Ilustración Pedro León Zapata
Leer, dice el premio Nóbel de Literatura José Saramago, es bueno para la salud. El hombre o la mujer que lee lleva a su corazón, a través de la savia de sus arterias, el alfabeto ordenado en pensamientos. Uno lee, y se hace más ilustrado, pero también más cuestionador, porque no hay ningún libro, por inocente que parezca, que sea inocuo. Los libros son un bien, y la lectura una conquista y un privilegio, que te ofrece libertad, pero también puede ser un artilugio que activa incertidumbres sobre tus propias certezas.
Leer un libro es un acto solitario que nos lleva a un destino que nadie conoce. Sabemos quiénes somos al entrar, mas no sabemos qué seremos al salir de ella. Y aunque la soledad de la lectura es absoluta, el que lee nunca está realmente solo.
Las galeras de un libro pueden ser, a un tiempo, geométricas ciudades de aéreas visiones humanas; pueden ser fantásticas realidades, aunque no siempre contengan el perfume de una sonrisa. La lectura de un libro puede asomarnos al rumor de un pensamiento, que nos enseña a desconfiar de las quimeras de la razón, o estar impregnada del humor que es habitado por la paradoja y el absurdo. Su lenguaje puede servirnos de ganzúa con qué asaltar los cerrojos de la indiferencia, o puede ser la llave que cierre las puertas al temor y a la ignorancia.
Aun en medio del fragor de la ciudad, un libro es un objeto ideal para el trayecto en un bus, o para las lecturas en un café. Sentados en una plaza, alzando los ojos para contemplar el paso de la imaginación, el libro puede sernos útil para obtener un mejor enfoque del mundo.
Leer es el aguijón del pensamiento, la vía de regreso al paraíso, el espejo que nos revela nuestra verdadera faz, y la ventana a través de la cual podemos mirarnos.
Leer un libro es un acto solitario que nos lleva a un destino que nadie conoce. Sabemos quiénes somos al entrar, mas no sabemos qué seremos al salir de ella. Y aunque la soledad de la lectura es absoluta, el que lee nunca está realmente solo.
Las galeras de un libro pueden ser, a un tiempo, geométricas ciudades de aéreas visiones humanas; pueden ser fantásticas realidades, aunque no siempre contengan el perfume de una sonrisa. La lectura de un libro puede asomarnos al rumor de un pensamiento, que nos enseña a desconfiar de las quimeras de la razón, o estar impregnada del humor que es habitado por la paradoja y el absurdo. Su lenguaje puede servirnos de ganzúa con qué asaltar los cerrojos de la indiferencia, o puede ser la llave que cierre las puertas al temor y a la ignorancia.
Aun en medio del fragor de la ciudad, un libro es un objeto ideal para el trayecto en un bus, o para las lecturas en un café. Sentados en una plaza, alzando los ojos para contemplar el paso de la imaginación, el libro puede sernos útil para obtener un mejor enfoque del mundo.
Leer es el aguijón del pensamiento, la vía de regreso al paraíso, el espejo que nos revela nuestra verdadera faz, y la ventana a través de la cual podemos mirarnos.
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