lunes, 25 de enero de 2010
Laura Antillano: La literatura no puede ser un manual para enseñar gramática
Foto de José Antonio Rosales.
“He venido aprendiendo, porque la escritura es un aprendizaje que no termina nunca”, dice Laura Antillano. Ella se enfrenta a la lucha diaria, inevitable y seria de apoderarse de la palabra y ponerla en el contacto más directo posible con todo lo que siente, piensa o imagina. Ella sabe que la tarea del escritor es mantener abierta la comunicación entre el hombre y su imaginación.
Consultada acerca del Premio “José Rafael Pocaterra”, 2004, que otorga el Ateneo de Valencia, por su libro Migajas, dijo que “ese texto es el nacimiento hacia otro lenguaje, hacia otra búsqueda. Es como si me hubiese lanzado a hacer fotografía. Siempre he escrito sobre fotografía, siempre he amado la fotografía como forma, pero nunca he hecho fotografía, probablemente por un respeto reverencial hacia la fotografía como hacia la poesía”.
-La decisión de enviar el texto al concurso tuvo que ver con la necesidad personal de producir una lectura objetiva. Lo envié buscando que fuese leído por gente que no me conocía, o me conocía desde otra perspectiva. Mi esperanza era que no se tuviese la menor idea de quién era el autor del libro. Me impresionó que para el jurado fuese una sorpresa saber quién era la autora.
-En todo caso, para mí el premio ha sido un voto positivo de lectura. Todo escritor, una vez que concluye un texto, siente la necesidad por saber cuál es la lectura de los otros, es decir, la recepción, ese espacio tan importante para el escritor. Lo que yo deseaba probar era qué tanto les decía este libro a los otros, dice Laura.
Porque a pesar de que se escribe para ser leído, se es leído sin poder serlo para aquel para quien escribes, pero hay otra recepción que permite ser leído y querido por otros, completa la escritora parafraseando a Roland Barthes.
Y pensamos que para Laura Antillano, esta es la más sagrada pretensión de su acto creador: enseñar, conmover, deleitar, agradar, instruir, y, si es posible, iluminar.
Es un deslumbramiento que le ha permitido elevarse desde las sombras hasta el asombro, aunque a veces por diversos caminos.
-La escritura de la poesía y la escritura de la prosa son procesos totalmente distintos. Para la escritura de la prosa, el espacio de la conciencia es mucho mayor, y si bien se inicia como se inicia el poema, a través de una imagen, de una sensación, de una relación con las cosas que nos va llevando a las palabras, el cuento o la novela se produce de forma más planificada; lo construyo en mi cabeza, mientras tomo anotaciones. Cuando puedo dejar descansar esos procesos dentro de mí, voy al cuento, a la narrativa. La novela, por ejemplo, es un pedazo del tiempo de la vida, que requiere un mayor espacio, quizás menos intenso, pero más extenso.
-Mi sensación con el poema es que está más cerca de las emociones. De una especie de iluminación, de una revelación. Yo creo que hay un nexo entre la poesía y la revelación, tangencial y directa. Muchas veces el espacio de la escritura poética está más en el inconsciente que en la conciencia. Con la poesía, voy reuniendo los textos que escribo, y mucho después es que trato de leerlos, a la distancia, para cambiar una palabra, modificar una línea, pero, generalmente, una vez concluido el texto, siento que el poema está ahí. Y no sé explicar cómo surgió, sólo sé que hubo una sensación, un atisbo, una emoción.
A propósito de la Bienal Pocaterra le correspondió preparar un texto sobre Miyó Vestrini, a quien conoció, según nos cuenta, muy tempranamente, y pensando en ella y en su relación con el periodismo, reflexionó también en cómo se llega a la escritura y cómo toma uno esas decisiones.
-Cuando yo estudié letras, escribía poesía más que prosa, me sentía más próxima del poema, los leíamos públicamente, como estudiantes de literatura. En aquel entonces el estado emocional, la relación que teníamos con el mundo, la percepción de la vida como movimiento, me llevaba a escribir poesía. Progresivamente entré en el cuento cuando ya tenía algunos años en la universidad; pero, definitivamente, mi primera relación fue con el poema. Desde entonces he venido aprendiendo, porque la escritura es un aprendizaje que no termina nunca.
Pero la vuelta al poema se produjo de forma inexplicable. Tal vez por una necesidad esencial o quizás por una manera distinta de ver y mostrar el mundo.
-Los cambios en los estados emocionales, y en los modos de percepción de la vida, han influido para que en este instante sienta que la escritura es el poema, dice Laura. En Migajas hablo de una renuncia, de una serie de hechos que tienen que ver con lo amoroso, con el espacio público, con el espacio de los otros. Cuando escribí el texto lo hice con una intención religiosa en el acto de revisión del sí mismo, del dolor como un hecho formador, porque creo que el dolor, efectivamente, nos enseña, probablemente mucho más que la alegría. Nos enseña y nos forma acerca de la soledad y del encuentro con los otros. Es decir, nos enseña la ceremonia como un acto importante para el vivir, nos enseña la profundidad del encuentro con nosotros mismos a través de un espacio que significa una profunda reflexión.
Este poemario, ganador del Premio Bienal “José Rafael Pocaterra”, hace el relato de una serie de hechos que implica atravesar la vida en un sentido monacal, nos revela. “La presencia de los perros, por ejemplo, es la presencia de la lealtad, del acercamiento, de la vida en su sangre y en su dolor, en lo terrible; andar para hallar, de acuerdo a lo dicho por Ida Gramcko. Es decir, la andanza y el hallazgo, porque al final está el hallazgo, justamente el encuentro con lo sagrado, el encuentro con la profundidad que es la mayor de las alegrías. Ahora yo presiento ese encuentro, y realmente lo vivo en la gran poesía. Probablemente a esta edad estoy más cerca de la poesía, porque estoy más cerca de la muerte”.
-La poesía, además, nos ofrece muchos caminos. Un poema de Luis Alberto Crespo o de Ramón Palomares, poetas a los que idolatro, están muy distantes como lenguaje de un poema de Alejandro Oliveros o de un poema de Allen Ginsberg o de un poema de William Carlos Williams, pero igualmente son grandes poemas porque son grandes poetas. Esa diversidad le da una riqueza a la poesía que la coloca en un espacio religioso, superior dentro de los espacios de los lenguajes de la comunicación.
-Entender un poema puede producir un proceso de iluminación muy especial que nos puede cambiar. Nos puede hacer mejores personas. Ese aprendizaje a través de la poesía nos puede construir y convertirnos en otro. Usando como herramienta la lectura, el ser humano puede desarrollar un espacio interior que lo hará un ser libre, un ser capaz de desplegar su propio pensamiento, para saber, sobre todo, quién es como ser humano. Eso nos da la posibilidad no sólo del encuentro con uno mismo, sino también con los otros, con el mundo de lo social y el de la naturaleza.
La literatura, afirma, no puede ser un manual para enseñar gramática; “ésta es la manera más fácil de matarla y acabar con los lectores. La literatura hay que disfrutarla en la lectura misma. La lectura de la literatura es un acto colectivo pero solitario. Es un acto de libertad”.
De allí su empeño por enseñar en la lectura. De allí la labor en los talleres en La Letra Voladora; la creación de la página La Escuela Viva en el diario Notitarde, para reseñar actividades y estrategias dedicadas a la motivación de la lectura; de allí también el programa radial La Palmera Luminosa, en la emisora Universitaria 104.5.
Después han sido los concursos literarios promovidos por la Alcaldía de Naguanagua, con el propósito de incentivar la escritura y la lectura: La historia de mi calle, Crónica sobre mi mascota, Cómo ayudar a un amigo en problemas, Carta a un ex alumno que no consigue empleo, Mi primer beso, Carta de un nieto a su abuelo, Carta de abuelo a nieto, Carta al Niño Jesús y Biografía de heroínas anónimas.
Otra actividad profundamente gratificante para ella ha sido la de los libros de las escuelas, una idea que surgió en el seno mismo del taller de creación de narrativa: “Hacer libros de lecturas para las escuelas, con “sabor local”, donde los niños reconozcan la calle donde viven, la plaza en donde juegan y a sus escritores”. El primer libro De la escuela salen los caminos, es el de Naguanagua, que tiene como centro la invención de las historias de un grupo de niños y su maestra. Después han llegado otros, los de Bejuma, Montalbán, Miranda y Zulia.
Más recientemente se ha incorporado a proyectos vinculados con El CONAC. Uno de ellos es el de la Biblioteca Temática Venezolana, que ha diseñado unos libros cuyos temas fueron asignados a escritores y especialistas.
-A mi me correspondió escribir Elogio a la comunidad. Pero participan muchos escritores más como Stefanía Mosca y Armando José Sequera. Esos libros fueron obsequiados en las plazas Bolívar de todo el país. Otro programa, indica, es el que desarrolla Monte Ávila en el que participarán 50 autores venezolanos, con una edición de 35.000 ejemplares por cada libro, con distribución en las escuelas y las universidades. Esto es muy importante en un país en el que había que estar agradecido cuando a uno le editaban un libro de mil ejemplares.
Todo ello, afirma la escritora Laura Antillano, con un solo objetivo: formar un lector que sepa que la literatura tiene que ver con él mismo como ser humano. Un lector que no vea en la literatura un simple manual de gramática; un lector que comprenda que la lectura, como la poesía, puede hacernos mejores personas.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
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