jueves, 7 de abril de 2011

MÁSCARAS


La máscara, la otra cara, la otra identidad ha sido usada por los seres humanos en todas las épocas. La máscara disfraza, pero, al mismo tiempo, revela el ego profundo de quien la usa. Mediante ella, un ser que se enclaustra y se protege, muestra el rostro y oculta la sonrisa. Al hombre y a la mujer, enfrentado a su disimulada soledad, la máscara le sirve para contrarrestar el silencio de la palabra, el desprecio, la ironía y la resignación.
El lenguaje de la máscara está lleno de símbolos e insinuaciones, de puntos suspensivos; en su mudez, sin embargo, hay tonalidades, el matiz de la amenaza de la personalidad insondable. La preeminencia de la clausura frente a lo abierto no se manifiesta sólo como desconfianza, sino también como amor a la forma. Ésta contiene y define la intimidad, impide o promueve sus excesos, reprime o aúpa sus explosiones.
Pero a veces las formas nos agobian. Las exigencias rituales de la cortesía, la insistencia en lo humano, nuestra necesidad por habitar el mapa de la decencia, y vivir en el dibujo de las fórmulas sociales, morales y burocráticas, nos agotan. Entonces, sobreviene la clausura.
El hombre vive bajo el rigor de una máscara, buscando perpetuamente deslumbrar a través de unas facciones que no son las suyas, para luego descubrir que el verdadero asombro se produce cuando nos despojamos de ella.

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