sábado, 3 de abril de 2010

El arma de la comunicación


“El periodismo es literatura a alta velocidad”, dijo Octavio Paz; impuesta con vehemencia por la convulsión del mundo. El 11 de septiembre de 2001 empezaron a brotar todas las características que tendrá este siglo, que reunidas, unas y otras, nos vienen a dar una fotografía de la naturaleza del nuevo periodista y de la comunicación como un arma: un comunicador signado por la tecnología y el vertiginoso (in)flujo de la información.
Vértigo que atenta contra el buen juicio, y que al decir de Gabriel García Márquez, convierte las salas de redacción en laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores.
Por el contrario, los periodistas del siglo XXI, escribió Jean Daniel, director del periódico francés Le Nouvel Observateur, deberían estar, más bien, forzados a la humildad y al rigor, si quieren abordar esa gran faena de imaginar el futuro de la cotidianidad.
Porque en esa perturbada carrera, el trabajo periodístico sufre riesgos. Se invalida la objetividad, se quiebra la independencia y terminamos trastocando al comunicador en un augur o profeta que, desde su computadora conectada a Internet, persigue saber todos los códigos para comprender los secretos del universo.
Pero una cosa es el periodismo que anuncia la realidad, palpándola, y otra, muy distinta, es el periodismo imaginado en la distancia en términos de espectáculo.
He aquí una celada: hay medios de comunicación que señalan una agenda de contenidos acerca de los cuales opina y debate el público; una cartapacio en gran medida representado por un sinfín de invitaciones confidenciales que confluyen en falsos acontecimientos. Esta realidad preelaborada –y fingida- por una extraordinaria red (y en la red), con razones comerciales y no periodísticas, indica a diario qué es actualidad y qué no lo es. Un arma que apunta a un blanco fijo. Un periodismo que con su palabra puede contrarrestar el poder de las bombas, o detonarlas.

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