sábado, 14 de septiembre de 2024

Marianela Maldonado: "Me conmueve la belleza que la música trae a la vida de los niños"

Por Rafael Simón Hurtado / Fotografías de Marianela Maldonado de José Antonio Rosales. Fotogramas de la película Niños de Las Brisas


El documental Niños de Las Brisas, dirigido por Marianela Maldonado, fue escogido por los miembros de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Venezuela para representar al país en la edición 39 de los galardones otorgados por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España: los Premios Goya, como colofón a una larga lista de nominaciones y premiaciones en festivales alrededor del mundo. El film es un espejo en el que el país se ha mirado en los pequeños y sutiles niveles de los acontecimientos domésticos de tres familias que se engranan en la gigantografía del relato de un país entero. También retrata la ilusión y el deseo profundo de una juventud que quiere ser parte del mundo del arte, de sobreponerse a los obstáculos, luchar por aquello en lo que creen.





































"Los niños de Las Brisas ven en la música una manera de salir adelante"

En el transcurrir de los días, la imperceptible progresión de la cotidianidad parece extraviarse en la superficie épica de un relato mayor. Soportado en un doble eje, en el documental de Marianela Maldonado, Niños de Las Brisas, es posible distinguir el influjo diario de la música en el devenir de unas familias de escasos recursos económicos, y, al mismo tiempo, el de un país en el que los apremios de una extraordinaria crisis económica y política retratan también las distintas etapas de una experiencia humana límite.

Rodada a lo largo de diez años -de 2009 a 2019- con el mismo grupo de participantes, Niños de Las Brisas observa la continua evolución de sus protagonistas. Desde su primera infancia hasta los albores de la adolescencia, y una temprana adultez, con Dissandra, Edixon y Wuilly, el documental recrea el testimonio de su crecimiento y el despertar de sus conciencias en el seno de una realidad familiar y social cambiante, a veces auspiciosa, pero otras veces, dura, dolorosa.

Marianela todavía se refiere a ellos como sus niños, pues los vio crecer desde que decidió seguirlos, para filmar un documental que ha conmovido a Venezuela y al mundo.

La película narra la historia de tres niños que se inician en la música en el barrio Las Brisas, en Valencia, Venezuela, al sur de la ciudad, formando parte de la Orquesta Tejedores de Sueños, agrupación adscrita a la Fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, fundada por José Antonio Abreu.

Cuando los conoció y comenzó a rodar, efectivamente, eran niños. Hoy en día son adultos, cada uno recorriendo un camino propio en la música o después de ella.

El largo recorrido de filmación no había considerado, como primera opción, la realización de un documental.

Al principio no era un documental, -dice Marianela. Yo estaba investigando para contar una historia. Venía de trabajar con música académica, pero en animación, ficción. En Inglaterra trabajé mucho en ficción como guionista. Empecé a investigar para escribir un proyecto, un guion. Quería hacer algo sobre el movimiento de la música en Venezuela, que era bastante importante en aquel momento, y también estaba muy interesada en mostrar algo de la realidad venezolana.

Buscando una historia para contar, -continúa Marianela-, primero estuve en Caracas, investigando en el Centro de Acción Social, y aunque me pareció muy lindo todo, ya había músicos establecidos. Fue cuando llegué a Tejedores de Sueños, en Las Brisas. Es una pequeña orquesta, un núcleo que se abre en un trabajo conjunto de la Universidad de Carabobo y el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.

Sus integrantes son niños muy humildes que tienen contacto por primera vez con el mundo de las artes, y con una orquesta. La metodología del proceso educativo integral se centra en la ejecución instrumental, a través de la formación musical básica, práctica colectiva, talleres de fila, ensayos seccionales, clases individuales y prácticas orquestales y corales.

Me pareció muy conmovedor que estos niños estuvieran tan entusiasmados, y que, además, sus familias también lo estuvieran. Veían en la música una manera de salir adelante, una verdadera opción de vida. Los protagonistas de Niños de Las Brisas descubrían en la música un espejo de sus vidas, un camino para la realización y un refugio contra las dificultades. Edixon se imaginaba dirigiendo una orquesta, como Dudamel, y Wuilly soñaba con ser solista y tocar el Concierto de Mendelssohn. Ese fue el nacimiento del proyecto.

Marianela, cuando vio a los niños por primera vez pensó que lo descubierto era mejor para un documental, y no una ficción, su idea original. Lo que estaba ocurriendo frente a sus ojos transpiraba tanta belleza que, casi inmediatamente, comenzó a seguirlos.

Puedo decir que la primera semana que estuve en Las Brisas conocí a Dissandra y a Edixon. Así comenzó todo el proceso. A Wuilly lo conocí dos años después.

Dissandra fue la primera niña con la que hizo contacto en el núcleo. La describe como una niña luminosa, hermosa, llena de optimismo, quien, con sólo nueve años, sabía hablar muy bien.

Inmediatamente me invitó a su casa. Era una niña desenvuelta, que quería contar una historia. Quiso que conociera a su familia, a su mamá. En ese momento comprendí que tenía una puerta abierta.

También entrevistó a muchos otros niños, entre ellos a Edixon, quien le pareció un niño empático, curioso, auténtico. A lo largo de los años siguió, cámara en mano, a otros niños, y, además, a un par de profesores. Marianela estaba en esa búsqueda de la historia, en un proceso de paciente y largo aliento.

Hubo niños que al comienzo estuvieron muy comprometidos, pero en la medida en que fueron creciendo y llegaron a la adolescencia, ya no quisieron filmar. Me tuve que adaptar a eso. Eso sí, las filmaciones fueron hechas con mucho respeto, con mucha autenticidad. Sólo tomaba lo que ellos traían a la mesa.





































"Yo no tuve que inventar nada… lo que yo hice fue seguir a estos chicos. Son vidas humanas y las vidas humanas nos devuelven la verdad."


La realidad cambia el guion

Marianela Maldonado es egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, en Comunicación Social. Desde su primer libro de narrativa publicado en 1991, La Felicidad es una pistola caliente, ha escrito y dirigido cortometrajes de ficción como The Look of Happiness (2002) y Breaking Out (2004), estrenados en el Festival de Cine de Cannes. En 2008, como guionista, coescribió Peter and the Wolf, cortometraje que obtuvo el premio Oscar al mejor corto animado.

Esa experiencia acumulada la puso en práctica en Niños de Las Brisas, mediante el género cinematográfico que se vale de un guion que la propia Marianela califica como un misterio.

Un misterio divino, como la Santísima Trinidad: existe y no existe. Un guion para documental tiene mucho que ver con la motivación del director o con la motivación del equipo que narra, y con las decisiones que se van tomando. Es verdad que uno va reescribiendo. Yo vengo de la escritura, de la narrativa. Vengo de ser una guionista de ficción que es muy diferente al guion documental. En el caso de Niños de Las Brisas hice un primer planteamiento. Estos son los niños que conocí, y, a manera de predicción, pensé en lo que podía pasar. Cuando vas escribiendo tienes una conexión especial con la gente, porque los has escuchado, y entonces te guía el deseo de las personas. Si esa persona quiere ser músico, yo lo voy a acompañar en ese viaje; si esa persona quiere irse del país, yo lo voy a seguir en ese trayecto. Tienes un punto de vista que es el deseo de los personajes. Y luego, por supuesto, el punto de vista del realizador. Sin embargo, un ejercicio muy hermoso en el documental es tratar de dar un paso atrás, ser observador, y dejar que sean ellos los que cuenten la historia. A veces estarás de acuerdo y a veces no, pero igual tienes que aprender a estar allí.

Cada paso que daba significaba una decisión de escritura. Marianela cuenta que tanto en Niños de Las Brisas como en Érase una vez en Venezuela, documental de 2020 en el que colaboró en la elaboración del guion, adquirió y reafirmó ese aprendizaje, que después incorporaría en otros de sus trabajos: Unmade Beds (2009), The Flying Machine (2013) y The Magic Piano (2011).

Tanto en Érase una vez en Venezuela como en Niños de Las Brisas adquirí ese aprendizaje. Lo conversé mucho con mi amiga Anabel Rodríguez Ríos, directora de Érase una vez en Venezuela. En estas experiencias aprendí en dónde situar la cámara, valiéndonos de la intuición, pero también de la comodidad. No tratar de buscar una belleza estética forzada. Cuando piensas en la búsqueda estética, que es característica de la ficción, te alejas de la verdad.

Otro aspecto importante de la película fue el proceso de edición. No hay metáforas ni adornos. Se exhibe la pura realidad.

El proceso de edición fue brutal”, -dice Marianela. “Las horas que contenía el material fílmico eran impensables. Se escogían las escenas que se consideraban más auténticas, las más bellas, sin pensar, en principio, en qué historia se estaba contando.

Al comienzo los chicos y sus familias le hablaban a la cámara, porque nosotros, mi esposo y yo, -Robin Todd, director de fotografía-, estábamos allí, Pero después ellos se dan cuenta de que la dinámica era que debían seguir en su vida. Cuando pasas muchas horas frente a una cámara, te olvidas de ella. Allí empezaron a surgir las cosas más interesantes.

Luego de seleccionar las escenas, que abarcaron siete horas, de un total de 500, se emprendió la edición. Esto no deja de ser asombroso. Después de conocer este dato, sorprende cómo sus realizadores fueron capaces de condensar en 1 hora y 22 minutos una historia poderosa, homogénea, compacta.

Nos tomó dos años editar la película. Estuve con Jessica Wenzelmann, mi coguionista, quien hizo un trabajo espectacular, mirando todo el material. El nivel narrativo fue muy difícil, pues se construyeron tres historias con muchos giros narrativos intimistas, que se entrelazan, pero cada uno con una relación con la música diferente. Luego están las historias que narra la comunidad, que se cuentan a través de las historias individuales. Es una película sobre tres niños y su relación con la música, el Sistema, y también es una película sobre el país.







































"Cuando haces un registro de vidas humanas, muestras una historia que tiene una complejidad. Es allí en donde nace la historia."


El documentalista como testigo

La película es un espejo en el que el país se ha mirado en los pequeños y sutiles niveles de los acontecimientos domésticos de tres familias, que se engranan en la mayúscula dimensión del relato de un país entero. “Una película que logra la rara proeza de combinar lo íntimo y lo panorámico”, de acuerdo a Phil Hoad, de The Guardian.

Una doble bisagra abre la puerta de un amplio marco temporal, sobre las coordenadas estilísticas de una dirección acicateada por el influjo de lo real. La cámara se mantiene a la altura de los ojos de los personajes; aunque buscando siempre la distancia justa desde donde filmar a sus iguales. En ese registro el guion cuajó, al cabo de diez años, un sensible retrato.

Es inevitable pensar en Boyhood, de Richard Linklater como referente de Niños de las Brisas. Marianela responde que cuando se exhibe la película del director de cine y guionista estadounidense, ella ya tenía ocho años filmando.

Yo no sabía que iba a estar filmando diez años. A mí me gusta mucho el cine narrativo, el documental narrativo, el seguimiento de vidas, ver hacia dónde van las personas. En donde no hay quien te explique la realidad, sino que son los personajes los que te van guiando por su realidad.

Yo pensé que iba estar unos 4 o 5 años. Mi intención era llevar a los chicos a una orquesta y ver cómo cambiaban sus vidas. Por supuesto, yo también estaba interesada en retratar la realidad venezolana, porque en ese contraste es donde está el conflicto. Cuando yo los conozco a ellos no todo es color de rosa. Para ir a un concierto tenían que montarse en 4 autobuses; llevar los instrumentos al barrio suponía un riesgo. Ese contraste era lo que yo quería explorar.

La realidad cambiaba el guion, y Marianela sugería adaptaciones o corregía los acentos. El film parece tener un propósito paradójico de convertir la realidad en drama, pero un drama signado por el azar.

Cuando haces un registro de vidas humanas, muestras una historia que tiene una complejidad. Es allí en donde nace la historia. Cuando comencé a contarla, lo que me conmovía era la belleza que la música traía a la vida de los niños. Yo quería mostrar eso. Pero no fue tan fácil.

El documental no está exento de controversias, pues parte del proceso de filmación coincidió con los años en que Venezuela -2016-2019-, se vio envuelta en una violenta crisis que golpeó de pobreza a la sociedad venezolana, lo cual repercutió en el Sistema.

El Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela no es una isla. Vivimos momentos bastante difíciles, por lo que hubo eventos que se fueron entretejiendo. En ese período los chicos, -ahora jóvenes-, tuvieron que tomar decisiones difíciles. Dissandra se fue a Perú unos meses después de que cumplió 18 años. Y los otros también tuvieron que tomar decisiones muy fuertes. La música los acompañó, ayudándolos materialmente a sobrevivir, tanto a Wuilly que estuvo en la calle, tocando en Nueva York en las estaciones del metro, como a Dissandra, que se desempeñó como maestra de violín, a pesar de no tener papeles; y también a Edixon lo asistió espiritualmente. La música estuvo allí.






















Dissandra fue la primera niña con la que hizo contacto en el núcleo. La describe como una niña luminosa, hermosa, llena de optimismo.


Otro punto de vista, -dice Marianela-, es que El Sistema les prometió a los chicos algo que no pudo cumplir. Ninguno se convirtió en músico profesional. He allí la complejidad de la realidad. Yo creo que los logros de este material fílmico, que hemos hecho en equipo, bajo la producción de Luisa De La Ville, es, precisamente, que no muestra una sola cara de los hechos.

Marianela Maldonado no juzga negativamente al Sistema, por el contrario, afirma que es una iniciativa que le brinda una oportunidad a los niños del barrio Las Brisas.

Yo amo el trabajo que realizan los profesores del Sistema. Sé que muchos de ellos trabajan con la ilusión de enseñar. Lo hacen porque creen en ese ideal, porque saben que, yendo al salón de clases, hacen una diferencia. Esa gente está haciendo un trabajo maravilloso. Es más, muchos sufren todo lo que está pasando en el país.

“Pero también debemos reconocer que el Sistema es usado como propaganda política. Y allí está la complejidad, y sólo en la complejidad podemos aprender algo para reflexionar. Reflexionar no es comprobar lo que yo pienso, reflexionar es enfrentarnos a lo que golpea nuestra verdad, que hace que la redefinas.

Lo personal siempre es político”, dice Marianela. Y, según ella, “la historia íntima siempre cuenta la historia colectiva. Mientras mejor cuentas la historia individual, más te reflejas. Nuestras decisiones pasan por lo personal, pero también pasan por lo público. Todas las grandes decisiones que esos chicos tomaron tuvieron que ver con las circunstancias que estaban ocurriendo en Venezuela.





































La cámara se mantiene a la altura de los ojos de los personajes; aunque buscando siempre la distancia justa desde donde filmar a sus iguales.


El triunfo y el fracaso

A pesar de que en la película se respira un aire de pérdida, de extravío de la esperanza, sería incompleto, injusto, dejar de reconocer que el documental también retrata la ilusión y el deseo profundo de una juventud que quiere ser parte del mundo del arte, de sobreponerse a los obstáculos, luchar por aquello en lo que creen. Y si bien es cierto que hay miembros del sistema a quienes les tocó pasear por Venezuela y el mundo un proyecto malogrado, también lo es que hay integrantes, salidos de la misma experiencia, que han tenido éxito. La producción pudo haber retratado el surgimiento del próximo Gustavo Dudamel, pero finalmente registró la realidad, quizás, de miles que no lo consiguieron, y no por falta de empeño o habilidades.

Pero, ¿por qué no haber hecho un contrapunto entre estos dos extremos?

Porque esa fue la suerte de los chicos que yo seguí. Lo que yo deseaba para ellos era el éxito y los apoyé a todos, dice Marianela. "Profesores, como Sergio Celis, -formador de muchos violinistas venezolanos y desafortunadamente fallecido-, trabajaron incansablemente para lograr que niños de zonas populares de Venezuela tuvieran una oportunidad de superación en la música y no en la violencia. Esto ha sido parte del esfuerzo hecho por cientos de músicos para que Venezuela sea reconocida como uno de los núcleos musicales más importantes del mundo. Me hubiese encantado contar alguna de esas historias. En todo caso, yo traté de darles, a todos, un final esperanzador, porque la música está con ellos y los acompaña. ¿Qué hubiese sido de la vida de esos chicos sino hubiesen tenido la música?

¿Qué es triunfar, realmente?”, se pregunta Marianela. "En algunos de los países en donde ha estado la película, me han comentado que la mayoría de los cineastas siempre quieren contar la historia del uno por ciento que alcanza el objetivo que se ha propuesto, como el caso del director Gustavo Dudamel; pero la verdad, es que el otro noventa y nueve por ciento es la otra historia, a quienes la música los acompaña, los inspira; y, aunque luego decidan seguir otra profesión, la música seguirá estando allí, como parte de cada uno, haciéndoles seres humanos más profundos, proporcionándoles una manera distinta de ver el mundo. Eso también es un triunfo.






































Edixon le pareció a Marianela un niño empático, curioso, auténtico.


Son vidas humanas que devuelven la verdad

La película es una lección que se ofrece a través de distintas trayectorias. La que recibe el espectador cuando se refleja en el espejo de su propia realidad; la que adquiere quien, por no conocer lo realidad del país, despierta a su comprensión; la que alcanzan sus propios protagonistas, sus familias, que han soñado y crecido en un ambiente no siempre amable, y, por supuesto, la que obtienen quienes han participado en su realización, haciendo de esa lección parte de su bagaje cinematográfico y un alimento para su espíritu.

Ha sido un aprendizaje increíble, -dice Marianela-, desde el punto de vista personal y también como cineasta. Desde el punto de vista personal, aprendí sobre la determinación, sobre la resiliencia, sobre cómo seguir adelante. Muchas veces pensé que no iba a terminar el proyecto. Pero ellos me inspiraron, no sólo con el sueño de la música, sino también para sobrevivir en contra de todas las adversidades, convirtiendo la dificultad en una oportunidad.

Hubo días de muchos trances, aprietos y hasta peligros. Hubo días en que no tenían medicinas, o no había agua, o carecían del dinero suficiente para el transporte. Hubo días en que le fueron robado sus instrumentos.

Pero ahí seguíamos, dice Marianela. "Yo decía: si ellos siguen, yo también tengo que seguir adelante contando su historia.

De esas lecciones brotaron los afectos propios, que surgieron de pronto en el lente de la cámara que retrataba el amor que filmaba.

También aprendí de la relación entre los padres y los niños, porque me recordaron a mis abuelos, a mis propios padres. La abuela de Dissandra me recordaba mucho a mi abuela, con quien tuve una relación muy especial. En ese amor tan puro entre abuelos y nietos, entre padres e hijos, -que casi no tienen nada que no sea el amor y el apoyo-, aprendí del sacrificio de estar siempre allí, presentes en la vida de sus niños, como estuvieron mis abuelos, como estuvieron mis padres.

Después, como cineasta, crecí enormemente. Se puede ver en la cámara. En el medio de la filmación de Niños de Las Brisas hice varias películas, otros documentales, a los que aporté lo que iba aprendiendo. Me volví más intuitiva, más segura. Por ejemplo, el acompañamiento de la realización de las tareas cotidianas de los niños, se hizo con total naturalidad.

El documental de Marianela Maldonado comienza con unas palabras de José Antonio Abreu sobre la riqueza espiritual de la música, y termina con una dosis de realidad que le da en la cara al espectador. A pesar de todo, ¿crees en el valor pedagógico del sistema?

Absolutamente,” afirma. "Lo que no comparto es la situación del país, la crisis de la educación, la separación de la familia. Eso lo ves en el documental. Yo no tuve que inventar nada. Al entender el género, sabes que lo que yo hice fue seguir a estos chicos. Son vidas humanas y las vidas humanas nos devuelven la verdad. Por eso la gente que va a verla se siente tan cercana a la película, porque esta es también nuestra historia. Lo que yo hice fue registrarla.






















"También aprendí de la relación entre los padres y los niños, porque me recordaron a mis abuelos, a mis propios padres."


El mayor premio: el del espectador

El documental Niños de Las Brisas ha obtenido el reconocimiento mundial en festivales de Corea del Sur, Francia, Guyana Francesa, Brasil, Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda, México, Letonia, República Dominicana, Bélgica y Venezuela. Ha acumulado a lo largo de su trayectoria, una suma de premios que reflejan no sólo su excelencia cinematográfica sino también su impacto social y cultural. Se incluyen en esta lista el Premio Sacem al Mejor Documental Musical del año en Francia otorgado por los músicos y compositores franceses, en 2022, el galardón al Mejor Director en el Fifac (The International Caribbean Amazon Documentary Film Festival) en Guyana Francesa, el mismo año; el premio como Mejor Documental en el Festival Reflets du cinéma ibérique et latino-américain en Lyon, Francia, en 2023; el Premio del Jurado y el Premio del Público en el Festival International du Film Documentaire de Martinique, en Martinica, en 2023. También en este mismo año el Social Change Award otorgó a Luisa De La Ville el premio como productora de Niños de Las Brisas al Mejor Documental (Premio ex aequo); y en Mérida recibió el galardón como Mejor Documental en el Festival de Cine venezolano en 2023.

El viernes 6 de septiembre de 2024, la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Venezuela hizo el anuncio que el documental Niños de Las Brisas, de la cineasta Marianela Maldonado, representará a Venezuela en la edición número 39 de los Premios Goya, que se entregarán en febrero de 2025. La Comisión electoral que tomó la decisión estuvo integrada por Solveig Hoogesteijn, Abraham Pulido, Javier Vidal, Carlos Malavé, Simón Carabaño, Henry Páez y Caupolicán Ovalles.

Pero no sólo ha sido motivo del reconocimiento oficial en festivales internacionales. También ha conseguido, en Venezuela y el mundo, uno de los mayores premios: el del espectador.

La película ha sido un éxito en el mundo, afirma Marianela. "La gente que la va a ver, la ama. Hay personas que me han dicho que no podían entender lo que estaba pasando en Venezuela, hasta que vieron la película. No era mi intención hacer una cosa así. Yo quería contar una historia humana. Ahora los públicos de otros países comprenden por qué los venezolanos han abandonado el país caminando; por qué la migración.





































Wuilly soñaba con ser solista y tocar el Concierto de Mendelssohn.


Marianela cuenta que una venezolana con ocho años en Londres, trataba de explicarle a su novio británico lo que pasaba en Venezuela, y cuando lo llevó a ver la película le dijo: “Ahora entiendo.

Pero la comprensión ha venido del propio Sistema. Miembros de la organización le han escrito o le han llamado para mostrarle su solidaridad, incluso gente de la directiva, como el Maestro Alfredo Rugeles Asuaje, director artístico de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, quien recomendó ver la película.

Otra forma de reconocimiento a su propuesta la obtuvo del cineasta Carlos Aspúrua, director del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC).

Gracias a la exposición de la película durante dos años, los realizadores de Niños de Las Brisas lograron recaudar algunos fondos que permitieron apoyar a Wully en su proceso migratorio y a Dissandra en sus estudios. Eso les ayudó a fortalecerse. Edixon, quien temporalmente no volvió a la música, decidió ingresar en una escuela de cocina; Dissandra está tratando de volver a la música, está en el conservatorio, asiste a la Universidad; Wully está en los Ángeles, toca en una orquesta. Ellos han estado muy atentos a los efectos de la película. Han ido muchas veces a verla, han llevado a sus familiares, a sus amigos, quienes se han mostrado encantados con la película.

Creo que, para ellos, dice Marianela, ha sido un viaje hermoso, en medio de las dificultades. Yo creo que el acompañamiento que surgió durante la filmación, mi preocupación por ellos, los ayudó en el viaje. Fue como si hubiesen tenido una madrina, un padrino. Creo que eso fue un gran apoyo. Han crecido, han madurado y han aprendido a reflexionar, a través de nuestras conversaciones, cuando yo les preguntaba cómo sentían, hacia dónde querían ir. Escucharse, elaborar sus pensamientos, tratar de entender qué les estaba pasando o a qué conclusión podían llegar luego de sus experiencias.

La película se puede ver como una historia humana e íntima, pero también es cierto, reconoce Marianela, que para los venezolanos es imposible no hacer una lectura política.