José Manuel Briceño Guerrero. Foto de José Antonio Rosales.
El escritor, filósofo y profesor venezolano José Manuel Briceño Guerrero falleció el pasado 31 de octubre de 2014 en la ciudad de Mérida. Por su obra ensayística y narrativa recibió reconocimientos como el Premio Nacional de Ensayo de 1981 y el Premio Nacional de Literatura de 1996. A continuación, se inserta el apunte personal compartido con el escritor en los espacios de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo.
Conocí al escritor José Manuel Briceño Guerrero –Jonuel Brigue- en la V Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, en el año 2003. Recuerdo haberle dicho entonces que de él me asombraba una suerte de recato personal perceptible en el contacto con la gente. Era un filósofo sin púlpito, un sabio a ras del suelo. Sin embargo, los que lo conocían bien no dejaban de testimoniar que los destellos de su aura mitológica, tenían que ver, -además de su barba bíblica-, con su sabiduría y dotes intelectuales, y su destacada labor en el campo humanístico, compartida por buena parte del mundo.
“Tengo un fascinación por el solo hecho de existir, -me dijo-, de estar aquí y de que haya mundo; las interpelaciones sobre esos secretos son las que me han movido a pensar, y lo que he conseguido es una profundización de esas interrogantes fundamentales, que tal vez no existen para ser contestadas sino para ser sentidas”.
En esos días, el filósofo venezolano nacido en Apure en 1929, me habló sobre la comprensión, la tolerancia y el respeto por el otro -que se alcanzan mediante el desarrollo del espíritu-, “son señales de progreso de la humanidad, más que del desarrollo tecnológico...”; y en la encrucijada de uno de los pasillos de la feria, deteniéndose un rato en uno de los estantes, apuntó que en una sociedad que no consigue arrancarse la espiral de la violencia, el arte y la cultura son las únicas señales posibles por dónde escapar.
Para nadie es un secreto que de él se ha dicho que transforma a sus discípulos en esclavos de sus pensamientos. En algunas ocasiones ha sido víctima de la calumnia y de la infamia; se le ha acusado de dirigir sectas, comunidades satánicas. Pero cuando uno interroga a algunos de sus estudiantes sobre la clase de sociedad que él propone a quienes comparten sus conocimientos, responde que lo único que hace es encenderles la chispa para que sientan su libertad y se comprometan con ella.
No obstante el reconocido respeto por su palabra, Jonuel Brigue no se considera destinado al ejercicio de algún don fundamental; no se siente pensador guardián del mito y la imagen. Esa percepción, expresada en la vieja tradición de los primeros pontífices romanos, a quienes se les encargaba el cuidado de los puentes que daban acceso a los templos donde se guardaba el conocimiento emanado de Dios, sólo para algunos iniciados, para él ha caducado.
En la Universidad de Los Andes, en donde imparte clases, ha encontrado, entre estudiantes y profesores, un ambiente propicio para el cultivo del pensamiento, para confirmar lo que ha llamado “el carácter infinito del hombre”. Y esa infinitud ha podido expresarla en los 18 idiomas y dialectos que habla, -americanos, europeos, asiáticos, modernos, antiguos-, en viajes a través del mundo.
Además de las labores académicas, dedica gran parte de su tiempo a formar una Escuela de iniciados en la Kábala, y en sus cátedras se lee La Torah en Hebreo, los clásicos griegos e italianos en sus propias lenguas. Insertar estas actividades que, para algunos podrían resultar excéntricas, en el ser cotidiano, le ha permitido conocer quiénes somos.
Ello lo ha llevado a reconocer que los venezolanos, por sufrir una gran confusión y aturdimiento “vocacional, profesional, político, social, artístico y hasta sentimental”, estamos desorientados en lo que respecta a nuestro propio ser. Conforme a sus planteamientos, nos corresponde hacer un trabajo con el cual seamos capaces de relacionar tradiciones distintas, pueblos diversos, y ver si en esa relación de culturas y civilizaciones se puede llegar a producir una mayor comprensión entre los seres humanos.
Esta dimensión del ser que ha alcanzado, lo ha convertido en uno de los pensadores más destacados no sólo de Venezuela. Ha logrado fundar un importante auditorio de lectores en torno a sus libros, en todo el mundo. Centros académicos filosóficos en Europa y Asia, ya dan cuenta de la extraordinaria importancia del tema de la multiculturalidad desarrollado por él. Sus libros son textos en los que brillan el talento y la elegancia de un prosista clásico. Pero además son cartas de navegación de sus amores literarios, declaraciones ideológicas sobre la historia y el mundo moderno.
Los temas de los libros de Briceño Guerrero profundizan en el ser del continente Latinoamericano, la indagación de sí mismo y su pasión por el lenguaje. Estos impulsos se entremezclan y se expanden, para lograr un pensamiento que trasciende las fronteras de la venezolanidad.
En 1981 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo, y posteriormente, en 1996, el Premio Nacional de Literatura. Ha escrito ¿Qué es la Filosofía?, América Latina en el Mundo, El Origen del Lenguaje, América y Europa en el Pensar Mantuano, Amor y Terror de las Palabras, Anfisbena. Culebra Ciega, El Laberinto de los Tres Minotauros, Trece Trozos y Tres Trizas, Los recuerdos, los sueños y la razón, entre otros muchos libros, y en ellos se pasea por la ciencia, la filosofía, la identidad, la cultura, el lenguaje, la realidad social.
En uno de sus primeros libros, América Latina en el Mundo su fondo de reflexión es claro: la inquietud por el sitio y el papel que jugará el mestizo latinoamericano en la sensibilidad futura de la humanidad; ofrece rastros que lo marcan como potencial tipo humano idóneo para cumplir una tarea sui generis, ennoblecedora y transformadora del ser del hombre de la humanidad porvenir.
Con la madurez que le permitió desarrollar su doctorado en filosofía en la Universidad Albert Ludwing en Friburgo, Alemania, y su formación en el campo de la Fenomenología, Briceño Guerrero ha extendido el estudio de la identidad cultural, al presentar un camino desde el campo de la filosofía, sobre todo para quienes compartimos el ser latinoamericano, ubicando este planteamiento, -que pasa a ser, en el universo intelectual europeo y contemporáneo, una interrogante esencial-, en el encuentro de la diferencia cultural en el campo del pensamiento.
De allí deriva, lo sé, un aspecto importante en sus estudios. Fue la razón que me llevó a preguntarle sobre si la decodificación de signos escritos en distintas lenguas, determina inevitablemente la manera de pensar, de sentir y de comprender el mundo del ser humano. ¿Comprende el mundo, de la misma forma, un hombre o una mujer que piensan y hablan en inglés y uno que piensa en chino, por ejemplo? Me miró con ojos sorprendidos y me respondió: “El tema del lenguaje, es un tema caro a mis intereses, que trasciende y es de mi preferencia”.
La complejidad de la expresión verbal para él, evidencia la creativa ingeniosidad del habla latinoamericana, a través de la cual aparece una psique compleja. El habla del mestizo de Latinoamérica se regenera en los modelos lingüísticos de las diferentes cosmovisiones que participaron en el encuentro de pueblos del siglo XVI, autóctonos y europeos. En sus expresiones se puede vislumbrar la magnitud del conflicto, así como las cimas perfeccionadas y los precipicios del sentido de la vida y el universo. Ese saber, a veces misterioso, escondido, no revelado totalmente, se expresa en estilos y formas verbales, que recubren, comportamientos, emociones, formas de expresión.
Cuando nos preguntamos sobre por qué el pueblo venezolano, -latinoamericano-, en ocasiones es incapaz de consolidar obras que demandan concentración de esfuerzos y paciencia, como familia, empresas y buen gobierno, la respuesta podríamos encontrarla allí, en la incapacidad del “trabajo silencioso constructivo…”.
En esa anchura están las posibilidades de una lengua capaz de expresar la unidad humana que somos. Y en la prodigalidad anímica y creativa de nuestra habla, en sus cánones estructurales y semánticos, podríamos encontrar la explicación del por qué somos distintos en nuestras cosmovisiones, en cuanto somos distintos de nuestras lenguas madres. De allí nuestros modos y pasiones inéditas, como la tolerancia y la fraternidad. Briceño Guerrero se pregunta si ese mestizo: “¿Habrá perdido su voz porque ha de emitir la voz de todos los pueblos?”.
sábado, 1 de noviembre de 2014
José Manuel Briceño Guerrero: la voz de todos los pueblos (crónica)
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
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