Las ferias de libros, quién lo duda, están cargadas de significados. Ellas tienen la peculiaridad de ser opciones, dirigidas a superar la distancia entre el libro y el lector. Las ferias de libros reproducen, hay que decirlo, un espacio público en el que habita –todavía- el ancestral espíritu cívico del ágora griega. Es una forma de economía que vende un producto muy especial: la propiedad intelectual. Un producto que atrae particulares simpatías ciudadanas, en virtud del beneficio que su uso dispensa. Porque, ¿qué es el libro, sino un espejo en donde se reflejan nuestros pensamientos nítidamente?
En él, leemos, y nos leemos. El libro es un tejido, en el que se entrelaza y mezcla la historia del hombre. En él, el ser humano ha podido atrapar los mitos de la historia de la humanidad, para darles sentido, explicación y trascendencia. Los libros enseñan el significado de las pasiones y su forma de examen y control. Cuentan relatos, y protegen y embellecen el cuerpo y la vida del hombre. Y sirven para dar equilibrio a las fuerzas ocultas que brotan de la naturaleza. En ellos se explica el mundo, construyendo sentidos como señal de lo humano.
En las ferias del libro la palabra es la mercancía, pero, como hemos dicho, una mercancía muy especial. Una feria de libros es un mercado en donde adquirimos pensamientos. Las palabras se nos ofrecen a uno y otro lado de sus pasillos formando parte del significado de las cosas. Y como en los mercados públicos, las palabras expuestas en los estantes, exudan.
Fíjense, por ejemplo, cómo huele aquel libro de poesía. Palpen por ustedes mismos, la temperatura de las tapas de aquella novela. Sopesen los humores de aquel diccionario, y constaten que no son arbitrarias, ni convencionales, ni triviales las afirmaciones de ese libro de física.
Las ferias de libros son presencias humanas naturales, que forman parte del gran organismo de la realidad. Son presencias vivas, en donde hay palabras buenas, que deseamos ardientemente, y, seguramente, también, palabras malas; palabras que detestamos y fustigamos, pero a las que defendemos, por encima de todas las cosas, en su derecho de ser pronunciadas.
Las ferias de libros son un mercado abierto de palabras, y para las palabras, que nos invita a compartir y a saborear los platos servidos por las casas editoriales que sazonan con su presencia: Ya vemos por allá un plato que se asoma, provoca y escandaliza, por la energía de sus condimentos. En este otro stand hay algunos preparados para ser saboreados, lamidos y deglutidos, sin cargo de conciencia. Este de más acá, que humea por lo reciente de su cocción, asoma una lengua que modula el aire vibrante que sale de sus hojas, y que nos dice con sus ruidos y sonidos, el alimento del que está hecho.
Porque la feria, húmeda, carnosa y rosada, vertida en los libros que se exhiben, es una avanzada de nuestro cuerpo sobre el mundo. Es nuestra mente, más allá de la frontera de nuestros labios.
En él, leemos, y nos leemos. El libro es un tejido, en el que se entrelaza y mezcla la historia del hombre. En él, el ser humano ha podido atrapar los mitos de la historia de la humanidad, para darles sentido, explicación y trascendencia. Los libros enseñan el significado de las pasiones y su forma de examen y control. Cuentan relatos, y protegen y embellecen el cuerpo y la vida del hombre. Y sirven para dar equilibrio a las fuerzas ocultas que brotan de la naturaleza. En ellos se explica el mundo, construyendo sentidos como señal de lo humano.
En las ferias del libro la palabra es la mercancía, pero, como hemos dicho, una mercancía muy especial. Una feria de libros es un mercado en donde adquirimos pensamientos. Las palabras se nos ofrecen a uno y otro lado de sus pasillos formando parte del significado de las cosas. Y como en los mercados públicos, las palabras expuestas en los estantes, exudan.
Fíjense, por ejemplo, cómo huele aquel libro de poesía. Palpen por ustedes mismos, la temperatura de las tapas de aquella novela. Sopesen los humores de aquel diccionario, y constaten que no son arbitrarias, ni convencionales, ni triviales las afirmaciones de ese libro de física.
Las ferias de libros son presencias humanas naturales, que forman parte del gran organismo de la realidad. Son presencias vivas, en donde hay palabras buenas, que deseamos ardientemente, y, seguramente, también, palabras malas; palabras que detestamos y fustigamos, pero a las que defendemos, por encima de todas las cosas, en su derecho de ser pronunciadas.
Las ferias de libros son un mercado abierto de palabras, y para las palabras, que nos invita a compartir y a saborear los platos servidos por las casas editoriales que sazonan con su presencia: Ya vemos por allá un plato que se asoma, provoca y escandaliza, por la energía de sus condimentos. En este otro stand hay algunos preparados para ser saboreados, lamidos y deglutidos, sin cargo de conciencia. Este de más acá, que humea por lo reciente de su cocción, asoma una lengua que modula el aire vibrante que sale de sus hojas, y que nos dice con sus ruidos y sonidos, el alimento del que está hecho.
Porque la feria, húmeda, carnosa y rosada, vertida en los libros que se exhiben, es una avanzada de nuestro cuerpo sobre el mundo. Es nuestra mente, más allá de la frontera de nuestros labios.
Estimado Rafael Simón: Aprovecho la oportunidad para enviarte un saludo caluroso. Espero que Beatriz se encuentre bien. Valga la felicitación por la apertura de este nuevo espacio que sin duda enriquecerá el diálogo sobre el libro. Deseo que este y otros proyectos futuros obtengan el reconocimiento y el fervor de los lectores de verdad y no de los que se asoman a las solapas y los chismes mal escritos. Afectuosamente, tu amigo José Carlos De Nóbrega.
ResponderEliminarPS: Anotaré este link en mi blog personal salmoscompulsivos.blogspot.com . Nos veremos pronto.
ResponderEliminarEstimado José Carlos, tus palabras me llegan como un salmo para salvarme...
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