La opresión hacia las mujeres, cometida por una sociedad pensada desde lo masculino, es un fenómeno social que se ha prolongado indefinidamente, ha abarcado todos los ámbitos de la existencia humana, y ha estado omnipresente en todas las culturas y en todas las religiones.
En nuestro hemisferio, el estado de sumisión y servidumbre a que se les ha sometido ha sido escrupulosamente definido y constantemente demandado por autorizados pensadores laicos y religiosos, quienes al deducir “la naturaleza inferior" de las mujeres, determinaron su obligación de servir al hombre.
Este estado de sumisión histórica ha sido decisivo en la vida de ellas, pues las ha limitado a una perpetua minoría, a una radical subordinación y a una absoluta dependencia, que ha demostrado las claras relaciones verticales, jerárquicas y androcéntricas de dominación ancestral que ha ejercido el macho de la especie.
Esta afirmación podría encontrar eco en lo dicho por Federico Nietzsche, en su obra Más allá del bien y del mal (1886): "El hombre debe considerar a la mujer como propiedad, un bien que es necesario poner bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección más que en esta situación subalterna”.
La aseveración del influyente pensador alemán nos muestra cómo la historia de la mujer ha sido una historia decidida y contada por los hombres.
Desafortunadamente, tan cruel posición no se ha podido quedar en el pasado, sino que se ha afirmado y se prolonga en el tiempo, abarcando, incluso, las circunstancias actuales. Algunas estadísticas podrían ayudarnos a comprobarlo: en las mismas condiciones de trabajo, en diferentes regiones, el salario de la mujer es del 30 al 40% menor que en el hombre. El paro forzoso femenino es mucho más alto que el masculino. 500.000 mujeres mueren cada año por complicaciones del embarazo, y 500, cada día, pierden la vida por abortos. En el Tercer Mundo ellas constituyen el 80% de la mano de obra campesina. Tres cuartas partes de los pobres del planeta son mujeres; y el 70%, de los 960 millones de analfabetos, también lo son.
Este desequilibrio cimienta unos vínculos injustos y jerarquizados, basados en el poder, que relegan la dimensión femenina y afectan a la humanidad entera. De allí que los movimientos feministas de liberación, asfixiados bajo el peso de la estrechez, hayan asomado la urgencia de una nueva sensibilidad en las formas de conectarnos, de sentir el mundo y a la humanidad, a través de una nueva conciencia.
Y, si nos detenemos a mirar bien, nos daremos cuenta de que es el resultado inevitable de la evolución humana que va descubriendo y necesitando distintas maneras, más ennoblecidas, de relación, que permita caminar hacia una liberación conjunta. "Las mujeres siempre lucharon al lado de los hombres contra la esclavitud, la colonización, el apartheid y por la paz. Que los hombres se unan con las mujeres en su lucha por la igualdad", ha pedido a los varones la feminista Gertrude Monguella.
La constatación de esta realidad es totalmente posible. Comporta un reconocimiento histórico y suministra también una idea de la perspectiva y de los intereses globales presentes en la lucha liberadora de las mujeres.
La dominación masculina, y todos esos comportamientos injustos y opresores contra ellas "ofenden la dignidad tanto del varón como de la mujer", y, por lo tanto, menoscaban a ambos. Es ineludible, entonces, reconocer que la nueva conciencia femenina debe ayudar también a los hombres a revisar sus esquemas mentales, su manera de autocomprenderse y de situarse en la historia e interpretarla.
Hace unos 14.000 millones de años, un huevo resplandeciente se rompió en medio de la nada y dio principio a los cielos y a las estrellas y a los mundos. Hace 4.500 millones de años, la célula originaria bebió el caldo del mar y se duplicó para tener a quién convidar un sorbo. Hace unos 2 millones, la mujer y el hombre, casi primates aún, se empinaron sobre sus patas y extendieron los brazos, y por primera vez tuvieron el espanto y el gozo de verse cara a cara mientras copulaban.
Hace unos 450.000 años la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego que los ayudó a soportar el invierno en el hogar primitivo. Hace unos 300.000, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y, entonces, creyeron comprenderse.
Aun hoy, queriendo ser dos, muertos de miedo y de frío, seguimos buscando las palabras.
En nuestro hemisferio, el estado de sumisión y servidumbre a que se les ha sometido ha sido escrupulosamente definido y constantemente demandado por autorizados pensadores laicos y religiosos, quienes al deducir “la naturaleza inferior" de las mujeres, determinaron su obligación de servir al hombre.
Este estado de sumisión histórica ha sido decisivo en la vida de ellas, pues las ha limitado a una perpetua minoría, a una radical subordinación y a una absoluta dependencia, que ha demostrado las claras relaciones verticales, jerárquicas y androcéntricas de dominación ancestral que ha ejercido el macho de la especie.
Esta afirmación podría encontrar eco en lo dicho por Federico Nietzsche, en su obra Más allá del bien y del mal (1886): "El hombre debe considerar a la mujer como propiedad, un bien que es necesario poner bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección más que en esta situación subalterna”.
La aseveración del influyente pensador alemán nos muestra cómo la historia de la mujer ha sido una historia decidida y contada por los hombres.
Desafortunadamente, tan cruel posición no se ha podido quedar en el pasado, sino que se ha afirmado y se prolonga en el tiempo, abarcando, incluso, las circunstancias actuales. Algunas estadísticas podrían ayudarnos a comprobarlo: en las mismas condiciones de trabajo, en diferentes regiones, el salario de la mujer es del 30 al 40% menor que en el hombre. El paro forzoso femenino es mucho más alto que el masculino. 500.000 mujeres mueren cada año por complicaciones del embarazo, y 500, cada día, pierden la vida por abortos. En el Tercer Mundo ellas constituyen el 80% de la mano de obra campesina. Tres cuartas partes de los pobres del planeta son mujeres; y el 70%, de los 960 millones de analfabetos, también lo son.
Este desequilibrio cimienta unos vínculos injustos y jerarquizados, basados en el poder, que relegan la dimensión femenina y afectan a la humanidad entera. De allí que los movimientos feministas de liberación, asfixiados bajo el peso de la estrechez, hayan asomado la urgencia de una nueva sensibilidad en las formas de conectarnos, de sentir el mundo y a la humanidad, a través de una nueva conciencia.
Y, si nos detenemos a mirar bien, nos daremos cuenta de que es el resultado inevitable de la evolución humana que va descubriendo y necesitando distintas maneras, más ennoblecidas, de relación, que permita caminar hacia una liberación conjunta. "Las mujeres siempre lucharon al lado de los hombres contra la esclavitud, la colonización, el apartheid y por la paz. Que los hombres se unan con las mujeres en su lucha por la igualdad", ha pedido a los varones la feminista Gertrude Monguella.
La constatación de esta realidad es totalmente posible. Comporta un reconocimiento histórico y suministra también una idea de la perspectiva y de los intereses globales presentes en la lucha liberadora de las mujeres.
La dominación masculina, y todos esos comportamientos injustos y opresores contra ellas "ofenden la dignidad tanto del varón como de la mujer", y, por lo tanto, menoscaban a ambos. Es ineludible, entonces, reconocer que la nueva conciencia femenina debe ayudar también a los hombres a revisar sus esquemas mentales, su manera de autocomprenderse y de situarse en la historia e interpretarla.
Hace unos 14.000 millones de años, un huevo resplandeciente se rompió en medio de la nada y dio principio a los cielos y a las estrellas y a los mundos. Hace 4.500 millones de años, la célula originaria bebió el caldo del mar y se duplicó para tener a quién convidar un sorbo. Hace unos 2 millones, la mujer y el hombre, casi primates aún, se empinaron sobre sus patas y extendieron los brazos, y por primera vez tuvieron el espanto y el gozo de verse cara a cara mientras copulaban.
Hace unos 450.000 años la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego que los ayudó a soportar el invierno en el hogar primitivo. Hace unos 300.000, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y, entonces, creyeron comprenderse.
Aun hoy, queriendo ser dos, muertos de miedo y de frío, seguimos buscando las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario