viernes, 23 de enero de 2009

EL PAÍS: UN DESAFÍO

Foto Miguel Quintero

Quiero estarme en ti, junto a ti, sobre ti, Venezuela, pese aun a ti misma”, afirmó el poeta Antonio Arráiz (1903-1962) sobre ese cuerpo desconocido que llamamos país y sobre el cual creemos ejercer algún dominio. Ese espacio que es una hechura infinita que intentamos sojuzgar sin recorrerla, y que, al igual que el organismo del que somos dueños, nos es inaccesible; y al que sólo podemos dominar mediante la confiscación imaginaria.
Tal vez a eso se deba el desapego con la geografía vertiginosa, imposible de ser perseguida por alguna conciencia, en donde conviven la obstinada expansión de los espacios inhabitados, por desconocidos, y la admiración por las urbes repletas de los vestigios que vamos siendo. Entre ambos extremos vivimos, y entre ellos, apenas media, frágilmente, lo imaginario.
Al agua, a la selva, a los tepuyes, al llano y a las montañas, se contrapone ese otro país que es un espacio sin pertinencia, abierto al impacto de lo que se expresa con el tono de las emociones: los afectos o los malentendidos. Vivimos entre un rumor que nos desestima, el de la metrópoli, y otro al que menospreciamos, las afueras. Una ignorancia rige las relaciones entre el centro que suponemos ejemplar y la remota periferia. Con los recursos de esta última financiamos nuestro simulacro de país. La capital sigue siendo el punto de partida, por lo que el atraso se mide en kilómetros de distancia desde la Plaza Bolívar.
Todos estos rasgos constituyen lo más evidente y lo más secreto de un lenguaje que se ha venido traduciendo en un cierto desprecio por el país. Ante una urbe descrita, unánimemente, como degradación y engaño, escatología y pusilanimidad, para algunos venezolanos la naturaleza es alternativamente infierno y olvido. El país es un bonsái que otea lo desconocido, sobre la cresta de una montaña, con un rostro de piedra. Así, esas casi dos terceras partes de los espacios de Venezuela que son todavía vastedades apenas penetradas, lo son también para su imaginario, salvo, como hemos dicho, para el pavor o la abominación. Quizás esto explique la huida o la emigración que se insinúa como proyecto para algunos venezolanos: tal vez sea la forma de evadir el desafío y la novedad de los espacios deshabitados que lo rodean, lo retan o lo acosan.

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