miércoles, 20 de abril de 2011

Coromoto Ramírez: "La fidelidad del músico consigo mismo, hace que el público escuche con sus oídos y su corazón"


Fotos de José Antonio Rosales.

Los ensayos que concluyeron con la invención del piano por Bartolomeo Cristofori, artesano al servicio de Fernando de Médicis, en Florencia, hacia el año 1700, estuvieron rodeados de controversias al interior de aquella corte. Según relata el poeta y compositor Giovanni Maria Casini, en una de ellas se argumentaba sobre “cómo puede expresarse con los instrumentos el lenguaje del corazón, ya con el delicado toque de un ángel, ya con la violenta irrupción de las pasiones”. Quizá nadie imaginaba entonces que justamente sería el piano, con todos los cambios ocurridos a lo largo de su historia, desde la adquisición de sus características técnicas definitivas, hasta las complejas relaciones entre el compositor y el instrumento, el medio actual con el que es posible alcanzar tal expresión.
Expresión que es capaz de transmitir una cierta dosis de pureza, en un tiempo que cada día busca con más afán una mayor dosis de decencia y silencio.
En esa búsqueda anda Coromoto Ramírez, excelsa pianista, que proyecta a través de este instrumento, el delicado toque de un ángel, con la fuerza de su pasión. Manteniendo con el sonido una íntima correspondencia táctil, que hacen, en su caso, del acto mecánico de pulsar una cuerda o una tecla, la trama de una honda experiencia estética. A su unión física con el instrumento, crea una concordancia de comunicación insondable con el sonido, que el tacto matiza.
Como músico, su intención ha sido encontrar un espacio armonioso, en el que el complicado juego de respuestas del instrumento a los impulsos sensoriales de la pulsación, encienda en algún lugar de su cerebro –y del nuestro-, la aprobación requerida para que todo fluya con la certeza del artista, convicción que desea transmitir a quienes la escuchan.
Para Coromoto Ramírez, pianista, docente y artista, enfocar la imagen sonora de la música sobre el teclado una vez que se sitúa ante el instrumento, se ha vuelto un reclamo poderoso, la modulación de una tensión dramática con la que alcanza el ámbito de lo intangible, pues en ella, la tensión armónica del instrumento, no sólo se percibe por el oído sino también por los tendones, los músculos y por cada nervio de sus manos, en ocasiones al límite de la lesión. Ya son más treinta años de relación con el instrumento.

-“Alcanzo esa síntesis de la experiencia táctil de la que hablas, cuando junto la concepción, la escucha y la pulsación”.

Esto ha hecho que entre el piano y ella se haya desarrollado una relación de compañerismo, de amistad, según sus propias palabras, que la llevan a extrañar el instrumento cuando por distintas ocupaciones no puede tocarlo. “La práctica diaria con el piano me hace sentir muy bien; satisfecha. El instrumento tiene en mi vida su propio espacio y su propio tiempo”.

Coromoto Ramírez es docente artístico de la Cátedra de Piano en el Centro de Estudios Musicales “Gustavo Celis Sauné”, en la Galería Universitaria “Braulio Salazar”, de la Universidad de Carabobo. Comenzó sus estudios musicales en Valencia, con la profesora Ligia Landa de Chalbaud. Después prosiguió en Maracay, durante seis años, bajo la tutela de Elsa de Martínez, Harriet Serr y Arnaldo Pizzolante, hasta obtener el título de Profesora Ejecutante de Piano en el Conservatorio de Música del estado Aragua.

Una vez culminados los estudios, viajó a Hannover, Alemania, en donde se preparó en el área de Pedagogía Instrumental aplicada al Piano, en la Escuela Superior de Música, con la pianista Regina Henneking. Allí vivió dos años y medio, tiempo durante el cual aprendió el idioma, lo que le amplió, además de su percepción de la música, el panorama de una cultura exquisita y deslumbrante.

En el año 1995, junto al cuatrista y guitarrista Leonardo Lozano, conformó un dúo para cuatro y piano, con el que ambos instrumentos exploraron zonas desconocidas, y a partir de la nueva relación musical, ambos artistas encontraron para su público nuevos registros sonoros en cada ejecución.

Ramírez también ha tocado como solista invitada con la Orquesta de Cámara de la Universidad de Carabobo, bajo la dirección de Luis Miguel González. En el año 2005, fue invitada por la Embajada de Venezuela en Dominica a participar en dos recitales, además de ofrecer clases magistrales, en los que público y alumnos la acogieron con simpatía y admiración.

¿Qué oportunidades has conseguido, a lo largo de la vida, en tu relación con la música?“He conseguido expresarme como ser humano. El piano ha sido el vehículo para decir lo que siento. A veces, sin darnos cuenta, nos creamos límites. En ese sentido, la música ha sido para mí la facultad que me ha permitido actuar libremente; la música ha sido la posibilidad y el privilegio de poder expresarme con espontaneidad, el gran acto de comunicación. Este es uno de los mayores valores que he conseguido mediante la música: poder comunicarme con la gente sin hablarle, pero haciéndola sentir”.

¿La música puede ayudarnos a conseguir escenarios de paz?“Sí; y es una gran tarea que tendríamos los músicos, pues cuando el músico toca, lo hace para todos, sin ninguna discriminación. Cuando un músico interpreta una melodía lo hace sin preguntar quién escucha. Lo hace para comunicar una sensibilidad, las nobles sensaciones que hay en nuestro corazón”.

¿En qué clase de persona nos podemos convertir al oír buena música?
“El desarrollo de la sensibilidad que se obtiene a través de la música promueve valores en quien la escucha, como la generosidad, la responsabilidad, la solidaridad, además del buen gusto. En este sentido, puedo decir que la música es una herramienta de comunicación de la sensibilidad que puede hacer mejores personas, mejores ciudadanos, y este es uno de mis objetivos como docente, y uno de mis mayores deseos: me gustaría que los habitantes de mi país tuviesen los valores que obtienen mis alumnos en las clases de música”.

¿Eres especialista en algún repertorio?“Prefiero decir que me gustan primordialmente determinados compositores. En el barroco me gusta especialmente Johann Sebastian Bach. Algunos dicen que la música de Bach es muy matemática, pero cuando yo toco Bach no pienso en matemática, pienso en lo hermoso y en lo divertido de su música. Sus estructuras son una suerte de juego que me abre el cielo. En cierto sentido creo que la grandeza del espíritu en las composiciones de Bach existe fuera de nosotros, y la música, casi sin que nos demos cuenta, es la que nos trae ese espíritu. O nos lleva hacia él. Ahora bien, debo decir que cuando uno estudia una obra de cualquier compositor, termina identificándose, enamorándose del compositor que estudia. Por ejemplo, cuando he estudiado a Mozart, siento que me gusta Mozart, o cuando he estudiado a Brahms, me identifico con sus composiciones”.

¿Crees que sin una buena técnica se puede ser un buen músico?“Depende del músico. Pues hay músicos superdotados que están por encima de la técnica. Pero eso no es frecuente, por lo que es necesario que nuestros músicos dominen una buena técnica. Por ejemplo, yo tengo manos pequeñas. En este sentido, mi profesora Regina Henneking me decía que tenía que compensar con una buena técnica para poder resistir la cantidad de horas de práctica, para conseguir el buen sonido; ese sonido tenue, suave que debe llegar hasta la última fila de la sala de conciertos sin partirse, sin quebrarse. Claro, una mano grande no te hace pianista. En todo caso, con manos grandes o pequeñas el dominio de una buena técnica es fundamental, pues puede servirnos para sacar de cada una ellas sus mejores virtudes”.
Teresa Carreño, por ejemplo, quien tenía unas manos mínimas, era dueña también una técnica que llegó a causar una maravillosa impresión en el prestigioso y mítico pianista y compositor Franz Listz, en una oportunidad cuando la escuchó interpretar una de sus famosas composiciones.

¿Qué condiciones tienen que darse para lograr un buen producto musical?“Uno de los aspectos esenciales para lograr una buena interpretación es contar con un buen instrumento. Desafortunadamente en Valencia no abundan los buenos instrumentos, y un pianista, a diferencia del guitarrista o del violinista, por ejemplo, tiene la desventaja de no poder cargar con el suyo. Para el pianista, todo concierto es una lotería. Pues te puede tocar un buen piano o te puede tocar una caja de cubiertos, y tienes que tocar en él. Ahora bien, si las salas no cuentan con los instrumentos adecuados, el artista siempre busca la forma de desarrollar su vocación. Para llegar a serlo con excelencia, no dependemos de la existencia de un buen instrumento, aunque es lo ideal. Esa nunca ha sido para nosotros una limitación. Por encima de todo está la vocación, el interés y el deseo por alcanzar el objetivo”.

¿Qué cualidades eres capaz de reconocer en tu trabajo?
“Cuando abordas la pieza con un trabajo cuidadoso, meticuloso, de respeto a las frases y al sonido, pienso que todo ello es el resultado de la educación musical que he recibido, de la preocupación de los maestros que tuve. Y por esa educación sé que no podría hacer algo que irrespetara a la música. Cuando uno no sabe lo que está haciendo, se puede justificar en la ignorancia; pero cuando tienes detrás el respaldo de la sabiduría de maestros y profesores con una extraordinaria formación musical, que te ofrecieron sin mezquindad las herramientas necesarias para expresarte, uno no puede pensar sino en la fortuna que se tiene como una cualidad. Luego, ante el instrumento, la relación que se establece entre la ejecución y yo, es decir, lo que escucho, me hace pensar que he logrado el sonido. La conciencia que tengo de éste, no es producto del azar. No basta con escuchar notas rápidas, también hay que entenderlas, y, sobre todo, sentirlas”.
Para Coromoto Ramírez cada nuevo compromiso significa un período previo de preparación, de estudio y de práctica con el instrumento; un esfuerzo sostenido en el tiempo y en el alma.
“Si uno es fiel a sí mismo, dice, entonces será también fiel al público, y este escuchará con sus oídos y con su corazón”.

domingo, 17 de abril de 2011

PUNTO DE VISTA


Foto de Rafael Simón Hurtado.

Si hay buen tiempo
mi visión
es perfecta.

A veces creo
que en mis ojos
ya no hay sol.

jueves, 7 de abril de 2011

MÁSCARAS


La máscara, la otra cara, la otra identidad ha sido usada por los seres humanos en todas las épocas. La máscara disfraza, pero, al mismo tiempo, revela el ego profundo de quien la usa. Mediante ella, un ser que se enclaustra y se protege, muestra el rostro y oculta la sonrisa. Al hombre y a la mujer, enfrentado a su disimulada soledad, la máscara le sirve para contrarrestar el silencio de la palabra, el desprecio, la ironía y la resignación.
El lenguaje de la máscara está lleno de símbolos e insinuaciones, de puntos suspensivos; en su mudez, sin embargo, hay tonalidades, el matiz de la amenaza de la personalidad insondable. La preeminencia de la clausura frente a lo abierto no se manifiesta sólo como desconfianza, sino también como amor a la forma. Ésta contiene y define la intimidad, impide o promueve sus excesos, reprime o aúpa sus explosiones.
Pero a veces las formas nos agobian. Las exigencias rituales de la cortesía, la insistencia en lo humano, nuestra necesidad por habitar el mapa de la decencia, y vivir en el dibujo de las fórmulas sociales, morales y burocráticas, nos agotan. Entonces, sobreviene la clausura.
El hombre vive bajo el rigor de una máscara, buscando perpetuamente deslumbrar a través de unas facciones que no son las suyas, para luego descubrir que el verdadero asombro se produce cuando nos despojamos de ella.