martes, 17 de febrero de 2009

NOSOTROS, LECTORES

Carlos Monsiváis. Feria del Libro, Universidad de Carabobo, 2002. Foto de Orlando Baquero.


Desnudos, para probar la lectura con la inocencia de la primera vez, para medir los significados con el temor de las palabras, con el titubear de las frases, hasta convencernos, gradualmente, de que el poder que se adquiere con su contacto es inquebrantable y eterno. Un poder con el que deseamos dibujar el mundo. Un poder capaz de liberarnos de la sumisión y la vergüenza, de los falsos pudores, de la dominación y de la exageración de los testaferros, pero sobre todo, de la mudez del mundo; un mundo que sin el énfasis de la lectura, estaría confinado a un escenario inasible.
¿Dibujar el mundo? Comprenderlo, sería mejor. Sumido en la lectura, emprendiendo la tarea de nombrarlo: "Crecí en un barrio de calles desventuradas y ocasos invisibles”. Hasta convertirnos en destejedores de símbolos: la memoria, la muerte, el tiempo, la vida, la literatura, la eternidad y el amor.
¿Será que hemos olvidado que la lectura es un ejercicio de libertad individual que nos revela todos los secretos, que nos educa en la certeza, liberándonos de los errores en estado de civilidad? ¿Será que ya no recordamos que cuando leemos el alma se estremece? La erudición y el razonamiento se iluminan con el juego creativo que nos incita como lectores a una búsqueda nunca resuelta en fórmulas categóricas, sino proyectada siempre en el ámbito de la duda. ¿De qué otro modo podríamos llamar a esa luz que aclara inesperadamente la penumbra?
La lectura abre las puertas a los libros y a los anaqueles en donde se guarda la información que contiene su fuego secreto. Nos da acceso a esos espacios en donde se multiplica la mirada como un don, entre los juegos de la memoria y el lenguaje, en donde cesa la ceguera. Concediéndonos independencia.
Y aun ahora, en el siglo de las comunicaciones, todo puede ser contado con el diminuto universo de las vocales y las consonantes, signos con los que está hecho el libro.

Y nosotros, lectores, como el Minotauro, perdidos a veces en el laberinto de la ignorancia, podemos alcanzar, no obstante, tras la decodificación de esos signos, la última palabra, aquélla con la que desciframos el universo y nuestra propia vida; por la que emprendimos la búsqueda infatigable, con la serena certidumbre del más allá y con la esperanza de la revelación.

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