Foto José Antonio Rosales.
LA SEMILLA DE LA MÚSICA
La conversación se inició justamente por el recuerdo de las calles y las casas del caserío de La Candelaria. La primera cosa que nos dijo es que viene de un hogar de campesinos larenses. Su padre, que había nacido en Carora, en 1885, a los 18 años se mudó para el campo, sacándole el cuerpo a la guerra civil. Y fue en La Candelaria, caserío ubicado a 30 kilómetros de Carora, donde se estableció, finalmente, como dependiente en un negocio de pulpería. Allí conoció a la que sería la madre del maestro, con quien concibió diez hijos más. En ese lugar –dice- transcurrió su infancia, sembrando maíz y cuidando chivos y gallinas. Pero también escuchando a los músicos y a los poetas que se reunían en la pulpería de su padre. Este contacto fue el que sembró en él las primeras semillas de un fruto distinto de los que había cultivado en el campo.
Allí no había escuelas, y según nos refiere, fue un tío quien le enseñó las primeras letras. En esa época, era común que la educación las impartiese un miembro de la familia, porque escaseaba la gente que se dedicara a la enseñanza rural. Sin embargo, en ese mundo, aislado y bucólico, era posible conseguir a gente letrada. Se daba ese fenómeno de personas analfabetas que coincidían con apasionados e insospechados lectores.
“Aunque parezca increíble –afirma- a La Candelaria de la década del 1930 llegaban algunos periódicos de Carora, de Barquisimeto y aun de Caracas, como El Universal, que encontraban lectores. Mi abuelo materno era uno de esos lectores; un hombre culto, que había sido un músico magnífico, y un guitarrista de música académica. Todavía conservo dos libros que heredé de él: Método de Guitarra, de Fernando Carulli, y la Divina Comedia, de Dante. Estos encuentros con la cultura estimularon notablemente mis deseos de aprender”.
Desde pequeño se supo siempre movido por un gran deseo de saber, de averiguar lo que sucedía más allá de su aldea. Sin saber, todavía, lo que iba a ser como músico.
“No lo sabía, ni siquiera lo sospechaba. Lo que me llevó en aquella época a salir de La Candelaria fue el atractivo caroreño que me enamoró con una fuerza extraordinaria y de la que tuve noticias a través de los periódicos y de los visitantes que iban por el pueblo durante las fiestas patronales o en navidades. Carora se me mostraba como un lugar en donde había recitales poéticos, encuentros musicales, disertaciones, que revelaban a aquella ciudad como un ambiente lleno de cultura”.
“Supe de esa ciudad, como dije, a través de los periódicos. Hay que decir que yo llegué a Carora a los dieciséis años, con tercer grado de educación primaria. Una vez allí, tuve la suerte de encontrarme a don Cecilio Zubillaga y recibir de él un gran estímulo. Al terminar el sexto grado, don Cecilio, a quien considero mi padre espiritual, y quien me había oído tocar la guitarra en su casa, al comunicarle mi deseo de proseguir estudios de secundaria, me dijo: ´Eso es un absurdo. Tú tienes que convertirte en un gran artista. Te vas a ir a Trujillo a estudiar música´. Y me dio una carta para Laudelino Mejías, director de la banda de Trujillo. Laudelino era maestro de armonía, teoría y solfeo. Un gran creador y un maestro. En ese momento, creo que nací para el mundo de la música clásica. Don Cecilio fue quien decretó mi futuro”.
“Para sostenerme esos años aprendí el oficio de tipógrafo y entré en la Imprenta del Estado, con un empleo de ocho horas diarias. No sé de dónde, pero siempre tuve tiempo para estudiar música. Logré aprender saxofón y clarinete, por lo que el maestro Laudelino Mejías me ubicó como saxofonista de la banda del estado; un trabajo que me permitió estudiar la guitarra. Mi estadía en Trujillo, en ese sentido, fue una escuela para mí, porque aprendí también inglés y mecanografía, herramientas que me sirvieron para viajar a Caracas”.
“Sin embargo, en todo ese tiempo el maestro Laudelino Mejías insistió en que debía quedarme en Trujillo. Me decía: ´espérate. Yo sé cuándo tienes que irte, para que llegues a ser lo que yo estoy seguro que tú vas a ser´. Hasta que 1945 comencé estudios formales con Raúl Borges. Cuando éste me oyó tocar vio que tenía habilidades. Yo tocaba la guitarra de oído solamente; había compuesto incluso una pieza y cantaba en la radio de Trujillo. Es Borges quien me forma. Tanto, que cuando me fui a España a perfeccionarme ya llevaba una formación completa, gracias al maestro Borges. Allá observaron que yo tenía una técnica sin mácula, buena inspiración y dominio del instrumento”.
LA PRIMERA EDUCACIÓN
Con relación a sus capacidades virtuosas nos dice que todo es una mezcla. Es, por un lado, La Candelaria donde están sus raíces musicales primordiales. La vocación musical cotidiana, que se reflejaba en las reuniones, en los bautizos, en los matrimonios, en los nacimientos, en las navidades, en las fiestas patronales, el arte musical popular. Y por otro lado, es el sonido de la sangre de su padre y de sus abuelos. “Uno nace con un talento, pero en mi caso contribuyó mucho el hecho de que yo nací en La Candelaria, donde la música era el pan nuestro de cada día. En cada casa había un instrumento, un cuatro, un violín, una guitarra, una bandolín, unas maracas, un tambor. Era un pueblecito de 300 habitantes lleno de música. Frecuentemente nos reuníamos para tocar, cantar, bailar, y los fines de semana siempre había bailes y serenatas. Allí estuvo mi primera educación, mi primera experiencia con los sonidos. Todo eso estaba ya dentro de mí, unido, por su puesto, a un aspecto claramente genético, porque mi padre era un gran cuatrista, y todo el mundo en mi familia tocaba y bailaba muy bien. Mi abuelo había sido guitarrista y violinista, mi bisabuelo era un gran cantor de velorios, que cantaba salves en los campos. Y luego, hay un entorno nacional de música, del que yo he estado impregnado: de lo que se tocaba en las bandas, los valses, merengues, joropos, del sonido del arpa, de la bandola, de todas esas cosas nuestras. Hay una repercusión, sin duda, en toda mi personalidad; un impacto que ha ido evolucionando, purificándose, haciéndose más exigente, más puro, más noble. Eso ha persistido a lo largo de mi vida”.
OÍDO PERFECTO
Hoy celebra la existencia de ese entorno, que va más allá de La Candelaria. Es el país, pues es cierto -dice-, que en el venezolano no es difícil descubrir esa vocación por la música. De hecho, el maestro Alirio Díaz está convencido de que “uno de los pueblos más músicos del mundo es Venezuela. Un pueblo en el que, además, pervive con fuerza enorme una raíz popular de la que nuestros grandes compositores han partido para hacer obras de aliento universal. Con mucha frecuencia constato que los jóvenes venezolanos tienen esas cualidades que son indispensables para llegar a ser grandes músicos”.
¿Cuáles son esas cualidades? “El oído, perfecto. El sentido del buen gusto, el deseo de mejorar, de evolucionar y de prepararse. Y, algo muy importante: continuar la tradición. En la actualidad hay un movimiento de guitarristas en Venezuela que son creadores también, cosa que no existía hace unos años. El único que poseía esas características en mis años mozos era Antonio Lauro. Hoy en día tenemos músicos y compositores que serán grandes, pero que todavía están en una etapa inicial. Esta preparación lleva tiempo, toma años, porque el proceso creativo conlleva madurez, práctica continua. Por eso es fundamental enseñarle a los jóvenes músicos venezolanos que este asunto es más de persistentes que de genios”.
“La vocación, dice, debe estimularse en un marco de trabajo constante, de espíritu de disciplina. Eso es lo fundamental. Cuántos genios se han perdido por falta de voluntad. Y lo otro es el carácter. Un artista, un verdadero artista, debe entrenar su capacidad para soportar calamidades, hambre, sacrificios, agotamiento, renuncias de todo orden; debe estar preparado para conocerse a sí mismo y ver en su interior tanto la maravilla como el espanto. El artista tiene que saber lo que tiene por dentro y estar avisado porque puede llevar consigo el horror, mezclado con lo sublime de la belleza. El artista debe templar su carácter en un trabajo sin descanso. Debe aceptar las críticas; no rechazarlas, sino comprenderlas. Una crítica negativa puede traer cosas positivas si se la sabe interpretar; para eso hay que tener sentido autocrítico. Pero la autocrítica viene con la experiencia, con los años, por eso a un joven no se le puede alabar gratuitamente. Decirle a un niño que es un genio puede frenarle un proceso por el que, de todas formas, tendrá que pasar, justamente, halado por el deseo de mejorar”.
“Ahora los jóvenes tienen una cantidad de ventajas con respecto a las condiciones que yo tuve en mi etapa de formación. Cuando yo empecé a estudiar con mi maestro había una cantidad de detalles todavía inciertos, en cuanto a procedimientos técnicos, más que todo. La guitarra no era la guitarra de hoy, que ha ganado en cualidades y en calidades. Ahora el instrumento suena mejor, tiene mayor y mejor sonido; ahora se usan las cuerdas de nylon que en esa época no se usaban. Se usaban las cuerdas de acero y algunos usaban cuerdas de tripa. El repertorio no era tan accesible como hoy; no había la discografía de la guitarra que hoy está disponible para grandes audiencias. Hay becas y, muy importante, concursos nacionales e internacionales, festivales a los que se invita a guitarristas de todo el mundo, lo que ofrece la posibilidad de confrontarse con los otros”.
“Y SÍ, TIENE MUCHO DE MUJER”
A lo largo de su vida, también, ha moldeado el cuerpo de más una guitarra, ese instrumento maravilloso con el que se le asocia inevitablemente.
“Ahora tengo seis guitarras de concierto: una, alemana, que es exactamente igual a la que tenía mi maestro Andrés Segovia; y otras de autores italianos y españoles, aunque no muy conocidos, notables. También tengo una Yamaha, que me la regalaron en un viaje que hice al Japón”.
Y en esas manos que la sostienen, es posible ver la definición de una vocación y el gusto del instrumento por la caricia que las hace intérpretes. La guitarra parece exigir ciertas cualidades físicas de las manos que le demandan, como son los dedos largos y flexibles, delgados y afilados, como las uñas que pueden debilitar el sonido si tienen poco calcio.
“La configuración de mi mano me la ha fraguado el ejercicio, pero además hay que tener una base, una estructura física que no sólo implica la mano. En cada ejecución también debe estar comprometido el cuerpo, porque tocar una guitarra exige una determinada sensibilidad. Las manos, el cuerpo todo, deben disponerse para extraer del instrumento un sonido que tiene que poseer fuerza, al tiempo que ternura. Mi cuerpo acaricia el instrumento y el sonido que emerge debe acariciar a quien lo escucha. Es una transmisión física. El sonido debe responder a un efecto estético, artístico, de carácter profundamente emotivo. No hay mediación alguna entre la mano del guitarrista y la cuerda que emite el sonido, de manera que ese tañido que tú oyes ha salido de mi mano, de mi cuerpo, de mi corazón”.
“La guitarra es un ser vivo que transmite una corriente de emociones que se comunica en un diálogo íntimo. Yo soy el dueño único de ese universo sonoro que la guitarra pone a andar a través de mis pulsaciones. Mi guitarra, gracias a los conciertos, ya está preparada para responder a lo que yo le pido. Puedo tocar una guitarra que no sea la mía, pero la entrega total sólo la obtengo del instrumento que he moldeado yo con el uso por muchos años. A cambio, yo tengo que atenderla, cuidarla, consentirla”.
“Y sí, tiene mucho de mujer. Tiene sus formas, su cuerpo, y yo soy el único hombre que la acaricia. De hecho, hay un pacto entre ella y yo, de comprensión mutua y de mutua protección que se refleja en el sonido. No me comporto como el intérprete que va a sacar de la guitarra lo que ésta no quiere dar. Debe haber una entrega recíproca. Tiene que darse un intercambio de profunda comprensión, integrarse uno al otro, de modo de producir esa interpretación que trascienda. Al abrazar la guitarra es como si abrazara un cuerpo”.
“Por eso no permito que a la guitarra de Alirio Díaz la toque otro que no sea Alirio Díaz”.
El lugar donde nació Alirio Díaz, La Candelaria, un pequeño pueblo cercano a Carora, en el estado Lara, un 12 de noviembre de 1923, se conserva igual al día en el que su madre lo alumbró, nos dice el propio maestro. Sigue siendo un caserío agobiado por el sol y demorado en el tiempo. Una aldea aislada y deprimida que no tiene que ver con las ciudades del mundo por las que hoy anda: Roma, Edimburgo, Viena.
Pero Alirio Díaz, a pesar de tanto universo transitado, no ha perdido el músculo de tierra primitiva que todavía lo ata al lugar donde vio aquella luz. La que lo impregnó –según supo después- del genio con el que ha tejido la música de su guitarra.
Estuvo en Valencia, deteniendo su tránsito europeo, lo que nos dio la oportunidad de acercarnos a él en una Naguanagua menos cosmopolita que Viena, pero más ruidosa y arriesgada que el pueblecito de La Candelaria. A la cita asistimos el fotógrafo José Antonio Rosales y este servidor, gracias a los buenos oficios –es necesario decirlo- del profesor de la Universidad de Carabobo Pedro Crespo, quien lo condujo a la cita, en compañía de otro personaje iluminado por el genio de la música, según lo afirmado por el mismo maestro, el concertista de cuatro Leonardo Lozano.
Esa mañana, el instrumento de su corazón nos mostró al larense exacto que es. Al músico de convicciones armónicas y al ser humano que es capaz de impresionar por su ausencia de vanidad. En estas líneas, la reproducción afectuosa de sus palabras.
Pero Alirio Díaz, a pesar de tanto universo transitado, no ha perdido el músculo de tierra primitiva que todavía lo ata al lugar donde vio aquella luz. La que lo impregnó –según supo después- del genio con el que ha tejido la música de su guitarra.
Estuvo en Valencia, deteniendo su tránsito europeo, lo que nos dio la oportunidad de acercarnos a él en una Naguanagua menos cosmopolita que Viena, pero más ruidosa y arriesgada que el pueblecito de La Candelaria. A la cita asistimos el fotógrafo José Antonio Rosales y este servidor, gracias a los buenos oficios –es necesario decirlo- del profesor de la Universidad de Carabobo Pedro Crespo, quien lo condujo a la cita, en compañía de otro personaje iluminado por el genio de la música, según lo afirmado por el mismo maestro, el concertista de cuatro Leonardo Lozano.
Esa mañana, el instrumento de su corazón nos mostró al larense exacto que es. Al músico de convicciones armónicas y al ser humano que es capaz de impresionar por su ausencia de vanidad. En estas líneas, la reproducción afectuosa de sus palabras.
LA SEMILLA DE LA MÚSICA
La conversación se inició justamente por el recuerdo de las calles y las casas del caserío de La Candelaria. La primera cosa que nos dijo es que viene de un hogar de campesinos larenses. Su padre, que había nacido en Carora, en 1885, a los 18 años se mudó para el campo, sacándole el cuerpo a la guerra civil. Y fue en La Candelaria, caserío ubicado a 30 kilómetros de Carora, donde se estableció, finalmente, como dependiente en un negocio de pulpería. Allí conoció a la que sería la madre del maestro, con quien concibió diez hijos más. En ese lugar –dice- transcurrió su infancia, sembrando maíz y cuidando chivos y gallinas. Pero también escuchando a los músicos y a los poetas que se reunían en la pulpería de su padre. Este contacto fue el que sembró en él las primeras semillas de un fruto distinto de los que había cultivado en el campo.
Allí no había escuelas, y según nos refiere, fue un tío quien le enseñó las primeras letras. En esa época, era común que la educación las impartiese un miembro de la familia, porque escaseaba la gente que se dedicara a la enseñanza rural. Sin embargo, en ese mundo, aislado y bucólico, era posible conseguir a gente letrada. Se daba ese fenómeno de personas analfabetas que coincidían con apasionados e insospechados lectores.
“Aunque parezca increíble –afirma- a La Candelaria de la década del 1930 llegaban algunos periódicos de Carora, de Barquisimeto y aun de Caracas, como El Universal, que encontraban lectores. Mi abuelo materno era uno de esos lectores; un hombre culto, que había sido un músico magnífico, y un guitarrista de música académica. Todavía conservo dos libros que heredé de él: Método de Guitarra, de Fernando Carulli, y la Divina Comedia, de Dante. Estos encuentros con la cultura estimularon notablemente mis deseos de aprender”.
Desde pequeño se supo siempre movido por un gran deseo de saber, de averiguar lo que sucedía más allá de su aldea. Sin saber, todavía, lo que iba a ser como músico.
“No lo sabía, ni siquiera lo sospechaba. Lo que me llevó en aquella época a salir de La Candelaria fue el atractivo caroreño que me enamoró con una fuerza extraordinaria y de la que tuve noticias a través de los periódicos y de los visitantes que iban por el pueblo durante las fiestas patronales o en navidades. Carora se me mostraba como un lugar en donde había recitales poéticos, encuentros musicales, disertaciones, que revelaban a aquella ciudad como un ambiente lleno de cultura”.
“Supe de esa ciudad, como dije, a través de los periódicos. Hay que decir que yo llegué a Carora a los dieciséis años, con tercer grado de educación primaria. Una vez allí, tuve la suerte de encontrarme a don Cecilio Zubillaga y recibir de él un gran estímulo. Al terminar el sexto grado, don Cecilio, a quien considero mi padre espiritual, y quien me había oído tocar la guitarra en su casa, al comunicarle mi deseo de proseguir estudios de secundaria, me dijo: ´Eso es un absurdo. Tú tienes que convertirte en un gran artista. Te vas a ir a Trujillo a estudiar música´. Y me dio una carta para Laudelino Mejías, director de la banda de Trujillo. Laudelino era maestro de armonía, teoría y solfeo. Un gran creador y un maestro. En ese momento, creo que nací para el mundo de la música clásica. Don Cecilio fue quien decretó mi futuro”.
“Para sostenerme esos años aprendí el oficio de tipógrafo y entré en la Imprenta del Estado, con un empleo de ocho horas diarias. No sé de dónde, pero siempre tuve tiempo para estudiar música. Logré aprender saxofón y clarinete, por lo que el maestro Laudelino Mejías me ubicó como saxofonista de la banda del estado; un trabajo que me permitió estudiar la guitarra. Mi estadía en Trujillo, en ese sentido, fue una escuela para mí, porque aprendí también inglés y mecanografía, herramientas que me sirvieron para viajar a Caracas”.
“Sin embargo, en todo ese tiempo el maestro Laudelino Mejías insistió en que debía quedarme en Trujillo. Me decía: ´espérate. Yo sé cuándo tienes que irte, para que llegues a ser lo que yo estoy seguro que tú vas a ser´. Hasta que 1945 comencé estudios formales con Raúl Borges. Cuando éste me oyó tocar vio que tenía habilidades. Yo tocaba la guitarra de oído solamente; había compuesto incluso una pieza y cantaba en la radio de Trujillo. Es Borges quien me forma. Tanto, que cuando me fui a España a perfeccionarme ya llevaba una formación completa, gracias al maestro Borges. Allá observaron que yo tenía una técnica sin mácula, buena inspiración y dominio del instrumento”.
LA PRIMERA EDUCACIÓN
Con relación a sus capacidades virtuosas nos dice que todo es una mezcla. Es, por un lado, La Candelaria donde están sus raíces musicales primordiales. La vocación musical cotidiana, que se reflejaba en las reuniones, en los bautizos, en los matrimonios, en los nacimientos, en las navidades, en las fiestas patronales, el arte musical popular. Y por otro lado, es el sonido de la sangre de su padre y de sus abuelos. “Uno nace con un talento, pero en mi caso contribuyó mucho el hecho de que yo nací en La Candelaria, donde la música era el pan nuestro de cada día. En cada casa había un instrumento, un cuatro, un violín, una guitarra, una bandolín, unas maracas, un tambor. Era un pueblecito de 300 habitantes lleno de música. Frecuentemente nos reuníamos para tocar, cantar, bailar, y los fines de semana siempre había bailes y serenatas. Allí estuvo mi primera educación, mi primera experiencia con los sonidos. Todo eso estaba ya dentro de mí, unido, por su puesto, a un aspecto claramente genético, porque mi padre era un gran cuatrista, y todo el mundo en mi familia tocaba y bailaba muy bien. Mi abuelo había sido guitarrista y violinista, mi bisabuelo era un gran cantor de velorios, que cantaba salves en los campos. Y luego, hay un entorno nacional de música, del que yo he estado impregnado: de lo que se tocaba en las bandas, los valses, merengues, joropos, del sonido del arpa, de la bandola, de todas esas cosas nuestras. Hay una repercusión, sin duda, en toda mi personalidad; un impacto que ha ido evolucionando, purificándose, haciéndose más exigente, más puro, más noble. Eso ha persistido a lo largo de mi vida”.
OÍDO PERFECTO
Hoy celebra la existencia de ese entorno, que va más allá de La Candelaria. Es el país, pues es cierto -dice-, que en el venezolano no es difícil descubrir esa vocación por la música. De hecho, el maestro Alirio Díaz está convencido de que “uno de los pueblos más músicos del mundo es Venezuela. Un pueblo en el que, además, pervive con fuerza enorme una raíz popular de la que nuestros grandes compositores han partido para hacer obras de aliento universal. Con mucha frecuencia constato que los jóvenes venezolanos tienen esas cualidades que son indispensables para llegar a ser grandes músicos”.
¿Cuáles son esas cualidades? “El oído, perfecto. El sentido del buen gusto, el deseo de mejorar, de evolucionar y de prepararse. Y, algo muy importante: continuar la tradición. En la actualidad hay un movimiento de guitarristas en Venezuela que son creadores también, cosa que no existía hace unos años. El único que poseía esas características en mis años mozos era Antonio Lauro. Hoy en día tenemos músicos y compositores que serán grandes, pero que todavía están en una etapa inicial. Esta preparación lleva tiempo, toma años, porque el proceso creativo conlleva madurez, práctica continua. Por eso es fundamental enseñarle a los jóvenes músicos venezolanos que este asunto es más de persistentes que de genios”.
“La vocación, dice, debe estimularse en un marco de trabajo constante, de espíritu de disciplina. Eso es lo fundamental. Cuántos genios se han perdido por falta de voluntad. Y lo otro es el carácter. Un artista, un verdadero artista, debe entrenar su capacidad para soportar calamidades, hambre, sacrificios, agotamiento, renuncias de todo orden; debe estar preparado para conocerse a sí mismo y ver en su interior tanto la maravilla como el espanto. El artista tiene que saber lo que tiene por dentro y estar avisado porque puede llevar consigo el horror, mezclado con lo sublime de la belleza. El artista debe templar su carácter en un trabajo sin descanso. Debe aceptar las críticas; no rechazarlas, sino comprenderlas. Una crítica negativa puede traer cosas positivas si se la sabe interpretar; para eso hay que tener sentido autocrítico. Pero la autocrítica viene con la experiencia, con los años, por eso a un joven no se le puede alabar gratuitamente. Decirle a un niño que es un genio puede frenarle un proceso por el que, de todas formas, tendrá que pasar, justamente, halado por el deseo de mejorar”.
“Ahora los jóvenes tienen una cantidad de ventajas con respecto a las condiciones que yo tuve en mi etapa de formación. Cuando yo empecé a estudiar con mi maestro había una cantidad de detalles todavía inciertos, en cuanto a procedimientos técnicos, más que todo. La guitarra no era la guitarra de hoy, que ha ganado en cualidades y en calidades. Ahora el instrumento suena mejor, tiene mayor y mejor sonido; ahora se usan las cuerdas de nylon que en esa época no se usaban. Se usaban las cuerdas de acero y algunos usaban cuerdas de tripa. El repertorio no era tan accesible como hoy; no había la discografía de la guitarra que hoy está disponible para grandes audiencias. Hay becas y, muy importante, concursos nacionales e internacionales, festivales a los que se invita a guitarristas de todo el mundo, lo que ofrece la posibilidad de confrontarse con los otros”.
“Y SÍ, TIENE MUCHO DE MUJER”
A lo largo de su vida, también, ha moldeado el cuerpo de más una guitarra, ese instrumento maravilloso con el que se le asocia inevitablemente.
“Ahora tengo seis guitarras de concierto: una, alemana, que es exactamente igual a la que tenía mi maestro Andrés Segovia; y otras de autores italianos y españoles, aunque no muy conocidos, notables. También tengo una Yamaha, que me la regalaron en un viaje que hice al Japón”.
Y en esas manos que la sostienen, es posible ver la definición de una vocación y el gusto del instrumento por la caricia que las hace intérpretes. La guitarra parece exigir ciertas cualidades físicas de las manos que le demandan, como son los dedos largos y flexibles, delgados y afilados, como las uñas que pueden debilitar el sonido si tienen poco calcio.
“La configuración de mi mano me la ha fraguado el ejercicio, pero además hay que tener una base, una estructura física que no sólo implica la mano. En cada ejecución también debe estar comprometido el cuerpo, porque tocar una guitarra exige una determinada sensibilidad. Las manos, el cuerpo todo, deben disponerse para extraer del instrumento un sonido que tiene que poseer fuerza, al tiempo que ternura. Mi cuerpo acaricia el instrumento y el sonido que emerge debe acariciar a quien lo escucha. Es una transmisión física. El sonido debe responder a un efecto estético, artístico, de carácter profundamente emotivo. No hay mediación alguna entre la mano del guitarrista y la cuerda que emite el sonido, de manera que ese tañido que tú oyes ha salido de mi mano, de mi cuerpo, de mi corazón”.
“La guitarra es un ser vivo que transmite una corriente de emociones que se comunica en un diálogo íntimo. Yo soy el dueño único de ese universo sonoro que la guitarra pone a andar a través de mis pulsaciones. Mi guitarra, gracias a los conciertos, ya está preparada para responder a lo que yo le pido. Puedo tocar una guitarra que no sea la mía, pero la entrega total sólo la obtengo del instrumento que he moldeado yo con el uso por muchos años. A cambio, yo tengo que atenderla, cuidarla, consentirla”.
“Y sí, tiene mucho de mujer. Tiene sus formas, su cuerpo, y yo soy el único hombre que la acaricia. De hecho, hay un pacto entre ella y yo, de comprensión mutua y de mutua protección que se refleja en el sonido. No me comporto como el intérprete que va a sacar de la guitarra lo que ésta no quiere dar. Debe haber una entrega recíproca. Tiene que darse un intercambio de profunda comprensión, integrarse uno al otro, de modo de producir esa interpretación que trascienda. Al abrazar la guitarra es como si abrazara un cuerpo”.
“Por eso no permito que a la guitarra de Alirio Díaz la toque otro que no sea Alirio Díaz”.