurez que le permitió desarrollar su doctorado en filosofía en la Universidad Albert Ludwing en Friburgo, Alemania, y su formación en el campo de la Fenomenología, Briceño Guerrero ha extendido el estudio de la identidad cultural, al presentar un camino desde el campo de la filosofía, sobre todo para quienes compartimos el ser latinoamericano, ubicando este planteamiento, -que pasa a ser, en el universo intelectual europeo y contemporáneo, una interrogante esencial-, en el encuentro de la diferencia cultural en el campo del pensamiento.

De allí deriva, lo sé, un aspecto importante en sus estudios. Fue la razón que me llevó a preguntarle sobre si la decodificación de signos escritos en distintas lenguas, determina inevitablemente la manera de pensar, de sentir y de comprender el mundo del ser humano. ¿Comprende el mundo, de la misma forma, un hombre o una mujer que piensan y hablan en inglés y uno que piensa en chino, por ejemplo? Me miró con ojos sorprendidos y me respondió: “El tema del lenguaje, es un tema caro a mis intereses, que trasciende y es de mi preferencia”.

La complejidad de la expresión verbal para él, evidencia la creativa ingeniosidad del habla latinoamericana, a través de la cual aparece una psique compleja. El habla del mestizo de Latinoamérica se regenera en los modelos lingüísticos de las diferentes cosmovisiones que participaron en el encuentro de pueblos del siglo XVI, autóctonos y europeos. En sus expresiones se puede vislumbrar la magnitud del conflicto, así como las cimas perfeccionadas y los precipicios del sentido de la vida y el universo. Ese saber, a veces misterioso, escondido, no revelado totalmente, se expresa en estilos y formas verbales, que recubren, comportamientos, emociones, formas de expresión.

Cuando nos preguntamos sobre por qué el pueblo venezolano, -latinoamericano-, en ocasiones es incapaz de consolidar obras que demandan concentración de esfuerzos y paciencia, como familia, empresas y buen gobierno, la respuesta podríamos encontrarla allí, en la incapacidad del “trabajo silencioso constructivo…”.

En esa anchura están las posibilidades de una lengua capaz de expresar la unidad humana que somos. Y en la prodigalidad anímica y creativa de nuestra habla, en sus cánones estructurales y semánticos, podríamos encontrar la explicación del por qué somos distintos en nuestras cosmovisiones, en cuanto somos distintos de nuestras lenguas madres. De allí nuestros modos y pasiones inéditas, como la tolerancia y la fraternidad. Briceño Guerrero se pregunta si ese mestizo: “¿Habrá perdido su voz porque ha de emitir la voz de todos los pueblos?”.

sábado, 25 de octubre de 2014

Antonio Skármeta Premio Nacional de Literatura 2014 de su país natal, Chile (entrevista)

Antonio Skármeta disfrutó la Feria del Libro de la Universidad de Carabobo, en Valencia, Venezuela. Fotos de José Antonio Rosales


Antonio Skármeta estuvo en Valencia en octubre de 2006, invitado a la VII Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo. El hoy Premio Nacional de Literatura 2014 de Chile sostuvo un encuentro intenso con la ciudad.

Junto al profesor Reinaldo Villegas Astudillo, Cónsul de Chile en Valencia, tuve la oportunidad de acompañarlo. Firmó libros, dictó conferencias, asistió a foros de cine, animó tertulias, ofreció entrevistas, y, en un acontecimiento inédito, también desafió a la suerte, apostando a una de sus pasiones: los caballos.

En fin, en tres días de presencia activa dejó una huella imborrable en quienes compartimos con él literatura, buena mesa, pródiga charla y la inagotable compresión de quien alimenta una extraordinaria vocación para el diálogo cercano.

Una de sus intervenciones más celebradas, fue la que se llevó a cabo con los estudiantes de la Facultad de Educación de la Universidad de Carabobo, en donde, además de exhibir capítulos de su memorable programa el Show de los libros, dio algunas de las claves de su éxito. Otro de aquellos encuentros, fue el realizado en la sala de Cine Arte Patio Trigal para ver la película La pequeña revancha, de Olegario Barrera, con guión de la escritora Laura Antillano, basada en el libro La Composición de Skármeta.

Al marcharse dejó, entre otros testimonios, una entrevista, -que reproducimos-, y la sonrisa de amabilidad que el mundo entero le ha conocido gracias a sus programas de televisión El Show de los Libros, La Torre de Papel y Un mundo Alucinante, con los que ha dado a conocer, no sólo su talento, sino su amor y respeto por los libros, los lectores y la lectura.

Aquí el texto de la entrevista.



Antonio Skármeta: Dispongo con alegría mi corazón para el encuentro en Valencia




Antonio Skármeta, autor de libros como Soñé que la nieve ardía (1975), No pasó nada (1980), El cartero de Neruda (1985), Match Ball (1989), La boda del poeta (1999), Neruda por Skármeta (2004), nació en Antofagasta, Chile, en 1940. Estudió filosofía y literatura en la Universidad de Chile y en la Universidad de Columbia en Nueva York. Y en este momento, cuando es uno de los escritores más importantes y requeridos de su país, en actitud sencilla y amable, accedió a tener con nosotros una plática, vía correo electrónico, antes de su participación en la 7ma. Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, a la que vendrá para el corte de cinta el día 28 de octubre de 2006, seguramente con la misma sonrisa que el mundo entero le ha conocido gracias a sus programas de televisión El Show de los Libros, La Torre de Papel y Un mundo Alucinante.



¿Ha venido antes a Venezuela?



Varias veces, todas inolvidables. En los años ´70, a un encuentro sobre el exilio latinoamericano que tuvo lugar en Mérida al que acudió, entre otros distinguidos escritores, Julio Cortázar. Luego al estreno mundial en español de mi obra teatral Ardiente Paciencia que luego sería en cine El cartero de Neruda, en la Sala Rajatabla de Caracas. En otras ocasiones visité muestras excelentes en el Museo Sofía Imber, asistí a estrenos del ballet Danza Hoy. Fui una vez jurado del Premio Rómulo Gallegos (1997), y en otras ocasiones vine especialmente para presentar mis nuevos libros al público venezolano. Alguna otra vez fui porque sí “just for the fun of it”. Pero me faltaba Valencia, y dispongo con alegría mi corazón para este encuentro.


¿Qué sentimientos le produce visitar nuestro país en el marco de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo?


América Latina necesita crecer culturalmente hacia el interior de cada uno de sus pueblos y expandir sus ricas creaciones al mundo. La Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo es una iniciativa loable en ambos sentidos. En el libro están muchas de las reservas de inteligencia e imaginación alternativa y creadora en sociedades donde la comunicación masiva tiende a conformarse siempre con “lo mismo”.


Su íntima relación con los libros va más allá del hecho de la escritura. Es una relación también como lector. ¿Podría indicarnos qué libros han dejado en usted una impronta significativa?



Claro, porque he hecho programas de televisión como “El Show de los Libros”,”La Torre de Papel” y “Un mundo alucinante”, que a lo largo de años han sido vistos por el público internacional. Esta fue una excitante experiencia: darle visibilidad al libro en el espacio de la televisión, con altas cuotas de sintonía, donde el lugar común decía que una aventura así era inviable.


Distintos libros me han marcado en diversas épocas. De mi infancia elijo dos: Pinocho, de Collodi: es necesario aún seguir tratando de ponerle un corazón a seres que parecen hechos de madera, y Corazón, de Edmundo de Amicis, por su exaltación de esos sentimientos imborrables que nacen en la escuela, el trato tan afectuoso de la solidaridad, y el colorido dramatismo de los episodios intercalados.


En la adolescencia, tres libros que defendieron muy convincentemente con potente lenguaje la verdad de vidas alternativas: El Cazador Oculto, de J.D.Salinger, En el camino, de Jack Kerouac y Los ríos profundos, del peruano José María Arguedas.


No puedo dejar de nombrar las Obras Completas de Pablo Neruda, por la versatilidad y profundidad de sus visiones y la potencia de su comunicación, y por cierto el tesoro inagotable de un clásico como Shakespeare donde parece haberse pensado todo el pasado, presente y futuro de la humanidad.


Por la obra de Skármeta sopla el viento del exilio. Me gustaría que nos hablara del Skármeta escritor que era antes del exilio y del que fue después.


Antes del Golpe de Pinochet de 1973 yo era un miniuniverso en expansión. Respiraba con la alegría de un Walt Whitman, creía en la esencial verdad de la belleza y la bondad de los seres humanos, y mi prosa se alborotaba en busca de la aventura. El golpe y luego el exilio introdujo en mi vida un repertorio de dolores, escepticismo, incredulidad, y una apertura al lado oscuro de los corazones. Mi vida y consecuentemente mi literatura se hicieron más dramáticas.


Al mismo tiempo, al abrirme a culturas diferentes, se amplió mi horizonte de percepciones, se llenó mi mundo de otras tradiciones que supe leer como latinoamericano, y mi obra se nutrió de temas originados en el desarraigo. Allí están por ejemplo: No pasó nada, el exilio latinoamericano en Alemania contado por un niño chileno de 14 años o La Boda del Poeta, un episodio de la preguerra mundial en Europa en 1913 donde un autor de este lado del Atlántico inventa un lenguaje y una actitud original para apropiarse del pasado europeo.


¿Cree usted que la libertad y la poesía, que según sus propias palabras, se apagaron con el golpe militar de Chile en 1973, han vuelto a encenderse en la vida cotidiana de su país?



La creación chilena mantuvo aun durante la etapa más feroz de la dictadura un actitud digna, conmovedoramente confrontacional con ella. Los grupos de teatro, las acciones de arte, el nuevo rock. De vuelta a la democracia, se comienza a medir le intensidad de la paliza. La sombra que deja una represión es difícil de remover de los corazones. Es justamente el arte chileno el que de un modo radical y cuestionador elabora los coletazos de ese pasado infame. Mientras, la dirigencia política ha hecho el trabajo de pacificar el país, consolidar la democracia y hacer crecer la economía.


Chile tiene hoy artistas notables y obras de trascendencia universal, pero a mi manera de ver las cosas, comparando el Chile pre-Golpe con el actual, hay algo dañado en el alma del país que el trabajo de varias generaciones alcance quizás a reparar o reinventar. Los signos son sí alentadores: vienen de quienes hoy son adolescentes.


Su vida, según entiendo, gira entre Chile y Europa. ¿Podría contarnos, para conocerlo un poco más, cómo es hoy la vida del escritor Antonio Skármeta?


Con mucho gusto. Mis obras están hoy traducidas en veinticinco idiomas lo que implica un contacto permanente con públicos de diversas latitudes y temperaturas culturales. Esto implica viajar mucho, dar charlas, participar en debates. Por otra parte, algunos de mis relatos le han resultado atrayentes a productores y directores de cine. Usted, querido Rafael Simón, conoce, por ejemplo, El Cartero y Neruda, de Michael Radford y Pequeña Revancha, de Olegario Barrera. En estos momentos se avanza en el guión y pre producción de mi novela El Baile de la Victoria, Premio Planeta 2003, que dirigirá Fernando Trueba.


Casi la mitad del tiempo vivo en Chile donde me dedico básicamente a escribir.


Es un hecho innegable que la película Il Postino, dirigida por Michael Radford, es un hito importante en su carrera. Pero, díganos en dónde siente usted que este film ha puesto el mayor acento, ¿en su trabajo como novelista o en su labor como guionista cinematográfico?


Me imagino que el mérito de El cartero de Neruda primordial está en la concentrada eficacia dramática del texto donde mi permanente anhelo como creador de fundir en un impulso la gran cultura con la cultura popular se traslada a los espectadores o lectores de un modo emocional y convincente. No de otra manera podría explicarse la irradiación de este motivo en tantos géneros: novela, dos films, obra de teatro con más de doscientas puestas en escena en todo el mundo (incluido el año pasado en China), radioteatro. Si a esto se suma para el próximo año, o el 2008, el anuncio de una comedia musical en Londres y una ópera que el mismo Plácido Domingo ha dicho que cantará el 2009, mi impresión puede ser corroborada con estos datos objetivos.


Usted es, sin duda, un gran promotor de la lectura. De los diferentes géneros de los que se ha valido Antonio Skármeta para llevar adelante esta tarea, entre el cine, la radio, la televisión y su propia producción editorial, ¿cuál cree usted que ha sido el más efectivo?


Le agradezco esta opinión. Como escritor navego por mares muy turbulentos y me sumerjo en sombras espesas, pero al momento de establecer un contacto con el lector, cuido que la organización dramatúrgica de mis relatos transmita la alegría de crear y narrar. En la televisión estimo que logramos deshojar a los programas culturales de esa pompa y formalidad para tratar el arte donde los participantes ponen los ojos en blanco y engolan la voz cada vez que encuentran la palabra “cultura” en sus lenguas. Creo que le dimos visibilidad al libro en espacios que nunca antes habían sido conquistados, gracias a la imaginación lúdica, al humor, a la informalidad, al verdadero amor por las letras.


¿Cree Antonio Skármeta que Latinoamérica es un continente de lectores?, considerando la experiencia editorial de nuestros países y la existencia de grandes ferias del libro, como la de Guadalajara, Bogotá y Buenos Aires.


No. Los lectores constituyen en América Latina una élite y las ferias que usted menciona son ejemplos exitosos de cómo esta minoría se puede ampliar. Pero los fuerzas de la sociedad no están puestas en ellas. Tampoco en la innovación de las políticas educacionales. Sí, por supuesto, en los discursos y en la retórica de los políticos. Pero no en la gris realidad. Compare los presupuestos educacionales con los militares y saque conclusiones.


Finalmente, qué valores destaca Antonio Skármeta en la realización de las ferias del libro como mecanismos de promoción de la lectura, y, sobre todo, tratándose de ferias patrocinadas por universidades?


Me gustan aquellas ferias que son fiestas literarias donde los distribuidores, la prensa, los libreros, los agentes culturales de la zona, facilitan al escritor el contacto con los lectores. Son tan pocas las oportunidades en que un autor y sus libros se presentan juntos, que el público agradece la ocasión. El patrocinio de una universidad es óptimo, pues las instituciones culturales modernas han de ser sensibles al conjunto de la sociedad. Me encantan estos viajes de ida y vuelta entre los templos del saber y la investigación y la vida plural y abigarrada de las calles.