jueves, 31 de diciembre de 2009

Liliana Lozano: La radio es un medio que nos permite el ejercicio de la imaginación




Foto de José Antonio Rosales






ÓRGANO DE LO IMAGINARIO


Obligada al lenguaje verbal, desnuda de ademán y gesto; inválida de expresión corporal, oculta a la complicidad de las sonrisas y de las miradas, la radio es un medio de comunicación que desafía la imaginación.

Eso nos hace pensar Liliana Lozano, directora de Universitaria 104, 5, emisora de la Universidad de Carabobo, cuando dice que el gran valor de este medio es, precisamente, el de ser “el único que permite, después de la lectura, el ejercicio de la imaginación”.

Y, a pesar de esta economía de recursos expresivos, la radio es próxima y cálida, como la voz de Liliana, porque aun siendo puro sonido, cada palabra dicha por ella, está impregnada de emociones y vivencias.

“Cada medio tiene su lenguaje, dice, y el de la radio se caracteriza por darle preponderancia a la descripción. Se necesita que quien escucha pueda aprehender lo que se le está comunicando, y eso pasa por acicatear la imaginación y la fantasía. Por lo tanto, el mensaje, aunque directo, debe ser sugerente. Recordemos que quien oye radio se mueve en distintos escenarios -la oficina o la casa-, con nuestra voz de fondo como única compañía”.

-El que comunica construye puentes manejando emociones; por lo tanto, para todo comunicador, nada humano puede serle ajeno. Debe interesarle todo, pues el público al que se dirige tiene intereses diversos. Debe gustarle el contacto humano, pues es, ese contacto el que le va a proporcionar los denominadores comunes de la gente: Todos queremos ser felices, queremos amar, queremos que nos vaya bien en la vida; es decir, a los seres humanos nos mueven las mismas cosas; así como las grandes tragedias, los pequeños actos cotidianos. El comunicador no hace otra cosa que convertirse en una suerte de vaso comunicante, utilizando el conocimiento de esa información”.

Ya el propio semiólogo francés, Roland Barthes, lo había advertido: el sonido de la voz le da materialidad al cuerpo, y aunque estamos invadidos por las imágenes, nuestra civilización es una civilización de la palabra. Barthes fue quien nos dio la clave anticipada de por qué la palabra hablada adquiriría la fuerza que ha hecho de la radio uno de los medios más competitivos: "la voz es un órgano de lo imaginario".



EL TONO DE LA VOZ


En la radio no hay masas uniformes sino suma de grupos y voluntades, por eso quien trabaja en la radio, además de valerse de las palabras y construcciones gramaticales, define un especial tono de voz. Y en el caso de Universitaria 104, 5, nos referimos a una particular forma de expresión. A diferencia de la prensa, donde la frase puede ser vuelta a leer, y de la televisión, donde la imagen soporta y hasta desplaza al verbo, en la radio “sólo” se puede trabajar con las palabras, la música y los sonidos.

“Las técnicas para el manejo de la voz en radio, afirma Liliana Lozano, tienen un denominador común con la actuación y el canto. Quien se propone trabajar en este medio debe asomarse a la ventana del canto y ubicar qué voz tiene, para saber qué tono va a dar. Esto nos indica cuáles son nuestras fortalezas y debilidades. Del reconocimiento de esas cualidades, cada uno puede hacer una cosa diferente con su voz, y cada uno puede trabajar esa voz con aquello que necesite mejorar. Una vez que sabemos de qué voz somos dueños, debemos aprender a colocarla para sacarle el máximo provecho. La colocación de la voz, el tono, las pausas, los silencios, son distintos de acuerdo a cada trabajo radial. La equilibrada combinación de los diferentes elementos, puede hacer que quien nos escuche no cambie el dial. Es tan sencillo que te cambien, pues es tan alta la oferta. Por eso es necesario, también, ser espejo de lo que ocurre afuera”.

Esto, inevitablemente, ha conducido a que Universitaria 104, 5 haya desarrollado su propia voz. Una voz que ha sembrado en el oyente universitario la posibilidad de convertirse, más que en un receptor, en un interlocutor, que recrea, evoca, usa y hace “cosas” con las palabras que escucha. Dando como resultado un radioescucha integrado al “nosotros” que es hoy en día la emisora de la Universidad de Carabobo.

“Todo lo que somos y hemos sido se encuentra en ese decir que nos transparenta y nos descubre a los ojos de los demás -piensa Liliana-, y al oírnos allá afuera, pueden averiguar quiénes somos, de dónde venimos, cómo actuamos, qué tememos, qué admiramos”.

RADIO UNIVERSITARIA


Quizás uno de los postulados más importantes que comparte toda radio universitaria sea el de aportar en la construcción de una cultura común de los ciudadanos, fortaleciendo su nivel educativo y cultural y estimulando el flujo de información científica y tecnológica, además de informar y entretener con pluralidad e independencia.

“Nada te puede dejar indiferente, afirma Liliana Lozano. No puede haber prejuicios. Debemos ser capaces de ponernos en el lugar del otro. Y nunca perder la capacidad de asombro y la curiosidad. Nuestro cuerpo todo, debe convertirse en un instrumento de comunicación. No es solamente el rigor de lo académico, sino lo que somos verdaderamente: los libros que hemos leído, las películas que hemos visto, lo que hemos amado, lo que hemos viajado. Porque en algún momento pueden comenzar a pesar los libros que no nos hemos leído, las películas que no hemos visto, lo que hemos dejado de hacer, es decir, nuestras carencias”.

“Tenemos que asumir la comunicación como un acto integral, nos debe interesar todo. Debemos ser capaces de reconocer el auditorio para escoger los temas. Y no creo que sea necesario trivializar el discurso para llegarle a la gente. Este es un trabajo que exige nuestra conciencia como educadores en el más amplio sentido de la acepción. Cuando nos plantamos delante de un micrófono, nos convertimos en modeladores de la conducta de la gente, pues anteponemos lo que es más sagrado para un comunicador, es decir, la credibilidad”.

“La radio no es solamente una cajita de música. La gente quiere que le hables, la gente quiere escuchar. En este momento en el que todo no los dan digerido, en que todo está hecho, la radio sigue siendo el único medio que nos permite el ejercicio de la imaginación”.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Adriano González León: lector es el que no le tiene miedo a las sorpresas del lenguaje


Foto de José Antonio Rosales.


Aunque es un nombre admirado y respetado por su novela País portátil, Premio Biblioteca Breve, Ediciones Seix Barral de Barcelona, España, 1968, Adriano González León, tuvo sus inicios en la narrativa venezolana con memorables títulos de cuentos como Las hogueras más altas (1959), Asfalto-Infierno (1963) y Hombre que daba sed (1967). Sin embargo, es cierto que fue País portátil, el libro que lo colocó al lado de los grandes escritores del “boom latinoamericano”.
La entrevista publicada, fue producida con ocasión de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo en el año 2006, y fue la última presentación del autor en tierras carabobeñas antes de su muerte. Entonces, inauguró el pregón de apertura en los espacios de la feria, en nombre de los escritores venezolanos, y del amor profesado a los libros, a la lectura, al lector.



Adriano González León, el escritor venezolano cuya creación literaria levanta vuelos y revuelos extraordinarios a sus 75 años, hizo la primaria y la secundaria en su tierra natal, Valera, estado Trujillo. Allí -cuenta-, despertó su vocación por la literatura y por el oficio de escribir: “Muy temprano…creo que desde la primaria. En el Colegio Salesiano había un grupo de lectura propiciado por el padre Rota y nos reuníamos los sábados para leer a Julio Verne y otros escritores de esa tónica. Después, ya liceísta, fui a la Biblioteca Municipal y era el único muchacho a quien permitían leer libros para adultos. Allí sorprendí a Balzac…Dostoievsky…” En la Universidad Central de Venezuela obtiene el título de abogado, pero el ejercicio del Derecho no le supuso impedimentos a su poderosa inclinación literaria. Tal militancia, lo llevó a ser miembro fundador del Grupo Sardio, agrupación integrada por escritores y artistas plásticos, que a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, entre 1958 y hasta 1961, editaría la revista homónima, señalada por su compromiso político revolucionario y la difusión de escritores de todo origen. Esa misma vocación lo había llevado en 1956 a ganar el segundo premio en el concurso de cuentos que anualmente celebra el diario El Nacional, con el cuento El Lago. Al año siguiente aparece su primer libro de cuentos: Las hogueras más altas, recibida por la crítica con significativos elogios. La acogida es tan ampliamente favorable, que merece los honores de una segunda edición preparada en Buenos Aires, Argentina, con prólogo del famoso escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, años después Premio Nóbel de Literatura. Este acontecimiento, que puede considerarse, como lo fue en efecto, un gran impulso, proyecta el nombre de Adriano González León por toda América. En Caracas se le otorga entonces, por este trabajo, que es leído con entusiasmo, el Premio Municipal de Prosa en 1958. De este momento en adelante la producción del escritor trujillano no se interrumpe.


-Cuando está en el proceso de escribir, Adriano, ¿se retroalimenta con la lectura de otros autores? ¿Piensa en el lector?


-“Pienso en mis recuerdos…comienzo y dejo que las sensaciones entren con las palabras. Estas son la esencia de la escritura. Las anécdotas cuentan, pero en segundo lugar”.


En 1963 había dado a la imprenta, en colaboración con el pintor Daniel González, el libro Asfalto-Infierno, recibido, como todas las producciones suyas, con la aceptación no sólo de la crítica, sino de los lectores con que cuenta dentro y fuera del país. Posteriormente es nombrado Primer Secretario de la Embajada de Venezuela en la República Argentina, en donde adquiere vinculaciones valiosas. De vuelta a Venezuela figura como profesor de la Facultad de Economía de la Universidad Central y es de los animadores del Techo de la Ballena, asociación de jóvenes pintores, escultores y poetas que tratan de buscar un nuevo camino para su quehacer intelectual.


-Adriano, al cabo de todos estos años, qué significa para usted ser un escritor, y, además, qué es ser un lector.


-“Yo todavía no sé quién soy. Lector es el que no le tiene miedo a las posibles sorpresas poéticas del lenguaje”.


Sin embargo, con País Portátil, Premio Biblioteca Breve, Ediciones Seix Barral de Barcelona, España, en 1968, González León se colocó, primero, al lado de los grandes escritores del boom latinoamericano, y después, él mismo, como uno de los escritores emblema de Venezuela, maestro del lenguaje.


-Adriano, ¿a cuáles de sus contemporáneos, en edad e intereses literarios, se siente más vinculado; a quiénes lee y a quiénes no, y por qué?


-“Estoy vinculado a todos los que han pasado por las ofertas de la vanguardia y han hecho de la poesía o la narrativa un asunto universal”.


Pues la literatura es la gran pasión en la vida de este venezolano, que dice que “el idioma es por sí sólo un contenido, es una anécdota y una verdad. Cada palabra cuenta y puede contar por sí sola una historia, si el lector tiene imaginación. Las palabras están llenas de emociones, de paisajes y de vidas interiores que el lector puede construir”.


-¿Cree, como se ha dicho, que la lectura es una gran enemiga del poder?


-“Es probable, a juzgar por la orfandad mental de los actuales gobernantes”.


Un libro, para González León, se abre a la lectura individual, a la intimidad con el otro, pero un lugar donde se alojan los libros puede de pronto transformarse en lugar de reunión, espacio que convoca a compartir en silencio, en templo para la búsqueda. Pues los libros no son sólo palabras ordenadas, plasmadas en un papel. Los libros tienen el alma de quien los escribe plasmado en ellos. Razón por la cual los libros pueden ayudar a crecer, a vivir, a imaginar. Son la fuerza omnipresente que nos vincula a un mundo en otra dimensión, y como evidentemente cada quien tiene una realidad distinta, cada libro es captado de acuerdo a esa condición.


-Conforme a su experiencia, Adriano, ¿cuál es la relación que se establece entre el comportamiento de los lectores y el movimiento editorial en Venezuela?


-“Muy difícil. Creo que ferias como la de la Universidad de Carabobo, pueden contribuir al diálogo. Es menester estimular la elección de los textos. El lector medio es muy flojo. Está muy dañado por el espectáculo y el facilismo. Quiere que le digan lo que ya sabe”.


Y a pesar de las iniciativas editoriales que se han impulsado, a través del Ministerio de la Cultura, el autor no dudó en calificar a Venezuela como 'un país de analfabetas'.


-¿En qué condiciones cree usted que se encuentra el lector venezolano?


-“En pésimas condiciones, comparado con lectores de otros países latinoamericanos como Colombia, México o Argentina”.


Por ello lo que le molesta en la actual literatura que se vende exitosamente -los grandes libros no tienen éxito espectacular de ventas-, es la pobreza en el léxico, la ínfima imaginación, la banalidad y el facilismo con que se pretende gustar al gran público. “Creo que en ninguna otra época, el entronque con la necedad ha sido tan exacto, sobre todo con el auge de los medios electrónicos”.


-¿Qué lecturas cuestiona, y cuáles recomienda?


-“Cuestiono los llamados libros de ayuda y los best-sellers”.


-¿Quiénes son más peligroso, los libros o los lectores?


-“Aquí en Venezuela no hay peligro. La gente en su mayoría lo único que lee son la Gaceta Hípica y las revistas de modas”.



Adriano González León después de Viejo
Dios a los treinta y siete y contrito a los setenta, Adriano González León (Valera, 1931), torció su historia personal contando la historia de un país. Lleno de sed, su primera novela, País Portátil, le proporcionó todos los sorbos de gloria que el cuerpo le reclamaba, y gracias al éxito alcanzado en 1968 con este libro descomunal (obtuvo el Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral, de Barcelona, España), Adriano se instaló en la marquesina donde se colocan los nombres de aquellos que se mueven con zancos a través del tiempo. Desde aquel momento Adriano, - permítaseme que lo llame Adriano -, tomó a su aire el ejercicio de la docencia, la televisión, la escritura y la bohemia, viviendo, según lo dicho por amigos y enemigos, en un aparente mundo de escritor sin escritura; de sequía creativa, en el tránsito terrible que va del último texto escrito, laureado con un premio, a la responsabilidad de una nueva y lograda metáfora que debía superar toda marca anterior. Tal vez fue esta circunstancia, asumida por él con preocupación, lo que lo hizo pasar por los llamados “años de mudez”, los largos períodos de renuncias y los repetidos naufragios personales.

En Adriano se fueron acumulando la resaca de la fama y los (es)tragos, postergando la escritura, o por lo menos aquella que se concibe en términos de notoriedad. La euforia por la literatura se expresaba en él, más bien, en el supremo acto de vivir y escribir, aunque el producto de aquello no pusiera jamás los pies en una imprenta. Para Adriano publicar era una cosa y escribir otra. Así, el hombre joven que fue se dejó envolver por las distracciones de la fama y las lisonjas del prestigio. En él, seguramente, se asentó como argumento desafiante la bohemia como una alternativa para el escape, aunque es cierto que nunca dejó de trabajar. La creación le exigió una concentración y disciplina que no estaba dispuesto a dar. No deseaba que su lápida tuviese la misma inscripción que la losa del burócrata: Cumplía horario.

Pero no es tan simple. La vida de Adriano fue transportada por la bohemia de un lado a otro en un constante interrogatorio; se sabía perseguido por las expectativas que había planteado País Portátil; el premio que lo colocaba al lado de los escritores del llamado boom latinoamericano - Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, etc.-, poniendo sobre sus espaldas una responsabilidad que le impedía publicar hasta tanto no estuviese convencido de la nueva metáfora.

Se fue, poco a poco, encerrando en sus temores, al tiempo que le aplicaba a cada línea escrita la más cortante crítica, el más contundente juicio, interrogando él mismo desde el púlpito que instaló en aquella desaparecida república de letrados ilustres.

El creador de gran casta que había develado en un nuevo lenguaje al país, de pronto se sintió desconcertado entre esa inédita relación con la realidad y el fenómeno literario con el cual había logrado expresarla. Ya no pudo encontrar una nueva forma para que el creador vertiera sus humores, su individualidad, su sentido de grandeza y sus miserias; porque para Adriano la literatura no era ni es protagonismo, sino dolor. Y a costa de no poder satisfacer a quienes esperaban de él un nuevo triunfo, optó por seguir lo que le pidió el cuerpo: vivir, y hacerlo a su manera.

Esa preocupación o temor u obsesión, hizo que Adriano no publicara sino aquello que él consideraba que tenía la impronta de la sangre. Un libro es el resultado de las vivencias de un escritor, de la sinceridad con que las aborda, y quizá, esa necesidad de autenticidad en la escritura, predispuso a Adriano a que sólo aquello que era capaz de producir inevitablemente, tenía validez.

“Yo escribo cuando estoy desbordándome de sensaciones, cuando todo lo que se ha aglomerado en mi experiencia de todos los días quiere salir”. Tuvo entonces que saturarse. Vivir todos estos años, volverse viejo, alejarse, conocer la soledad de los otros y su propia soledad; encontrarse con el olvido, con el menoscabo del cuerpo, con la muerte, para echar mano del oficio, y revivir. Adriano no era un escritor prolífico. Era de los que sopesan largamente la vida, vale decir, la literatura, aun en medio de un aula de clases o de un bar, hasta constatar la satisfacción de lo alcanzado. Adriano es de esos escritores que viven de hacer literatura, no sólo mediante la escritura, sino cada vez que leen, que conversan sobre ella, o que la viven, ya sea en medio de unos tragos o en un programa de televisión.

Yo mismo he compartido muchas veces, con algunos amigos escritores, la “preocupación” de la dulce irresponsabilidad de crear en medio de una tertulia bañada por jarras de cerveza; también la crítica de quienes consideran que esto no es otra cosa que la literatura como excusa para la farra. El alcohol, de alguna manera, nos mantiene conectados a ese otro acto de embriaguez que es la literatura; lo etílico como prolongación de ese acto, forma parte de la ficción; el bar, la peña y los tragos son recursos con los que se construye la historia. La coincidencia de criterios, o aun las diferencias, es sometida al juicio del ocio, es decir, del especular sin límites; escribir es vagar y explorar sin saber en dónde o con quién pernoctaremos.

Para Adriano la cuestión es clara: “Tipos espectaculares como Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Verlaine, Balzac, estuvieron siempre cerca de la bohemia y ello no les impidió hacer sus grandes obras... Para escribir sólo hay un problema: el escritor tiene que resolver su relación con la escritura y por esa vía con el mundo. El escritor debe ser honesto en lo que va a decir, y si aparece el libro, bueno, ahí está”. Viejo, la novela que únicamente pudo escribir después de haber vivido todo lo que vivió, corroboró que el escritor de País Portátil nunca dejó de crear.

martes, 8 de diciembre de 2009

LA CASA


Foto de José Antonio Rosales.



He recordado, vagamente, el fogón al final del patio de la abuela. El recuerdo lo ha traído un remolino de tiempo que pasa y se aleja. Han aparecido, como si de fotogramas se tratara, el laberinto de la brasa, el calor de unas manos asándose al fuego, el jardín de flores redondas y blancas ardiendo sobre un budare sombrío. Más al fondo, he escuchado al abuelo que, con su azada, arrancaba las matas de tomillo y romero, mientras el viento peinaba los penachos del maíz y las copas redondas de los pequeños mangales. Dentro de la casa, el olor de la cocina era aroma de café y huevos revueltos. Un haz de luz con mil partículas del polvo penetraba por una rendija del techo y se aposentaba como una luz cinematográfica sobre las paredes blancas. La puerta era fuerte, de roble. Y por las ventanas entraba el suave calor de un aire transparente. La casa fue antes un convento, un edificio con corredores claustrales. Las campanas de la iglesia vecina nos despertaban cada día, y a ella solíamos asistir para expresar nuestra devoción por el pan. Echo de menos esa casa, y aunque todavía existe, de ella ya no salen por sus puertas y ventanas los aromas del hogar que respirábamos.

La paz incomunicada


Foto de Víctor Hernández



El poeta francés Paul Valery nos previno acerca de dos abismos que intimidan al hombre: el orden y el desorden. En la sostenida lucha por lograr un digno equilibrio entre ambos desenlaces, la comunicación, como medio universal de intercambio entre los habitantes de nuestro planeta, juega un rol fundamental: el de poner la casa en orden, para que esa morada sea habitada en paz.
Lamentablemente, las testas rudas de algunos dirigentes, han sido indolentes a la sabia advertencia del diálogo. Pareciera que se vive en la medida en que otro tipo de comunicación se niega, se torna difícil o, quizá, íntimamente imposible. El esfuerzo ha sido el de acallar, de modo drástico, el llamado apremiante de que la comunicación humana no adquiera la babélica confusión que envuelve en ella a los hombres y sus conductas.
Por el contrario, ocurre un contrasentido. Semejante fenómeno de incomunicación mundial sucede en un tiempo en el que las relaciones humanas son simplificadas por la existencia de todos los medios posibles; en una época en la que además murieron las prohibiciones.
Así, la paz incomunicada, ante una sociedad que no nos satisface, no se inmuta. En la soledad de la impotencia que nos condena, ante el dolor universal sin respuesta, sólo nos queda un camino: Si el hombre habita en el habla, y las palabras son de todos, para comunicar la paz se requerirá de toda una humanidad capaz de sobreponerse a sus propios peligros y de manifestarse en códigos claros. Quizá nunca haya sido más fuerte la tentativa del hombre de proponerse como fin a sí mismo. Y el nudo del problema está aquí: millones de seres humanos aspiran al amor, pero la palabra nunca es pronunciada.

Victoria


¿Deportes híbridos? La fuerza de uno de los deportistas se entremezcla con la plasticidad del otro.

Camino al estadio, el cuerpo se hincha de espectáculo. Asiste contento a la convocatoria de la destreza performativa, imponiendo el lenguaje del músculo, la destreza y la inteligencia. Va a la cancha, a la pista o a la piscina, y con cada finta aerodinámica ante la cesta, con cada salto acuñado gracias al impulso de la pértiga, o con cada brazada introducida en el agua como un estoque, el atleta realiza su empeño eficiente y preparado para alcanzar el laurel.
Es el placer de mandar en cada tendón, en cada centímetro de piel, pero sólo a través de una práctica que no es únicamente del cuerpo, sino también de la voluntad y de la inteligencia.
El deporte es una elección de vida, un espacio de realización simbólica que desarrolla la habilidad infinita de la juventud, pero no como sustituto voluntario del intelecto. Al contrario, hacer deporte es materializar un pacto entre el imperio del músculo y el dominio de la mente.
Resultados excepcionales, tiempos y jugadas memorables, récord y extenuación al límite de nuestro potencial, son sólo un aspecto de la promesa que el deporte ofrece. Cada vez más atletas caminan, trotan o corren al compás de una excelente preparación intelectual en nuestras universidades. Cada vez nuevos bachilleres condicionan la puesta a prueba de su victoria deportiva, al encuentro agonístico con el cultivo de la mente. Al lado de grandes nadadores, judokas o ajedrecistas, hay destacados estudiantes de administración, medicina o ingeniería.
El deporte así visto, entra en una dinámica social, académica y cultural, que amplía los territorios del individuo que lo practica. Es decir, el deporte deja de ser un pretexto para construir discursos, y se convierte en un medio, en una herramienta para reconciliar polaridades. Mens sana in corpore sano, acuñó Juvenal.
Por eso, el deporte no puede dejarse librado así mismo. Ninguna salvación podrá provenir sólo de la tecnología. Su idealización será producto exclusivamente de la expresión de una vieja nostalgia de siglos: el cuerpo tiene dueño, su habitante es el espíritu.