miércoles, 18 de febrero de 2009

Alirio Díaz: “Ese tañido que tú oyes ha salido de mi mano, de mi cuerpo, de mi corazón”

Foto José Antonio Rosales.

El lugar donde nació Alirio Díaz, La Candelaria, un pequeño pueblo cercano a Carora, en el estado Lara, un 12 de noviembre de 1923, se conserva igual al día en el que su madre lo alumbró, nos dice el propio maestro. Sigue siendo un caserío agobiado por el sol y demorado en el tiempo. Una aldea aislada y deprimida que no tiene que ver con las ciudades del mundo por las que hoy anda: Roma, Edimburgo, Viena.
Pero Alirio Díaz, a pesar de tanto universo transitado, no ha perdido el músculo de tierra primitiva que todavía lo ata al lugar donde vio aquella luz. La que lo impregnó –según supo después- del genio con el que ha tejido la música de su guitarra.
Estuvo en Valencia, deteniendo su tránsito europeo, lo que nos dio la oportunidad de acercarnos a él en una Naguanagua menos cosmopolita que Viena, pero más ruidosa y arriesgada que el pueblecito de La Candelaria. A la cita asistimos el fotógrafo José Antonio Rosales y este servidor, gracias a los buenos oficios –es necesario decirlo- del profesor de la Universidad de Carabobo Pedro Crespo, quien lo condujo a la cita, en compañía de otro personaje iluminado por el genio de la música, según lo afirmado por el mismo maestro, el concertista de cuatro Leonardo Lozano.
Esa mañana, el instrumento de su corazón nos mostró al larense exacto que es. Al músico de convicciones armónicas y al ser humano que es capaz de impresionar por su ausencia de vanidad. En estas líneas, la reproducción afectuosa de sus palabras.

LA SEMILLA DE LA MÚSICA
La conversación se inició justamente por el recuerdo de las calles y las casas del caserío de La Candelaria. La primera cosa que nos dijo es que viene de un hogar de campesinos larenses. Su padre, que había nacido en Carora, en 1885, a los 18 años se mudó para el campo, sacándole el cuerpo a la guerra civil. Y fue en La Candelaria, caserío ubicado a 30 kilómetros de Carora, donde se estableció, finalmente, como dependiente en un negocio de pulpería. Allí conoció a la que sería la madre del maestro, con quien concibió diez hijos más. En ese lugar –dice- transcurrió su infancia, sembrando maíz y cuidando chivos y gallinas. Pero también escuchando a los músicos y a los poetas que se reunían en la pulpería de su padre. Este contacto fue el que sembró en él las primeras semillas de un fruto distinto de los que había cultivado en el campo.
Allí no había escuelas, y según nos refiere, fue un tío quien le enseñó las primeras letras. En esa época, era común que la educación las impartiese un miembro de la familia, porque escaseaba la gente que se dedicara a la enseñanza rural. Sin embargo, en ese mundo, aislado y bucólico, era posible conseguir a gente letrada. Se daba ese fenómeno de personas analfabetas que coincidían con apasionados e insospechados lectores.
“Aunque parezca increíble –afirma- a La Candelaria de la década del 1930 llegaban algunos periódicos de Carora, de Barquisimeto y aun de Caracas, como El Universal, que encontraban lectores. Mi abuelo materno era uno de esos lectores; un hombre culto, que había sido un músico magnífico, y un guitarrista de música académica. Todavía conservo dos libros que heredé de él: Método de Guitarra, de Fernando Carulli, y la Divina Comedia, de Dante. Estos encuentros con la cultura estimularon notablemente mis deseos de aprender”.
Desde pequeño se supo siempre movido por un gran deseo de saber, de averiguar lo que sucedía más allá de su aldea. Sin saber, todavía, lo que iba a ser como músico.
“No lo sabía, ni siquiera lo sospechaba. Lo que me llevó en aquella época a salir de La Candelaria fue el atractivo caroreño que me enamoró con una fuerza extraordinaria y de la que tuve noticias a través de los periódicos y de los visitantes que iban por el pueblo durante las fiestas patronales o en navidades. Carora se me mostraba como un lugar en donde había recitales poéticos, encuentros musicales, disertaciones, que revelaban a aquella ciudad como un ambiente lleno de cultura”.
“Supe de esa ciudad, como dije, a través de los periódicos. Hay que decir que yo llegué a Carora a los dieciséis años, con tercer grado de educación primaria. Una vez allí, tuve la suerte de encontrarme a don Cecilio Zubillaga y recibir de él un gran estímulo. Al terminar el sexto grado, don Cecilio, a quien considero mi padre espiritual, y quien me había oído tocar la guitarra en su casa, al comunicarle mi deseo de proseguir estudios de secundaria, me dijo: ´Eso es un absurdo. Tú tienes que convertirte en un gran artista. Te vas a ir a Trujillo a estudiar música´. Y me dio una carta para Laudelino Mejías, director de la banda de Trujillo. Laudelino era maestro de armonía, teoría y solfeo. Un gran creador y un maestro. En ese momento, creo que nací para el mundo de la música clásica. Don Cecilio fue quien decretó mi futuro”.
“Para sostenerme esos años aprendí el oficio de tipógrafo y entré en la Imprenta del Estado, con un empleo de ocho horas diarias. No sé de dónde, pero siempre tuve tiempo para estudiar música. Logré aprender saxofón y clarinete, por lo que el maestro Laudelino Mejías me ubicó como saxofonista de la banda del estado; un trabajo que me permitió estudiar la guitarra. Mi estadía en Trujillo, en ese sentido, fue una escuela para mí, porque aprendí también inglés y mecanografía, herramientas que me sirvieron para viajar a Caracas”.
“Sin embargo, en todo ese tiempo el maestro Laudelino Mejías insistió en que debía quedarme en Trujillo. Me decía: ´espérate. Yo sé cuándo tienes que irte, para que llegues a ser lo que yo estoy seguro que tú vas a ser´. Hasta que 1945 comencé estudios formales con Raúl Borges. Cuando éste me oyó tocar vio que tenía habilidades. Yo tocaba la guitarra de oído solamente; había compuesto incluso una pieza y cantaba en la radio de Trujillo. Es Borges quien me forma. Tanto, que cuando me fui a España a perfeccionarme ya llevaba una formación completa, gracias al maestro Borges. Allá observaron que yo tenía una técnica sin mácula, buena inspiración y dominio del instrumento”.

LA PRIMERA EDUCACIÓN
Con relación a sus capacidades virtuosas nos dice que todo es una mezcla. Es, por un lado, La Candelaria donde están sus raíces musicales primordiales. La vocación musical cotidiana, que se reflejaba en las reuniones, en los bautizos, en los matrimonios, en los nacimientos, en las navidades, en las fiestas patronales, el arte musical popular. Y por otro lado, es el sonido de la sangre de su padre y de sus abuelos. “Uno nace con un talento, pero en mi caso contribuyó mucho el hecho de que yo nací en La Candelaria, donde la música era el pan nuestro de cada día. En cada casa había un instrumento, un cuatro, un violín, una guitarra, una bandolín, unas maracas, un tambor. Era un pueblecito de 300 habitantes lleno de música. Frecuentemente nos reuníamos para tocar, cantar, bailar, y los fines de semana siempre había bailes y serenatas. Allí estuvo mi primera educación, mi primera experiencia con los sonidos. Todo eso estaba ya dentro de mí, unido, por su puesto, a un aspecto claramente genético, porque mi padre era un gran cuatrista, y todo el mundo en mi familia tocaba y bailaba muy bien. Mi abuelo había sido guitarrista y violinista, mi bisabuelo era un gran cantor de velorios, que cantaba salves en los campos. Y luego, hay un entorno nacional de música, del que yo he estado impregnado: de lo que se tocaba en las bandas, los valses, merengues, joropos, del sonido del arpa, de la bandola, de todas esas cosas nuestras. Hay una repercusión, sin duda, en toda mi personalidad; un impacto que ha ido evolucionando, purificándose, haciéndose más exigente, más puro, más noble. Eso ha persistido a lo largo de mi vida”.

OÍDO PERFECTO
Hoy celebra la existencia de ese entorno, que va más allá de La Candelaria. Es el país, pues es cierto -dice-, que en el venezolano no es difícil descubrir esa vocación por la música. De hecho, el maestro Alirio Díaz está convencido de que “uno de los pueblos más músicos del mundo es Venezuela. Un pueblo en el que, además, pervive con fuerza enorme una raíz popular de la que nuestros grandes compositores han partido para hacer obras de aliento universal. Con mucha frecuencia constato que los jóvenes venezolanos tienen esas cualidades que son indispensables para llegar a ser grandes músicos”.
¿Cuáles son esas cualidades? “El oído, perfecto. El sentido del buen gusto, el deseo de mejorar, de evolucionar y de prepararse. Y, algo muy importante: continuar la tradición. En la actualidad hay un movimiento de guitarristas en Venezuela que son creadores también, cosa que no existía hace unos años. El único que poseía esas características en mis años mozos era Antonio Lauro. Hoy en día tenemos músicos y compositores que serán grandes, pero que todavía están en una etapa inicial. Esta preparación lleva tiempo, toma años, porque el proceso creativo conlleva madurez, práctica continua. Por eso es fundamental enseñarle a los jóvenes músicos venezolanos que este asunto es más de persistentes que de genios”.
“La vocación, dice, debe estimularse en un marco de trabajo constante, de espíritu de disciplina. Eso es lo fundamental. Cuántos genios se han perdido por falta de voluntad. Y lo otro es el carácter. Un artista, un verdadero artista, debe entrenar su capacidad para soportar calamidades, hambre, sacrificios, agotamiento, renuncias de todo orden; debe estar preparado para conocerse a sí mismo y ver en su interior tanto la maravilla como el espanto. El artista tiene que saber lo que tiene por dentro y estar avisado porque puede llevar consigo el horror, mezclado con lo sublime de la belleza. El artista debe templar su carácter en un trabajo sin descanso. Debe aceptar las críticas; no rechazarlas, sino comprenderlas. Una crítica negativa puede traer cosas positivas si se la sabe interpretar; para eso hay que tener sentido autocrítico. Pero la autocrítica viene con la experiencia, con los años, por eso a un joven no se le puede alabar gratuitamente. Decirle a un niño que es un genio puede frenarle un proceso por el que, de todas formas, tendrá que pasar, justamente, halado por el deseo de mejorar”.
“Ahora los jóvenes tienen una cantidad de ventajas con respecto a las condiciones que yo tuve en mi etapa de formación. Cuando yo empecé a estudiar con mi maestro había una cantidad de detalles todavía inciertos, en cuanto a procedimientos técnicos, más que todo. La guitarra no era la guitarra de hoy, que ha ganado en cualidades y en calidades. Ahora el instrumento suena mejor, tiene mayor y mejor sonido; ahora se usan las cuerdas de nylon que en esa época no se usaban. Se usaban las cuerdas de acero y algunos usaban cuerdas de tripa. El repertorio no era tan accesible como hoy; no había la discografía de la guitarra que hoy está disponible para grandes audiencias. Hay becas y, muy importante, concursos nacionales e internacionales, festivales a los que se invita a guitarristas de todo el mundo, lo que ofrece la posibilidad de confrontarse con los otros”.

“Y SÍ, TIENE MUCHO DE MUJER”
A lo largo de su vida, también, ha moldeado el cuerpo de más una guitarra, ese instrumento maravilloso con el que se le asocia inevitablemente.
“Ahora tengo seis guitarras de concierto: una, alemana, que es exactamente igual a la que tenía mi maestro Andrés Segovia; y otras de autores italianos y españoles, aunque no muy conocidos, notables. También tengo una Yamaha, que me la regalaron en un viaje que hice al Japón”.
Y en esas manos que la sostienen, es posible ver la definición de una vocación y el gusto del instrumento por la caricia que las hace intérpretes. La guitarra parece exigir ciertas cualidades físicas de las manos que le demandan, como son los dedos largos y flexibles, delgados y afilados, como las uñas que pueden debilitar el sonido si tienen poco calcio.
“La configuración de mi mano me la ha fraguado el ejercicio, pero además hay que tener una base, una estructura física que no sólo implica la mano. En cada ejecución también debe estar comprometido el cuerpo, porque tocar una guitarra exige una determinada sensibilidad. Las manos, el cuerpo todo, deben disponerse para extraer del instrumento un sonido que tiene que poseer fuerza, al tiempo que ternura. Mi cuerpo acaricia el instrumento y el sonido que emerge debe acariciar a quien lo escucha. Es una transmisión física. El sonido debe responder a un efecto estético, artístico, de carácter profundamente emotivo. No hay mediación alguna entre la mano del guitarrista y la cuerda que emite el sonido, de manera que ese tañido que tú oyes ha salido de mi mano, de mi cuerpo, de mi corazón”.
“La guitarra es un ser vivo que transmite una corriente de emociones que se comunica en un diálogo íntimo. Yo soy el dueño único de ese universo sonoro que la guitarra pone a andar a través de mis pulsaciones. Mi guitarra, gracias a los conciertos, ya está preparada para responder a lo que yo le pido. Puedo tocar una guitarra que no sea la mía, pero la entrega total sólo la obtengo del instrumento que he moldeado yo con el uso por muchos años. A cambio, yo tengo que atenderla, cuidarla, consentirla”.
“Y sí, tiene mucho de mujer. Tiene sus formas, su cuerpo, y yo soy el único hombre que la acaricia. De hecho, hay un pacto entre ella y yo, de comprensión mutua y de mutua protección que se refleja en el sonido. No me comporto como el intérprete que va a sacar de la guitarra lo que ésta no quiere dar. Debe haber una entrega recíproca. Tiene que darse un intercambio de profunda comprensión, integrarse uno al otro, de modo de producir esa interpretación que trascienda. Al abrazar la guitarra es como si abrazara un cuerpo”.
“Por eso no permito que a la guitarra de Alirio Díaz la toque otro que no sea Alirio Díaz”.

ALIRIO DÍAZ, VIRTUOSO

Alirio Díaz. Foto de José Antonio Rosales.


Alirio Díaz ha sido sin duda alguna el gran virtuoso de la guitarra en Venezuela y unos de los más notables en el mundo artístico internacional de la segunda mitad del siglo XX. Hace unas décadas sólo se podían mencionar cuatro nombres asociados con la ejecución virtuosística de la guitarra clásica: Julian Bream, John Williams, Narciso Yepes y Alirio Díaz. Junto al legendario Andrés Segovia, estos maestros son considerados como los mejores guitarristas de toda la historia.
Pero, ¿qué queda de un virtuoso para ser recordado? ¿Cuál es su aporte perdurable a la sociedad cultural? Un ejecutante produce arreglos, digitaciones y transcripciones de piezas conocidas o inéditas. Su experiencia y conocimiento del repertorio guitarrístico son invalorables en la toma de decisiones que conlleva esta actividad. El virtuoso además puede plasmar la técnica especial que lo llevó a las cumbres expresivas con su instrumento tanto en tratados y métodos publicados como a través de sus alumnos, ya que casi no hay excepción para todo ejecutante de establecer una actividad paralela de enseñanza. No obstante, el aporte principal como artista es la magia de su interpretación que junto al pensamiento del compositor puede llegar a hacer sentir tristeza o alegría a masas de personas con unos cuantos movimientos de sus dedos ágiles y prodigiosos.
La virtud del intérprete desaparecía con su muerte, hasta que el advenimiento de la grabación sonora a principios del siglo pasado cambió esta terrible verdad. Podíamos tener partituras de los compositores que con bastante fidelidad representan su pensamiento original, pero de los ejecutantes sólo quedaban los programas y afiches de sus conciertos. En casos muy especiales, se narraban o se escribían relatos de eventos tan memorables que aguantaban en la memoria extendida un tiempo más del seco instante en que la música se oye y desaparece.
Alirio Díaz ha grabado un amplio repertorio de la guitarra del siglo XVI hasta nuestros días, especializándose en obras españolas, italianas y latinoamericanas. Él fue el precursor en difundir las piezas de Antonio Lauro, y la aceptación de este compositor venezolano en el ámbito internacional como literatura básica de la guitarra se le debe a Alirio Díaz. El gran Mangoré lo calificó como un mito del instrumento. Después de clases con Sainz de la Maza y con Segovia, máximos premios y reconocimientos por reyes e instituciones como la OEA, Alirio es tan inmediato y sencillo como el compadre del pueblo La Candelaria, en Lara, donde sale al patio de su casa a tocarles a sus amigos de infancia.
Gracias a Dios, hoy es posible obtener nuevas interpretaciones grabadas por Alirio Díaz. Peter Hamilton MacDonnell, quien ha fundado la editorial Caroní Music, y cuyo vicepresidente es el propio Alirio Díaz, ha emprendido la edición de una serie de CD’s, la "Colección Alirio Díaz". El primer título de esta recopilación es el CD "Grandes Conciertos" con Alirio y la Orquesta Nacional de España, bajo la dirección de Rafael Frübeck de Burgos. En este CD Alirio Díaz interpreta mágicamente el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo y el Concierto para Guitarra, opus 30 de Mauro Giuliani. De esta manera el virtuosismo queda sembrado, en los microscópicos surcos de pequeños territorios que giran constantemente alrededor del mundo.

martes, 17 de febrero de 2009

NOSOTROS, LECTORES

Carlos Monsiváis. Feria del Libro, Universidad de Carabobo, 2002. Foto de Orlando Baquero.


Desnudos, para probar la lectura con la inocencia de la primera vez, para medir los significados con el temor de las palabras, con el titubear de las frases, hasta convencernos, gradualmente, de que el poder que se adquiere con su contacto es inquebrantable y eterno. Un poder con el que deseamos dibujar el mundo. Un poder capaz de liberarnos de la sumisión y la vergüenza, de los falsos pudores, de la dominación y de la exageración de los testaferros, pero sobre todo, de la mudez del mundo; un mundo que sin el énfasis de la lectura, estaría confinado a un escenario inasible.
¿Dibujar el mundo? Comprenderlo, sería mejor. Sumido en la lectura, emprendiendo la tarea de nombrarlo: "Crecí en un barrio de calles desventuradas y ocasos invisibles”. Hasta convertirnos en destejedores de símbolos: la memoria, la muerte, el tiempo, la vida, la literatura, la eternidad y el amor.
¿Será que hemos olvidado que la lectura es un ejercicio de libertad individual que nos revela todos los secretos, que nos educa en la certeza, liberándonos de los errores en estado de civilidad? ¿Será que ya no recordamos que cuando leemos el alma se estremece? La erudición y el razonamiento se iluminan con el juego creativo que nos incita como lectores a una búsqueda nunca resuelta en fórmulas categóricas, sino proyectada siempre en el ámbito de la duda. ¿De qué otro modo podríamos llamar a esa luz que aclara inesperadamente la penumbra?
La lectura abre las puertas a los libros y a los anaqueles en donde se guarda la información que contiene su fuego secreto. Nos da acceso a esos espacios en donde se multiplica la mirada como un don, entre los juegos de la memoria y el lenguaje, en donde cesa la ceguera. Concediéndonos independencia.
Y aun ahora, en el siglo de las comunicaciones, todo puede ser contado con el diminuto universo de las vocales y las consonantes, signos con los que está hecho el libro.

Y nosotros, lectores, como el Minotauro, perdidos a veces en el laberinto de la ignorancia, podemos alcanzar, no obstante, tras la decodificación de esos signos, la última palabra, aquélla con la que desciframos el universo y nuestra propia vida; por la que emprendimos la búsqueda infatigable, con la serena certidumbre del más allá y con la esperanza de la revelación.

jueves, 5 de febrero de 2009

Antonio Skármeta: Dispongo con alegría mi corazón para el encuentro en Valencia

Antonio Skármeta disfrutó la Feria del Libro de la Universidad de Carabobo, en Valencia, Venezuela.
Fotos de José Antonio Rosales


Antonio Skármeta estuvo en Valencia en octubre de 2006, invitado a la VII Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo. El autor de El cartero de Neruda (1985) y de La boda del poeta (1999), sostuvo un encuentro intenso con la ciudad. Firmó libros, dictó conferencias, asistió a foros de cine, animó tertulias, ofreció entrevistas, y, en acontecimiento inédito, también apostó a la suerte; en fin, en tres días de presencia activa dejó una huella imborrable en quienes compartimos con él literatura, buena mesa, pródiga charla y la inagotable compresión de quien alimenta una extraordinaria vocación para el diálogo cercano. Una de sus intervenciones más celebradas, fue la que se llevó a cabo con los estudiantes de la Facultad de Educación de la Universidad de Carabobo, en donde, además de exhibir capítulos de su memorable programa el Show de los libros, dio algunas de las claves de su éxito. Otro de aquellos encuentros, fue el celebrado en la sala de Cine Arte Patio Trigal para ver la película La pequeña revancha, con guión de la escritora Laura Antillano, basada en el libro La Composición de Skármeta.
Al marcharse dejó, entre otros testimonios, una entrevista, y la sonrisa de amabilidad que el mundo entero le ha conocido gracias a sus programas de televisión El Show de los Libros, La Torre de Papel y Un mundo Alucinante, con los que ha dado a conocer, no sólo su talento, sino su amor y respeto por los libros, los lectores y la lectura.
Aquí el texto de la entrevista.



Antonio Skármeta, autor de libros como Soñé que la nieve ardía (1975), No pasó nada (1980), El cartero de Neruda (1985), Match Ball (1989), La boda del poeta (1999), Neruda por Skármeta (2004), nació en Antofagasta, Chile, en 1940. Estudió filosofía y literatura en la Universidad de Chile y en la Universidad de Columbia en Nueva York. Y en este momento, cuando es uno de los escritores más importantes y requeridos de su país, en actitud sencilla y amable, accedió a tener con nosotros una plática, vía correo electrónico, antes de su participación en la 7ma. Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, a la que vendrá para el corte de cinta el día 28 de octubre de 2006, seguramente con la misma sonrisa que el mundo entero le ha conocido gracias a sus programas de televisión El Show de los Libros, La Torre de Papel y Un mundo Alucinante.



¿Ha venido antes a Venezuela?

Varias veces, todas inolvidables. En los años ´70, a un encuentro sobre el exilio latinoamericano que tuvo lugar en Mérida al que acudió, entre otros distinguidos escritores, Julio Cortázar. Luego al estreno mundial en español de mi obra teatral Ardiente Paciencia que luego sería en cine El cartero de Neruda, en la Sala Rajatabla de Caracas. En otras ocasiones visité muestras excelentes en el Museo Sofía Imber, asistí a estrenos del ballet Danza Hoy. Fui una vez jurado del Premio Rómulo Gallegos (1997), y en otras ocasiones vine especialmente para presentar mis nuevos libros al público venezolano. Alguna otra vez fui porque sí “just for the fun of it”. Pero me faltaba Valencia, y dispongo con alegría mi corazón para este encuentro.

¿Qué sentimientos le produce visitar nuestro país en el marco de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo?

América Latina necesita crecer culturalmente hacia el interior de cada uno de sus pueblos y expandir sus ricas creaciones al mundo. La Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo es una iniciativa loable en ambos sentidos. En el libro están muchas de las reservas de inteligencia e imaginación alternativa y creadora en sociedades donde la comunicación masiva tiende a conformarse siempre con “lo mismo”.

Su íntima relación con los libros va más allá del hecho de la escritura. Es una relación también como lector. ¿Podría indicarnos qué libros han dejado en usted una impronta significativa?

Claro, porque he hecho programas de televisión como “El Show de los Libros”,”La Torre de Papel” y “Un mundo alucinante”, que a lo largo de años han sido vistos por el público internacional. Esta fue una excitante experiencia: darle visibilidad al libro en el espacio de la televisión, con altas cuotas de sintonía, donde el lugar común decía que una aventura así era inviable.

Distintos libros me han marcado en diversas épocas. De mi infancia elijo dos: Pinocho, de Collodi: es necesario aún seguir tratando de ponerle un corazón a seres que parecen hechos de madera, y Corazón, de Edmundo de Amicis, por su exaltación de esos sentimientos imborrables que nacen en la escuela, el trato tan afectuoso de la solidaridad, y el colorido dramatismo de los episodios intercalados.

En la adolescencia, tres libros que defendieron muy convincentemente con potente lenguaje la verdad de vidas alternativas: El Cazador Oculto, de J.D.Salinger, En el camino, de Jack Kerouac y Los ríos profundos, del peruano José María Arguedas.

No puedo dejar de nombrar las Obras Completas de Pablo Neruda, por la versatilidad y profundidad de sus visiones y la potencia de su comunicación, y por cierto el tesoro inagotable de un clásico como Shakespeare donde parece haberse pensado todo el pasado, presente y futuro de la humanidad.

Por la obra de Skármeta sopla el viento del exilio. Me gustaría que nos hablara del Skármeta escritor que era antes del exilio y del que fue después.

Antes del Golpe de Pinochet de 1973 yo era un miniuniverso en expansión. Respiraba con la alegría de un Walt Whitman, creía en la esencial verdad de la belleza y la bondad de los seres humanos, y mi prosa se alborotaba en busca de la aventura. El golpe y luego el exilio introdujo en mi vida un repertorio de dolores, escepticismo, incredulidad, y una apertura al lado oscuro de los corazones. Mi vida y consecuentemente mi literatura se hicieron más dramáticas.

Al mismo tiempo, al abrirme a culturas diferentes, se amplió mi horizonte de percepciones, se llenó mi mundo de otras tradiciones que supe leer como latinoamericano, y mi obra se nutrió de temas originados en el desarraigo. Allí están por ejemplo: No pasó nada, el exilio latinoamericano en Alemania contado por un niño chileno de 14 años o La Boda del Poeta, un episodio de la preguerra mundial en Europa en 1913 donde un autor de este lado del Atlántico inventa un lenguaje y una actitud original para apropiarse del pasado europeo.

¿Cree usted que la libertad y la poesía, que según sus propias palabras, se apagaron con el golpe militar de Chile en 1973, han vuelto a encenderse en la vida cotidiana de su país?

La creación chilena mantuvo aun durante la etapa más feroz de la dictadura un actitud digna, conmovedoramente confrontacional con ella. Los grupos de teatro, las acciones de arte, el nuevo rock. De vuelta a la democracia, se comienza a medir le intensidad de la paliza. La sombra que deja una represión es difícil de remover de los corazones. Es justamente el arte chileno el que de un modo radical y cuestionador elabora los coletazos de ese pasado infame. Mientras, la dirigencia política ha hecho el trabajo de pacificar el país, consolidar la democracia y hacer crecer la economía.

Chile tiene hoy artistas notables y obras de trascendencia universal, pero a mi manera de ver las cosas, comparando el Chile pre-Golpe con el actual, hay algo dañado en el alma del país que el trabajo de varias generaciones alcance quizás a reparar o reinventar. Los signos son sí alentadores: vienen de quienes hoy son adolescentes.

Su vida, según entiendo, gira entre Chile y Europa. ¿Podría contarnos, para conocerlo un poco más, cómo es hoy la vida del escritor Antonio Skármeta?

Con mucho gusto. Mis obras están hoy traducidas en veinticinco idiomas lo que implica un contacto permanente con públicos de diversas latitudes y temperaturas culturales. Esto implica viajar mucho, dar charlas, participar en debates. Por otra parte, algunos de mis relatos le han resultado atrayentes a productores y directores de cine. Usted, querido Rafael Simón, conoce, por ejemplo, El Cartero y Neruda, de Michael Radford y Pequeña Revancha, de Olegario Barrera. En estos momentos se avanza en el guión y pre producción de mi novela El Baile de la Victoria, Premio Planeta 2003, que dirigirá Fernando Trueba.

Casi la mitad del tiempo vivo en Chile donde me dedico básicamente a escribir.

Es un hecho innegable que la película Il Postino, dirigida por Michael Radford, es un hito importante en su carrera. Pero, díganos en dónde siente usted que este film ha puesto el mayor acento, ¿en su trabajo como novelista o en su labor como guionista cinematográfico?

Me imagino que el mérito de El cartero de Neruda primordial está en la concentrada eficacia dramática del texto donde mi permanente anhelo como creador de fundir en un impulso la gran cultura con la cultura popular se traslada a los espectadores o lectores de un modo emocional y convincente. No de otra manera podría explicarse la irradiación de este motivo en tantos géneros: novela, dos films, obra de teatro con más de doscientas puestas en escena en todo el mundo (incluido el año pasado en China), radioteatro. Si a esto se suma para el próximo año, o el 2008, el anuncio de una comedia musical en Londres y una ópera que el mismo Plácido Domingo ha dicho que cantará el 2009, mi impresión puede ser corroborada con estos datos objetivos.

Usted es, sin duda, un gran promotor de la lectura. De los diferentes géneros de los que se ha valido Antonio Skármeta para llevar adelante esta tarea, entre el cine, la radio, la televisión y su propia producción editorial, ¿cuál cree usted que ha sido el más efectivo?

Le agradezco esta opinión. Como escritor navego por mares muy turbulentos y me sumerjo en sombras espesas, pero al momento de establecer un contacto con el lector, cuido que la organización dramatúrgica de mis relatos transmita la alegría de crear y narrar. En la televisión estimo que logramos deshojar a los programas culturales de esa pompa y formalidad para tratar el arte donde los participantes ponen los ojos en blanco y engolan la voz cada vez que encuentran la palabra “cultura” en sus lenguas. Creo que le dimos visibilidad al libro en espacios que nunca antes habían sido conquistados, gracias a la imaginación lúdica, al humor, a la informalidad, al verdadero amor por las letras.

¿Cree Antonio Skármeta que Latinoamérica es un continente de lectores?, considerando la experiencia editorial de nuestros países y la existencia de grandes ferias del libro, como la de Guadalajara, Bogotá y Buenos Aires.

No. Los lectores constituyen en América Latina una élite y las ferias que usted menciona son ejemplos exitosos de cómo esta minoría se puede ampliar. Pero los fuerzas de la sociedad no están puestas en ellas. Tampoco en la innovación de las políticas educacionales. Sí, por supuesto, en los discursos y en la retórica de los políticos. Pero no en la gris realidad. Compare los presupuestos educacionales con los militares y saque conclusiones.

Finalmente, qué valores destaca Antonio Skármeta en la realización de las ferias del libro como mecanismos de promoción de la lectura, y, sobre todo, tratándose de ferias patrocinadas por universidades?

Me gustan aquellas ferias que son fiestas literarias donde los distribuidores, la prensa, los libreros, los agentes culturales de la zona, facilitan al escritor el contacto con los lectores. Son tan pocas las oportunidades en que un autor y sus libros se presentan juntos, que el público agradece la ocasión. El patrocinio de una universidad es óptimo, pues las instituciones culturales modernas han de ser sensibles al conjunto de la sociedad. Me encantan estos viajes de ida y vuelta entre los templos del saber y la investigación y la vida plural y abigarrada de las calles.

miércoles, 4 de febrero de 2009

CIUDAD EN REMODELACIÓN

Foto de José Antonio Rosales


Valencia ha sido alimento, como otras ciudades del mundo, de verdaderos animales prehistóricos. Con sus fauces de hierro, multitud de saurios mecánicos, han engullido niveles de calles, devorado árboles en urbanizaciones y masticado cerros cruzados de quebradas y barrancos. Sus dientes han sometido a una especie de rasero gastronómico a cuanto obstáculo ha debido ser alisado o pulverizado para dar paso a los ensanches ambiciosos.
Nada más semejante a los monstruos de la mitología inicial que estas máquinas dentadas, que devoraron y devoran pedazos asustados de viejas avenidas, como si de pronto resucitara la respiración ansiosa de un fósil parecido a un inmenso lagarto.
De esta forma, a partir de los años cincuenta, los valencianos comenzaron a sepultar, con la llegada de estos monstruos, todos los recuerdos de un pasado no tan remoto. Enviaron al olvido las añoranzas simples o sentimentales de un viejo estilo de existencia que apenas había evolucionado, sin mudanza radical, desde el tiempo de los abuelos. Así se fue haciendo de la ciudad una especie de amplio –a veces caótico- resumen de las más variadas construcciones, que imitaban las ciudades que en sus cabezas traían los habitantes que entonces llegaban del mundo.
Por eso en Valencia hay trozos de barrios de Madrid, de Lisboa o de Roma. Una especial, violenta y discutida policromía reviste de los colores más cálidos algunas fachadas de casas y de bloques de apartamentos; o se desborda en la desmesura de los grandes centros comerciales.
En esa emulsión y trituración de sangres y corrientes, las bocas mecánicas de los saurios trajeron no sólo la modificación del paisaje, sino también la alteración del rostro valenciano, a través de su fisonomía y su cultura.
El primer símbolo de esa transformación fue la arremetida que convirtió en polvo arquitecturas muy celebradas. Ya nadie recuerda la edificación que fue sede del antiguo Concejo Municipal, frente a la plaza Bolívar, o el redondel de lidia para las corridas de toros de las “Arenas de Valencia”.
Hoy, mientras escribo estas líneas, vuelven a verse en la ciudad los viejos y familiares monstruos. Algunos, corroídos por el óxido, parecen recién extraídos de alguna arqueológica excavación.
Es alto el mediodía y los obreros que trabajan en la construcción, de pronto han suspendido la tarea. La ciudad ha quedado paralizada. Al fondo, las máquinas dentadas que estuvieron engullendo tierras y triturando pedruscos, alzan una boca congelada de asombro
El barro excavado se amontona ahora con la simetría de un triángulo que se derrite, y la yerba crece en donde antes el trajín de los trabajadores no daba tregua. Las sombras del mediodía parecen abocetar el rostro de una ciudad cerrada por remodelación.
La ciudad quedó atenta a la reanudación de los trabajos en la avenida Bolívar de Valencia, al ruido de las palas mecánicas, para continuar, mediante la misma trituración de los materiales, la ampliación parsimoniosa de sus vías, y la perforación flemática de los túneles del metro que se construye.
Nos cubrimos del polvo de las demoliciones; somos transeúntes condecorados por el escombro. Y aun en medio del escenario de prehistoria, tratamos de ascender a la claridad de la percepción, porque sabemos que asistimos a la formación de un nuevo espíritu de ciudad, que surgirá de sus cascajos, seguramente, en los próximos 50 años.
Por ahora en ella se resume su perplejidad, la esencia de un país que nació para ser una construcción que no se termina nunca.
Por ahora Valencia gira sempiterna sobre su propio futuro.

CIUDAD

Foto de José Antonio Rosales


El verdadero conocimiento de la ciudad está condicionado a la vista que podamos tener de ella desde la lejanía. Cuando nos alejamos, un gesto de revelación salta frente a nuestros ojos y descubrimos en los rasgos de una calle, de una plaza o de un café, la sustancia que nos forma a través de la prolongación de esos objetos. Cuando estamos demasiado cerca de ella, nos asfixia su esencia, nos invade su naturaleza, al punto que tocamos el mundo a través de una epidermis que nos sustituye. A veces, para comprender mejor a esta o a cualquier ciudad hay que ausentarse de ella, aunque sea temporalmente, sin dejar de mirarla, de pensarla o de amarla. Para ver, en el espejo de sus calles y avenidas, cómo se contempla, o mejor, se escenifica: monumental o privada, elegante o popular, cosmopolita o provinciana. Es decir, el asfalto abajo, y nosotros asomados a las ventanas. Viendo, en la totalidad de ese cuerpo, una personalidad que se nos impone como una necesidad colectiva. Cuerpo que nos contiene también en sus órganos y arterias; corazón en donde late la mirada de millones de pequeños e instintivos sueños; conciencia de un itinerario y una aventura. Porque la ciudad, quién lo duda, es un vasto organismo que nos toca, y cuya escala trasciende su propio control. El homenaje será recorrerla, para poder expresarle nuestra necesidad de amarla, con un amor espléndido e insobornable, y en el que sólo tendrá cabida, es bueno decirlo, la voz terrible del afecto y la ternura.