miércoles, 23 de febrero de 2011
PIEL DE CIUDAD
Pavlova en Naguanagua. Foto de Rafael Simón Hurtado.
Aquellos que la objetan no han sido capaces de hacer un alto en el tono inverosímil de sus tardes, ni en la frescura de sus amaneceres por el sol frío de diciembre. Es nuestra ciudad, y nos lastima como una daga en el brazo cuando la ingratitud se apodera de la razón.
Quienes la adversan, forman legión, y pasan de largo frente al prodigio de lo que permanece inalterado, a pesar del tiempo y la intemperie. Bastaría con detenerse en la frescura de sus parques o en la nobleza de sus casas para que el extraño comprendiera la fuerza de quienes la habitan. Mas, los apáticos caminan sin alzar la cara para confirmar el molde de lo que se levanta.
Nadie repara en el sortilegio de las plazas, ni ha visto avanzar por las calles angostas las huellas que nos dejan una crónica hecha de deterioro.
Dicen que el mundo exterior es un espejo del que se nos agita por dentro.
¿Qué puede ser de nosotros si sólo nos rodeamos de miseria, violencia y mal gusto, ajenos a todo proyecto de arte y de conservación de nuestro patrimonio cultural y natural? Es como si la indolencia dominara la necesidad de la estética urbana.
El valor de una ciudad es aquél que le es asignado por sus habitantes. Por lo tanto, la negación de su arquitectura por el pragmatismo que nos envuelve; el olvido de sus monumentos, el derribamiento de sus casas memorables y la pretensión de someter la conservación natural a la hipócrita adecuación del mal gusto y la anarquía, son signos que podrían expresar cierta forma de barbarie.
Sin embargo, no debemos aceptar como sino el suspiro de lo efímero. Las posibilidades estéticas de las urbes modernas, no están reñidas con la conservación de las viejas estructuras y de la naturaleza.
Quienes hemos tenido el privilegio de vivir en esta ciudad, sabemos que ella es fuente de energía y lucidez, que nos invade el ánimo desde los patios de la centenaria Universidad de Carabobo, o en el pulso actual de su trajín en los senderos del Parque Fernando Peñalver. Hablamos, en realidad, de ese pasado que se esfuma por la desidia de algunos. Allí, donde viven la luz de nuestra infancia y la eterna memoria.
Después de cuatrocientos cincuenta y seis años de fundada, haríamos bien en atender las historias de las casas de los antiguos pobladores que aún permanecen de pie, para saber que en la ciudad de Valencia, en Venezuela, conviven tres familias estableciendo sus alfabetos ocultos: La brisa intranquila del pasado que se mueve en el viento de los árboles; el rumor de una ciudad que crece cada día en el contraste de sus formas, y nosotros, tratando, por encima de todo, de ser dignos de sus noticias.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
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Vivo lejos de allí, rodeada de árboles que se mecen y nos deleitan, en plena montaña, me encanta detenerme para ver la naturaleza, disfruto del sonido de las aves, hoy mi ciudad cumple 450 años, lejos de la quietud que he mencionado, pocos se detienen a observar tantas maravillas que Dios nos ha dado.
ResponderEliminarMaravilloso su piel de ciudad y FELICITACIONES A MI QUERIDA SAN CRISTOBAL.
Gracias Yasmín por compartir sus impresiones.
ResponderEliminarR.S.