domingo, 2 de noviembre de 2014

Laura Esquivel: “Sin sabor de vida la literatura no existe” (entrevista)

Laura Esquivel: “Es inminente la llegada de una nueva revolución, pero pienso que ahora no se va a dar de afuera hacia dentro, sino a la inversa". Foto de Carlos Javier Capella Bello.


La escritora Laura Esquivel estuvo presente en los espacios de la 15 Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, vía teleconferencia, como parte de la delegación mexicana. Con su obra nos impregna del aroma de las tradiciones gastronómicas de su país, y nos habla del amor que se ejercita, a través de la literatura, en el dominio de las emociones del arte culinario, materia prima de sus narraciones.

La autora mexicana, que ha publicado también La ley del amor, (1995); Íntimas suculencias, Tratado filosófico de cocina (1998); Estrellita marinera, (1999); El libro de las emociones, (2000); Tan veloz como el deseo, (2001); Malinche, (2004); Escribiendo la nueva historia o cómo dejar de ser víctima en doce lecciones (2013); A Lupita le gustaba planchar (2014), es mundialmente conocida por la novela Como agua para chocolate (1989).

A través de la lectura de algunas de sus obras, nos hemos aproximado a sus motivaciones, a sus intereses y a sus convicciones.





Los primeros años de la vida de la escritora mexicana Laura Esquivel, transcurrieron a la vera del fuego, en la cocina de su madre y de su abuela, constatando en aquel intercambio en el ámbito consagrado a la confección de la comida, cómo estas dos mujeres especiales “se convertían en sacerdotisas, en grandes alquimistas que jugaban con el agua, el aire, el fuego, la tierra, los cuatro elementos que conforman la razón de ser del universo”.

La cocina, considerada como un espacio para la mujer y la preparación de los alimentos, recobró así importancia en la obra de Laura Esquivel, pues, aunque siguió siendo un lugar para la producción de los alimentos, se constituyó, igualmente, en el escenario para reflejar los secretos de las mujeres y la historia nacional del país.

En este ámbito, su abuela, su madre y sus tías, reviven las tradiciones, el folklore y su cultura, “amasando, adobando, macerando, reposando, serenando, al calor de la vida vivida por nuestros antepasados”, dice.

De esta manera, la cocina se transforma en el lugar íntimo y privado para esas mujeres, en donde se establece una alianza y una complicidad, para rebelarse contra lo convencional y luchar por defender la autenticidad de una voz.

Afirma la autora, recordando a las mujeres de su familia: “lo más sorprendente es que lo hacían de la manera más humilde, como si no estuvieran haciendo nada, como si no estuvieran transformando el mundo a través del poder purificador del fuego, como si no supieran que los alimentos que ellas preparaban y que nosotros comíamos permanecían dentro de nuestros cuerpos por muchas horas, alterando químicamente nuestro organismo, nutriéndonos el alma, el espíritu, dándonos identidad, lengua, patria”.

Es allí, pues, donde recibió las primeras lecciones de su vida, como aquella de no pisar un grano de maíz tirado en el piso porque en él estaba contenido “todo el universo”.

En ese lugar sagrado, -que ya había sido elevado al valor de centro del saber y laboratorio de aprendizaje y conocimiento por Sor Juana Inés de la Cruz: (“Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”.)-, fue atrapada por el poder hipnótico de la llama, oyendo las largas pláticas con la abuela y las tías y escuchando sus historias de mujeres.

“La cocina es como el vientre de la casa donde se cobija la vida; ahí está el fuego, uno de los principales elementos que conforman el mundo. Allí estamos en contacto con nuestro verdadero origen, porque somos lo que comemos”.

Y fue de allí de donde surgió la materia prima de la que se alimentaría su producción literaria, sobre todo Como agua para chocolate, la historia sobre Tita y Pedro, la novela con la que alcanzaría fama internacional.

El libro, que fue llevado al cine por su entonces marido Alfonso Arau en 1992, descubrió para los lectores el amor que hay en el acto de cocinar, y el acto de entrega que supone. La novela describe cómo surge la efervescencia amorosa tras degustar codornices con pétalos de rosa y el poder de recobrar la memoria tras sorber un caldo de colita de res, en ricas asociaciones metafóricas de la comida y del comer, con el sexo, la sexualidad y la vida.

“Cuando cocinamos, -comenta la autora-, utilizamos todos los elementos que conforman el mundo, jugamos con ellos y, sosteniéndolos en el amor, hacemos una única cosa que después va a ser ingerida por los demás. Como la literatura”.

El libro, publicado en 1989, ha sido traducido a 36 idiomas, y desde entonces, su haber literario se ha enriquecido con nuevas recetas, nuevas ficciones y ensayos, y en la actualidad desarrolla una actividad social militante, que la ha llevado a repensar sus creencias de joven universitaria, que consideraba que sólo en los libros y en las universidades estaba contenida la verdad del universo.

“Muchas de nosotras, -recuerda-, participamos durante los años sesenta en la consolidación de la lucha que otras mujeres ya habían iniciado a principios de siglo. Sentíamos que los urgentes cambios sociales que se necesitaban en ese momento se iban a dar fuera de la casa. Todas teníamos que incorporamos, salir, luchar. No había tiempo que perder, mucho menos en la cocina. Lugar por demás devaluado, junto con las actividades hogareñas que se veían como actos cotidianos sin mayor trascendencia que únicamente obstaculizaban la búsqueda del conocimiento, el reconocimiento público, la realización personal”.

Hoy, aquellas convicciones han sido revisadas por ella, y al conocimiento necesario adquirido en las Universidades, le ha agregado el saber ancestral de las tradiciones aprendidas en el hogar familiar.

“Es inminente, -afirma-, la llegada de una nueva revolución, pero pienso que ahora no se va a dar de afuera hacia dentro, sino a la inversa. Ésta consistirá en la recuperación de nuestros ritos, de nuestras ceremonias, en el establecimiento de una nueva relación con la tierra, con el universo, con lo sagrado. Todo esto sólo es posible en los espacios íntimos”.

Es ahí, alrededor del fuego, donde surgirá lo que ella ha denominado el “Nuevo Hombre”.

¿Cómo lo define?

“El nuevo hombre es aquel que consigue reintegrar a su vida el pasado y las enseñanzas del pasado, los sabores perdidos, la música que olvidamos, las caras de los abuelos, los gestos de los muertos. Es el hombre que no olvida que lo más importante no es la producción sino el hombre que produce. Que el bienestar del hombre -de todos los hombres- debe ser el principal objetivo del desarrollo del hombre. Que el hombre nuevo es el hombre completo, el que ha conseguido superar la maldición que nos escinde y nos hace ser seres mutilados e infelices. El hombre nuevo es el que lee en la vida y que lee la vida, que lee la literatura y vive la literatura, el que vive la vida y la reencuentra en la literatura porque sus actos son de vida… el que invoca la vida a través de esos pequeños retazos de intimidad, el que vuelve a recordar a la gente que es indispensable leer y vivir con la misma intensidad, el que recuerda nuevamente que sin sabor la vida no vale la pena ser vivida y que sin sabor de vida la literatura no existe”.



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