viernes, 22 de diciembre de 2017
La Navidad es Fe
I
El Nacimiento de Jesús en Belén es la suprema celebración de un gran amor.
El amor de María y José por el nacimiento de su hijo. Y el amor de Jesús por la humanidad.
La fotografía que encuentra reflejo en aquella imagen con 2017 años de existencia, -la del Niño acostado en el pesebre-, es una señal, diminuta y frágil, humilde y silenciosa, del signo de quienes buscan en el amor, el consuelo necesario a su soledad.
Si nos fijamos bien, en todo pesebre es posible ver que hay una luz que envuelve a Jesús, a María y a José; pero esa luz se hace deslumbrante en la lámpara encendida de la mirada que funda el vínculo entre la Madre y el Hijo.
María, desde su rebozo en capilla sobre su rostro, difunde hacia el niño en su diminuto aposento, una mirada adolescente de luz tan blanca e intensa, que cubre la noche de una hermosa claridad.
Es el recado de amor que una vez que emana de los labios de la Virgen por su hijo, se convierte en mensaje de Madre para todos los seres humanos.
II
Les relataré una pequeña historia, ocurrida hace más 70 años en una apartada población de nuestro estado. Una historia remota, sencilla y anónima, como el caserío donde ocurrió, pero importante por su significado.
En la imagen de esta historia aparece retratada la estampa de una mujer humilde, campesina, que desafía con su delgadez y piel herida por las inclemencias del tiempo, 39 años de vida en privaciones.
En la foto, cuatro niñas esperan poder dormir, en las camas acomodadas de un cuarto hecho de paredes de barro y caña brava, apenas iluminado por una lámpara de kerosén.
Duermen temprano, con la expectación de que se cumpla la promesa de los regalos dejados al pie de sus camas por los Tres Reyes Magos.
La madre, pintada de duros rasgos como el bahareque de la casa, está hecha por dentro, sin embargo, de inusitada ternura.
Es un hogar sin abundancias, y, por el contrario, no poseen ni siquiera una cansada moneda de plata para comprar ningún obsequio.
No obstante, la Madre, más empeñada en el regalo de la ilusión, les cuenta a las niñas historias, mientras aguardan el sueño.
“El Niño Jesús ya nació en Belén, -les dice-; y así como él espera el arribo de los Tres Reyes Magos, nosotros debemos también prepararnos para su llegada”.
“Por eso recogimos el pasto del monte, -dice la Madre-, para poner debajo de las camas el alimento que comerán los camellos, cuando los reyes vengan a dejarles los regalos”.
“Ellos vendrán atravesando el solar, -les dice-, sin dejar ninguna huella por las virtudes del polvo plateado de la luna llena y del soplo frío de la brisa, que no sólo bate las hojas de los árboles y hace titilar las estrellas, sino también borra todo vestigio de presencia milagrosa”.
La Madre describe con fruición la apariencia de los magos.
“Quien trae el oro, -dice-, es Melchor, un anciano de blancos cabellos y larga barba, procedente de Europa. Fue él quien ofreció el oro, símbolo de la naturaleza real de Jesús”.
“Quien porta el incienso, es Gaspar, un joven de barba oscura, proveniente de Asia, quien honró a Jesús ofreciéndole incienso, insignia de su divinidad”.
“Y quien entrega la mirra, -detalla la Madre en la imaginación de las niñas-, es Baltasar, un hombre alto y negro que llega de África, y atestigua a Jesús como un hombre verdadero”.
La fragancia de las matas y las hierbas, cortadas como bocado para los camellos, amplían el ensueño de la historia relatada en la habitación como un cuento para dormir.
El aroma del mastranto, que entra por las ventanas de la choza, con sus cadencias violetas, recuerda las memorias de los días idos.
El viento flota sobre la superficie de la casa, y trae el olor de las cobijas recién lavadas para abrigar la noche.
Y la luna, sembrada en medio de arados y cultivos, fulgura como un regocijo de luz sobre aquel pesebre.
Alimentada la vigilia ilusionada de las niñas, con la historia de los Tres Reyes Magos, ellas no esperan, sin embargo, oro, incienso ni mirra.
A la mañana siguiente, cuando el sol apunta con sus dedos los rostros somnolientos de las pequeñas, la madre entra al cuarto para despertarlas con el anuncio de los regalos que habían depositado sobre los zapatos, los Tres Reyes Magos.
El rostro de la Madre, por un segundo, parece tener una barba ensortijada como un atado de hierbas resecas.
Y en medio de la maravilla de los humildes obsequios (un corte de tela para el vestido; un listón para el lazo de la cabeza; el pomo de ungüentos olorosos, y una muñeca hecha de trapo), un asombro mayor llamó la atención de todas: ¡nada de pastos, ni de hierbas, ni de agua debajo de las camas!
Unos camellos hambrientos y cansados por el extenuante viaje, -sin que sus anchas patas y gruesas caras hicieran sonido alguno-, lamieron hasta sus bocas la savia de las hierbas y los nutrientes del agua.
III
La Navidad es el misterio del amor que nos transforma. La palabra que nos desborda con la buena nueva de salvación.
Es el anuncio definitivo de la cercanía de Dios, con cuya presencia podemos romper las barreras que nos separan.
El Nacimiento de Jesús, expresión de la redención a la que somos invitados, se nos muestra en la estampa de un niño recién nacido en un establo, que protegido por el afecto familiar y la gracia divina, es capaz de sobreponerse a las miserias del mundo, para ofrecernos su existencia y su vida.
Con esta pedagogía sobrehumana, Dios recurre a un plan que penetra sin estridencias en nuestras conciencias, y que nos envuelve de modo silencioso y humilde, como un milagro de la Fe, por el que podemos vislumbrar el portento de Belén.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
domingo, 1 de octubre de 2017
José Joaquín Burgos, ciudadano del lenguaje
Rafael Simón Hurtado / Fotos de José Antonio Rosales
El fallecimiento del poeta José Joaquín Burgos el 7 de agosto de 2017 nos deja huérfanos. Deja huérfanos a Luis Gonzalo y a Laura, -sus hijos-, y también deja huérfanos a sus amigos. Nos deja huérfanos de una presencia generosa, de una amistad amorosa, y de una palabra esencialmente pedagógica. El sentido lúcido y profundo de su palabra la hallábamos a diario en nuestros cordiales y frecuentes encuentros, en los que no dudaba en escuchar paternalmente las opiniones de su interlocutor, a quien transmitía con aliento, con gestos atentos y pacientes, su cariño, y de cuyo recuerdo me cuesta ahora hablar en pasado.
Me conmueve pensar en su sencillez y disponibilidad, en su acogida bondadosa, en su capacidad de escucha, en su interés por las noticias nuestras, y en su doble vocación de poeta y educador. De la primera tengo el retrato del ejercicio diario de la escritura, cuando libreta y bolígrafo en mano, -fuese cual fuese el espacio compartido-, siempre pergeñaba un texto poético. De la segunda, la fotografía es la del ser humano abierto a atender cuando le hablábamos de alguna iniciativa de carácter intelectual en los pasillos de la Universidad de Carabobo, en donde fungió, en los años más recientes, de editorialista del semanario Tiempo Universitario.
“Por allá andaba José Joaquín, levantándole el polvo a los caminos o bañándose en los aguaceros de tantos inviernos para volverse barro de Guanare..."
Recorrido vital
El poeta José Joaquín Burgos nació en Guanare, estado Portuguesa, el 20 de abril de 1933. El propio poeta nos ofreció una descripción de su ciudad de origen en el libro Tres Ases (2007): “Hace muchos años, ya varios siglos, este pueblo sembrado a orillas del Guanaguanare, era como un pequeño jardín escondido en un rincón del piedemonte andino, muy lejos de Europa en el tiempo y el espacio de entonces, pero seguramente pensado y edificado como un pueblo de la lejana España. Con su plaza mayor, su cabildo, su iglesia matriz, sus manzanas iniciales trazadas a punto de plomada y cordel... Algo así como para escribir uno de aquellos cuentos de princesas, y nobles, y plebeyos, caballeros, campesinos, monjes, magos, que salían en los libros primarios de antes. Y es de pensar, sin mayor esfuerzo de imaginación, que por las páginas, por los personajes, por las aventuras narradas en esos cuentos, llegaron los primeros hijos de Guanare, que al final terminaron siendo nuestros abuelos. Con su nobleza no de cortesanos, sino de campesinos. Entrados, los primeros, desde aquella punta de lanza que fue la Vela de Coro; venidos, los otros, por los caminos de la vida; y otros, con los aventureros, y después, en las tropas de la Independencia, que al pasar por los pueblos dejaban a algunos de sus maltrechos soldados y se llevaban a otros, muchachos todavía, a veces ni siquiera zagaletones, reclutados, para aventarlos en otros lejanos paisajes, como pasó con tantos guanareños que partieron a lomo de caballo, o a pie, semidesnudos, cruzaron las montañas andinas y terminaron fundando familias por allá por Colombia, por Ecuador, por Perú ...”.
Este es el espacio primigenio, la ciudad de su origen, que fue el escenario rural y urbano de su historia de vida, de la anécdota vital de su tránsito como ser humano.
En nota publicada en el semanario de la Universidad de Carabobo, Tiempo Universitario, el escritor Eddy Ferrer Luque y cronista de la ciudad de Guanare, cuenta que es a esa ciudad a la que el poeta agradece “la luz de mis ojos y los latidos de mi corazón”, en donde creció, “bebiéndose el agua cristalina de los primeros manantiales, alborotando paraulatas y arrendajos, y tirándole anzuelazos a los ríos”.
En esta misma nota, Ferrer Luque describe así la infancia del poeta Burgos: “Por allá andaba José Joaquín, levantándole el polvo a los caminos o bañándose en los aguaceros de tantos inviernos para volverse barro de Guanare; el barro de las casas humildes, el barro del pocillo de café, el barro con que se hicieron las figuras del pesebre de cada diciembre, el barro que se volvió tinaja o con el que se hizo la pila bautismal de la primera iglesia en la falda del cerro”.
Allí, en Guanare, hizo sus estudios de primaria y bachillerato, en la Escuela “José María Vargas” y en el Liceo “José Vicente Unda”. En esta última institución se educó, primero como alumno, y luego, con lo aprendido, ejerció como docente. Allí se graduó en la disciplina del pensamiento y en el gentilicio de la generosidad, porque según cuenta el propio poeta, los jóvenes que estudiaban en el Unda egresaban capacitados no sólo para las ciencias y las humanidades, sino para la práctica de la virtud y el ejercicio de la bondad.
Fue innegable la impronta del Pedagógico de Caracas.
Allí también contrajo nupcias, con la Sra. Carmen Licelia Rodríguez Alzúru. Allí llegaron los hijos, de la sangre y de la decisión personal: Luis Gonzalo Maradey Rodríguez, General de Brigada de la Guardia Nacional, y Laura Julieta Burgos Rodríguez, abogada egresada de la Universidad de Carabobo.
Y desde allí abrió fuegos, para afirmarse a través de los años en su vocación por la docencia, en su oficio de periodista y en su condición de ciudadano del lenguaje, como escritor y poeta.
Lo primero se puede verificar mediante el título profesional obtenido en el Instituto Pedagógico Nacional de Caracas, en la Promoción “Eduardo Blanco”, en 1957, como profesor de Castellano, Literatura, Latín y Raíces Griegas, mención magna cum laude.
La huella del Pedagógico de Caracas
Fue innegable la impronta del Pedagógico de Caracas. En aquel lugar, creado para que los conocimientos pasaran a los educadores que se iban a encargar de diseminarlos en la sociedad a través de la escuela, marcó en el educador Burgos la huella de docente, es decir, la escuela entendida como el dispositivo para la formación ciudadana, la educación para el trabajo, la enseñanza de las ciencias y las humanidades para abrir los caminos a nuevos estudios.
Sobre este período cuenta el poeta en su columna Indocencias, en el diario Notitarde del 12 de noviembre 2016: “Época de Pérez Jiménez. En el examen de Admisión (1953) para el Pedagógico Nacional fuimos 2.600 aspirantes, repartidos en varios salones. Fuimos aceptados, exactamente, 600. De ellos, 66 en la Especialidad de Castellano, Literatura, Latín y Raíces Griegas. Se nos agregó uno más en Segundo Año (un hermano lasallista que venía de un curso especial de un año en Roma). Pero ya no éramos 67, en Segundo, sino 18, porque más de la mitad se quedaron. A Tercero, llegamos 14. Y a Cuarto, final, 7, de los cuales en Julio del 1957, nos graduamos 5, y los dos restantes, en setiembre. Una Odisea en la cual todos (hembras y varones) éramos Ulises… porque de resto, hasta el perro de Telémaco pasó trabajo y sudó el alma… Pero llegamos. Época dura, días de carácter domado, disciplina sembrada hasta en la sangre y amor, mucho amor por la profesión escogida y un respeto absoluto por la profesión, el estado y sus instituciones y las huellas y dignidad de quienes nos precedían en el ejercicio”.
En ese mismo espacio recibió el escritor una trascendental enseñanza, pues el Pedagógico, por razones históricas, se había convertido en un importante centro de la lucha por la democracia. Allí, las banderas de la modernización académica hondearon a la par de las banderas de la modernización democrática. Ambos blasones colocaron en su cabeza la necesidad de luchar por la libertad política, en un período en el que esta virtud estaba conculcada; convencido como estaba de que sin esta virtud republicana no hay ciencia, ni escuela, ni democracia social.
Era un ambiente pletórico de nuevas ideas. En 1936, en el acto de su fundación, el escritor Mariano Picón Salas habría dicho: “...cuando el Pedagógico llegó al mundo su destino influiría en el de Venezuela, así mismo el desarrollo recto o tortuoso del país también afectaría su vida”.
Y así fue durante los años en que el poeta Burgos cursó sus estudios docentes. Allí se agitaba la vida de las ideas, el amor por la democracia, la pasión por la docencia y el fuego por la poesía.
De la conjunción de estas tres instancias de vida dijo el poeta en entrevista en el semanario de la Universidad de Carabobo Tiempo Universitario: “Escribir es la manera más libre de ver al mundo desde un ángulo particular y a partir de una concepción metafísica individual. Escribir es el derecho de ver nuestro entorno libre e individualmente, aunque tal visión comporte como consecuencia un determinado compromiso social. Otra cosa muy distinta es la radical militancia política del escritor. Desde ese aspecto, es el hombre, acosado por su sensibilidad social o por sus necesidades materiales, el que se ve estimulado para que la independencia de su labor se brinde al servicio de ciertas causas. En el infinito literario puro, la única dictadura válida es la que proviene de la necesidad liberadora de expresarse”.
Escribir es el derecho de ver nuestro entorno libre e individualmente
Se nutrió el poeta Burgos de destacados políticos, intelectuales, escritores, pensadores, que hicieron vida en el Instituto Pedagógico de Caracas, como alumnos o docentes. Muchos de los nombres fundamentales de la Venezuela contemporánea pasaron por sus aulas. No es casualidad que en aquellos espacios haya tenido lugar la fundación de estudios superiores en ciencias sociales, humanidades y ciencias puras, y que de ellos salieran algunas de las principales figuras que después desarrollaron su saber en el resto de las universidades y los centros de altos estudios.
No sólo eso, el autor tuvo la ocasión de compartir personalmente con muchos de ellos, intercambiar directamente experiencias de pensamiento y escritura, ser su alumno, desarrollar un particular sentido de pertenencia con la institución y con una forma de expresión, mediante el intercambio de fenómenos grupales de conformidad a las normas, cohesión social y status grupal.
Nos referimos tanto al intercambio académico como a la interactuación espontánea, que confluye en la relación entre dos o más personas que esperan recibir una recompensa de amistad, y que se mantiene cuando las esperanzas de alcanzarla, se confirman.
Anotamos el nombre de algunas de las personalidades que dejaron la impronta de su pensamiento en debates, problemas y realizaciones, conforme al testimonio del propio poeta: Mario Torrealba Lossi, Ignacio Burk, Pedro Grases, Mariano Picón Salas, Rafael Escobar Lara, Eloy G. González, Luis Beltrán Guerrero, Felipe Massiani, Hugo Ruán, Edoardo Crema, Humberto Díaz Casanueva, Humberto Fuenzalida, Domingo Casanovas, Olinto Camacho, Augusto Pi Suñer, Humberto García Arocha, Francisco Tamayo, Luis Acosta Rodríguez, P. Manuel Montaner, Tobías Lasser, Juan David García Bacca, Eugenio Imaz, Pablo Vila y Ángel Ronsenblat, Manuel Bermúdez, Domingo Miliani, Miguel Correa, Tito Balza.
Recién egresado, en 1957, el poeta Burgos comenzó a impartir clases como profesor de Castellano, Literatura, Latín y Raíces Griegas, en los Liceos “Miguel José Sanz”, Colegio “Maturín”, Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, en Maturín, estado Monagas; en el Liceo “José Vicente Unda”, en Guanare, estado Portuguesa; en los liceos “Pedro Gual”, “José Rafael Pocaterra”, “Alejo Zuloaga”; en los institutos “María Montessori”, “Nueva Valencia”, Colegio La Salle; y en la Escuela de Educación de la Universidad de Carabobo, en Valencia, estado Carabobo. Y durante toda su vida, -de la que transcurrieron 84 años hasta su fallecimiento el 7 de agosto de 2017-, no hizo otra cosa que transmitir lo aprendido allí, dentro y fuera del aula.
Es uno de esos creadores que no se fatigó nunca a la hora de historiar, escribir y hablar.
Aproximación a su pensamiento
El poeta Burgos fue, indudablemente, un ciudadano del lenguaje y de la comunicación. Uno de esos creadores que, de acuerdo a lo expresado por Jesús Torrealba Villamizar, no se fatigó nunca a la hora de historiar, escribir y hablar. Eso sí, fijó sus moldes en una lengua ilustrada, pero sencilla, sin artificios; y como el filólogo se afanó por buscar detrás de la máscara de la palabra, y en acuerdo con el filósofo se empeñó en la palabra elemental.
Se puede afirmar que sus palabras son espejos mágicos, en el sentido de lo expresado por el poeta cubano José Lezama en su ensayo de 1956 Pascal y la poesía: “…frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en el hombre de la imagen reconstruida.”.
En esa evocación de las imágenes de la realidad el poeta Burgos atrapó el recuerdo de lo visto por sus ojos. Las palabras en su boca nacieron como un hecho prodigioso, porque como poeta es un taumaturgo que nos transporta a los círculos musicales de la creación que lo ilumina todo.
Dijo el poeta en este sentido: “Apenas el hombre había superado su nivel de bestia, apenas había aprendido a caminar erguido, apenas había comenzado a balbucear lo que después sería el laberinto del lenguaje, ya había tomado conciencia de su pequeñez y de su propia fugacidad. En respuesta a ello, aprendió a convocar imágenes y a buscar con ellas conjuros para evitar la muerte. El hombre, entonces, que ni siquiera era un niño y poco sabía de cuánto de eternidad tenían los sonidos con los que quiere atrapar la furia de las bestias, o detener los latigazos del relámpago; ya había emprendido su largo camino hacia la eternidad, llevando, como equipo fundamental, el más prodigioso de los instrumentos: el lenguaje”.
Y ante esta convicción, nació la otra condición del poeta Burgos, su categoría de comunicador nato, que se expresó con sencillez, con “facundia intelectual”, como dice el ensayista Julio Rafael Silva. De allí que a su labor como docente, incorporó los espacios de la prensa para añadir, a sus virtudes pedagógicas, sus dotes como periodista, para ampliar el radio de acción de las aulas de clases a través de la comunicación social.
Expresó el poeta Burgos sobre esta profesión en entrevista en Tiempo Universitario: “Es el oficio de pensar, de oler, y saber lo que viene. El de escribir con apego a las normas del buen uso del lenguaje y del buen oficio de comunicar. El oficio de no caer en la tentación palangrista, ni de vender el alma, ni de entregar su conciencia a cambio de un cheque o de una posición de poder. En eso se mide la casta, como dicen los taurinos. En eso se conoce a quienes verdaderamente son periodistas”.
“El oficio de periodista es el oficio de pensar, de oler, y saber lo que viene" Foto de Rafael Simón Hurtado.
El oficio lo ejerció en diferentes tribunas. Como secretario de redacción trabajó en el diario Notitarde, de Valencia, durante 6 años. En ese período fundó el suplemento literario Letra inversa, que significó para la ciudad una ventana abierta para los creadores de todos los géneros y de todos los pensamientos. En este mismo diario mantuvo una columna de opinión semanal: Indocencias, en cuyo nombre confluyen su ingenio con la palabra y un acendrado sentido del humor.
Fue miembro del Consejo Editorial y editorialista, de Tiempo Universitario, trabajo por el cual recibió el Premio Especial de Periodismo “Carlos Garrido”, de la Universidad de Carabobo, en 2002, y el Premio Nacional de Periodismo Mons. “Jesús María Pellín”, -institucional, compartido-, otorgado al semanario Tiempo Universitario, en 2002. Fue asesor literario de la Revista Laberinto de Papel, de la Universidad de Carabobo. También, columnista de los diarios El Regional, El Carabobeño y El Nacional. En este último mantuvo amistad con los escritores Miguel Otero Silva y Oscar Guaramato, con quienes compartió la columna Socaire.
Una sincera preocupación social lo llevó a encargarse de importantes responsabilidades en actividades de índole gremial: fue directivo, durante más de 15 años, del Colegio de Profesores de Venezuela y presidente de la Asociación de Escritores de Carabobo; miembro fundador de la Fundación del Libro Carabobeño (Fundalica), Vicepresidente ejecutivo de la Editorial “Cubagua” del Ateneo de Valencia, y Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo.
Participó como escritor invitado, representando al país, en el encuentro “Viaje a la Poesía de Neruda”, en Chile. Dictó conferencias en la Universidad de Carabobo, en el Ateneo de Valencia; en la Universidad Experimental de Guayana; en el liceo “Gabriela Mistral”, en la Universidad Católica de Chile, Extensión de Temuco, y en el liceo de Cunco, en Cunco, y en la Universidad “Diego Portales”, en Labranza, Chile.
Es epónimo de premios literarios e instituciones culturales, como el Premio Anual de Literatura del Estado Portuguesa; del Orfeón “José Joaquín Burgos”, de la Fundación Cultural del mismo nombre, en Guanare, y de la Peña de Expositores de Los Guayos, en Carabobo.
Durante su vida recibió importantes condecoraciones: Orden del General “Juan José Mora” (Clase Única, Morón, Carabobo); Orden “General José Antonio Páez” (Clase Única, Asamblea Legislativa del Estado Portuguesa; Orden “Mons. José Vicente Unda” (Clase Única, Gobernación de Portuguesa); Orden Ciudad de Valencia (Primera Clase); Orden de “Andrés Bello” (Primera Clase, Caracas). Botón del Colegio de Periodistas de Venezuela; Botón de la Brigada Blindada 41.
En 2016 fue designado Cronista de la Ciudad de Valencia, ciudad que adoptó y por la que fue adoptado como uno de sus hijos más ilustres.
Adoptó a Valencia como ciudad, y fue adoptado por ella como uno de sus hijos más ilustres.
Permanencia de su obra en el tiempo
Pero nada de esto lo afectó en su vanidad. Por el contrario, llegó a afirmar que la arrogancia en los creadores es una enfermedad, que con los años puede desaparecer, o agravarse. Es un vicio en la personalidad del escritor.
Sobre los premios literarios afirmó: “Son necesarios en el sentido del estímulo. Aunque el manejo dudoso de algunos certámenes ha dado lugar a la diatriba, a la envidia y a las zancadillas. Me gustan los concursos en cuanto a oportunidad para confrontarse, pero siempre y cuando se asista a ellos con el ánimo limpio, sereno, y exclusivamente con las armas que da el conocimiento del lenguaje y la imaginación. El mayor premio que puede recibir un escritor, es uno que jamás recogerá en vida: la permanencia de su obra en el tiempo. Para mí, a medida que escribo más, me acerco también más a lo que quiero decir, pero sin petulancia, porque la vanidad es el peor enemigo del escritor. Hay que pedir a Dios y a la Virgen de Coromoto que la escritura sea como el camino de Ítaca, para que nunca cese la pasión”.
El poeta José Joaquín Burgos reconoció las influencias literarias ejercidas por los autores griegos Homero, Horacio, Sófocles. En el Pedagógico de Caracas, a través de los escritores llegados del transtierro español, tuvo ocasión de impregnarse de los bardos del siglo de oro: Góngora, Lope de Vega, Calderón de la Barca; y también de Garcilaso de la Vega y Miguel de Cervantes. Más acá, en una suerte de retorno de las enseñanzas de Andrés Bello, a través de la misión chilena, se embebió de los estudios sistemáticos de lingüística y de los estudios bibliográficos y bellistas; también los de geografía y de filología; y aunque no de manera directa, recibió desde los laboratorios de física y química traídos de Alemania en 1938 para el Instituto, la historia de la ciencia venezolana.
Encontró, asimismo, en las novelas de Emilio Salgari, Julio Verne y Rómulo Gallegos, un refugio para su imaginación. “Los poetas del pueblo, Andrés Eloy Blanco y Pablo Neruda”, enriquecieron sus lecturas y sus vivencias; y en un particular contacto con escritores contemporáneos, como el “Chino” Valera Mora, Servando Garcés, Domingo Miliani, Oscar Guaramato, Orlando Araujo, Guillermo Cerceau, Orlando Baquero, Luis Cedeño, Efraín Inaudy Bolívar, Guillermo Mujica Sevilla, Orlando Chrinos, Rafael Simón Hurtado, Julio Rafael Silva Sánchez y Fáver Páez, le ha sido posible reconocerse en el eco de su propia voz.
“De mi época estudiantil, -recordó-, Dante, un desconocido, de mi admirado y querido profesor Edoardo Crema; de hombre maduro, ya, Cronicario, de Oscar Guaramato, quien para mí fue como un hermano;…”.
El poeta Burgos se paseó por diferentes géneros literarios: novela, cuento, crónica periodística, discursos y poesía; ésta última ha impregnado toda su producción. En ellas plasmó sus más importantes inquietudes sobre la ciudad del origen, el amor, el desamor, el espacio vital, la religión, la muerte, la familia, las amistades, la música, la bohemia, la soledad, la orfandad, su oficio de poeta.
Ante la pregunta de por qué escribe, en entrevista en el semanario Tiempo Universitario, respondió: “Aunque algunos lo hacen pensando en la posteridad; por misantropía o por soledad; por vanidad o por soberbia; por amor o por odio, o simplemente, para darle a su imaginación una válvula de escape, creo que en mi caso también escribo para darle un sentido trascendente a mi vida, intentando mejorar con mi trabajo el mundo mío y el de los demás. Es decir, que inspirado en la memoria individual asumida por los demás a través del tiempo, deseo llevar mediante mis escritos la inmortalidad a todos los hombres. Es como si al escribir, al tiempo que le damos sentido de inmortalidad a la vida, estamos retrasando nuestra propia muerte, porque, buenos o malos, los libros que escribimos nos sobreviven; son el reflejo de nuestro pensamiento, la pasión lúdica de las palabras que quedan. Serán esos libros, en última instancia, el rastro indeleble de nuestro paso por el mundo. La trascendencia es el instrumento con el que cuenta la imaginación del hombre para combatir su postrada condición mortal”.
"Al escribir, al tiempo que le damos sentido de inmortalidad a la vida, estamos retrasando nuestra propia muerte".Foto de Rafael Simón Hurtado.
Deja el poeta Burgos un legado bibliográfico de 15 libros publicados que se recogieron en los títulos: Por aquí se escuchan las pisadas del tiempo (Discursos, 1976); Ronda de Luz (poesía, 1956); Los Días Iniciales (poesía, 1963); Guanare Siempre (poesía, 1974); Guanare Piedraluz (poesía, 1993), Unicornio (poesía, 1991), Piel de Sueño (poesía, 1996) Coromotanías (poesía, 1992), Torreparque (novela, 1988), El Pozo del Arcoiris (narraciones, 1995). Don Juan de los Poderes (novela, 2003); La ciudad novelada (cuentos, 2006), Tres ases, (discursos, 2007); Las Murallas del Reino (novela, 2007); Cansancio de orilla (poesía, 2012).
Asimismo, se pueden encontrar publicaciones suyas en revistas especializadas del país y del exterior, y en algunos textos para uso académico, como la Historia de la Literatura Hispanoamericana, de Enrique Anderson Imbert (Fondo de Cultura Económica, México), Antología de la Poesía Venezolana (Recopilación de José Antonio Escalona Escalona), Antología de la Poesía Universal (Recopilación de Editor R. Ortels, Barcelona, España); El Amor en la Poesía Venezolana (Recopilación de José Manuel Castañón. Colección Rotativa, España). Revista Nacional de Cultura; Revista Actual, Universidad de Los Andes, Mérida.
En todos ellos encontramos la fuerza creativa de un autor que hizo suyo su destino de Mago, para erigir con su poesía toda una celebración de la existencia y un testimonio de gratitud y maravilla por el mundo de sus criaturas.
El fallecimiento del poeta José Joaquín Burgos el 7 de agosto de 2017 nos deja huérfanos. Deja huérfanos a Luis Gonzalo y a Laura, -sus hijos-, y también deja huérfanos a sus amigos. Nos deja huérfanos de una presencia generosa, de una amistad amorosa, y de una palabra esencialmente pedagógica. El sentido lúcido y profundo de su palabra la hallábamos a diario en nuestros cordiales y frecuentes encuentros, en los que no dudaba en escuchar paternalmente las opiniones de su interlocutor, a quien transmitía con aliento, con gestos atentos y pacientes, su cariño, y de cuyo recuerdo me cuesta ahora hablar en pasado.
Me conmueve pensar en su sencillez y disponibilidad, en su acogida bondadosa, en su capacidad de escucha, en su interés por las noticias nuestras, y en su doble vocación de poeta y educador. De la primera tengo el retrato del ejercicio diario de la escritura, cuando libreta y bolígrafo en mano, -fuese cual fuese el espacio compartido-, siempre pergeñaba un texto poético. De la segunda, la fotografía es la del ser humano abierto a atender cuando le hablábamos de alguna iniciativa de carácter intelectual en los pasillos de la Universidad de Carabobo, en donde fungió, en los años más recientes, de editorialista del semanario Tiempo Universitario.
“Por allá andaba José Joaquín, levantándole el polvo a los caminos o bañándose en los aguaceros de tantos inviernos para volverse barro de Guanare..."
Recorrido vital
El poeta José Joaquín Burgos nació en Guanare, estado Portuguesa, el 20 de abril de 1933. El propio poeta nos ofreció una descripción de su ciudad de origen en el libro Tres Ases (2007): “Hace muchos años, ya varios siglos, este pueblo sembrado a orillas del Guanaguanare, era como un pequeño jardín escondido en un rincón del piedemonte andino, muy lejos de Europa en el tiempo y el espacio de entonces, pero seguramente pensado y edificado como un pueblo de la lejana España. Con su plaza mayor, su cabildo, su iglesia matriz, sus manzanas iniciales trazadas a punto de plomada y cordel... Algo así como para escribir uno de aquellos cuentos de princesas, y nobles, y plebeyos, caballeros, campesinos, monjes, magos, que salían en los libros primarios de antes. Y es de pensar, sin mayor esfuerzo de imaginación, que por las páginas, por los personajes, por las aventuras narradas en esos cuentos, llegaron los primeros hijos de Guanare, que al final terminaron siendo nuestros abuelos. Con su nobleza no de cortesanos, sino de campesinos. Entrados, los primeros, desde aquella punta de lanza que fue la Vela de Coro; venidos, los otros, por los caminos de la vida; y otros, con los aventureros, y después, en las tropas de la Independencia, que al pasar por los pueblos dejaban a algunos de sus maltrechos soldados y se llevaban a otros, muchachos todavía, a veces ni siquiera zagaletones, reclutados, para aventarlos en otros lejanos paisajes, como pasó con tantos guanareños que partieron a lomo de caballo, o a pie, semidesnudos, cruzaron las montañas andinas y terminaron fundando familias por allá por Colombia, por Ecuador, por Perú ...”.
Este es el espacio primigenio, la ciudad de su origen, que fue el escenario rural y urbano de su historia de vida, de la anécdota vital de su tránsito como ser humano.
En nota publicada en el semanario de la Universidad de Carabobo, Tiempo Universitario, el escritor Eddy Ferrer Luque y cronista de la ciudad de Guanare, cuenta que es a esa ciudad a la que el poeta agradece “la luz de mis ojos y los latidos de mi corazón”, en donde creció, “bebiéndose el agua cristalina de los primeros manantiales, alborotando paraulatas y arrendajos, y tirándole anzuelazos a los ríos”.
En esta misma nota, Ferrer Luque describe así la infancia del poeta Burgos: “Por allá andaba José Joaquín, levantándole el polvo a los caminos o bañándose en los aguaceros de tantos inviernos para volverse barro de Guanare; el barro de las casas humildes, el barro del pocillo de café, el barro con que se hicieron las figuras del pesebre de cada diciembre, el barro que se volvió tinaja o con el que se hizo la pila bautismal de la primera iglesia en la falda del cerro”.
Allí, en Guanare, hizo sus estudios de primaria y bachillerato, en la Escuela “José María Vargas” y en el Liceo “José Vicente Unda”. En esta última institución se educó, primero como alumno, y luego, con lo aprendido, ejerció como docente. Allí se graduó en la disciplina del pensamiento y en el gentilicio de la generosidad, porque según cuenta el propio poeta, los jóvenes que estudiaban en el Unda egresaban capacitados no sólo para las ciencias y las humanidades, sino para la práctica de la virtud y el ejercicio de la bondad.
Fue innegable la impronta del Pedagógico de Caracas.
Allí también contrajo nupcias, con la Sra. Carmen Licelia Rodríguez Alzúru. Allí llegaron los hijos, de la sangre y de la decisión personal: Luis Gonzalo Maradey Rodríguez, General de Brigada de la Guardia Nacional, y Laura Julieta Burgos Rodríguez, abogada egresada de la Universidad de Carabobo.
Y desde allí abrió fuegos, para afirmarse a través de los años en su vocación por la docencia, en su oficio de periodista y en su condición de ciudadano del lenguaje, como escritor y poeta.
Lo primero se puede verificar mediante el título profesional obtenido en el Instituto Pedagógico Nacional de Caracas, en la Promoción “Eduardo Blanco”, en 1957, como profesor de Castellano, Literatura, Latín y Raíces Griegas, mención magna cum laude.
La huella del Pedagógico de Caracas
Fue innegable la impronta del Pedagógico de Caracas. En aquel lugar, creado para que los conocimientos pasaran a los educadores que se iban a encargar de diseminarlos en la sociedad a través de la escuela, marcó en el educador Burgos la huella de docente, es decir, la escuela entendida como el dispositivo para la formación ciudadana, la educación para el trabajo, la enseñanza de las ciencias y las humanidades para abrir los caminos a nuevos estudios.
Sobre este período cuenta el poeta en su columna Indocencias, en el diario Notitarde del 12 de noviembre 2016: “Época de Pérez Jiménez. En el examen de Admisión (1953) para el Pedagógico Nacional fuimos 2.600 aspirantes, repartidos en varios salones. Fuimos aceptados, exactamente, 600. De ellos, 66 en la Especialidad de Castellano, Literatura, Latín y Raíces Griegas. Se nos agregó uno más en Segundo Año (un hermano lasallista que venía de un curso especial de un año en Roma). Pero ya no éramos 67, en Segundo, sino 18, porque más de la mitad se quedaron. A Tercero, llegamos 14. Y a Cuarto, final, 7, de los cuales en Julio del 1957, nos graduamos 5, y los dos restantes, en setiembre. Una Odisea en la cual todos (hembras y varones) éramos Ulises… porque de resto, hasta el perro de Telémaco pasó trabajo y sudó el alma… Pero llegamos. Época dura, días de carácter domado, disciplina sembrada hasta en la sangre y amor, mucho amor por la profesión escogida y un respeto absoluto por la profesión, el estado y sus instituciones y las huellas y dignidad de quienes nos precedían en el ejercicio”.
En ese mismo espacio recibió el escritor una trascendental enseñanza, pues el Pedagógico, por razones históricas, se había convertido en un importante centro de la lucha por la democracia. Allí, las banderas de la modernización académica hondearon a la par de las banderas de la modernización democrática. Ambos blasones colocaron en su cabeza la necesidad de luchar por la libertad política, en un período en el que esta virtud estaba conculcada; convencido como estaba de que sin esta virtud republicana no hay ciencia, ni escuela, ni democracia social.
Era un ambiente pletórico de nuevas ideas. En 1936, en el acto de su fundación, el escritor Mariano Picón Salas habría dicho: “...cuando el Pedagógico llegó al mundo su destino influiría en el de Venezuela, así mismo el desarrollo recto o tortuoso del país también afectaría su vida”.
Y así fue durante los años en que el poeta Burgos cursó sus estudios docentes. Allí se agitaba la vida de las ideas, el amor por la democracia, la pasión por la docencia y el fuego por la poesía.
De la conjunción de estas tres instancias de vida dijo el poeta en entrevista en el semanario de la Universidad de Carabobo Tiempo Universitario: “Escribir es la manera más libre de ver al mundo desde un ángulo particular y a partir de una concepción metafísica individual. Escribir es el derecho de ver nuestro entorno libre e individualmente, aunque tal visión comporte como consecuencia un determinado compromiso social. Otra cosa muy distinta es la radical militancia política del escritor. Desde ese aspecto, es el hombre, acosado por su sensibilidad social o por sus necesidades materiales, el que se ve estimulado para que la independencia de su labor se brinde al servicio de ciertas causas. En el infinito literario puro, la única dictadura válida es la que proviene de la necesidad liberadora de expresarse”.
Escribir es el derecho de ver nuestro entorno libre e individualmente
Se nutrió el poeta Burgos de destacados políticos, intelectuales, escritores, pensadores, que hicieron vida en el Instituto Pedagógico de Caracas, como alumnos o docentes. Muchos de los nombres fundamentales de la Venezuela contemporánea pasaron por sus aulas. No es casualidad que en aquellos espacios haya tenido lugar la fundación de estudios superiores en ciencias sociales, humanidades y ciencias puras, y que de ellos salieran algunas de las principales figuras que después desarrollaron su saber en el resto de las universidades y los centros de altos estudios.
No sólo eso, el autor tuvo la ocasión de compartir personalmente con muchos de ellos, intercambiar directamente experiencias de pensamiento y escritura, ser su alumno, desarrollar un particular sentido de pertenencia con la institución y con una forma de expresión, mediante el intercambio de fenómenos grupales de conformidad a las normas, cohesión social y status grupal.
Nos referimos tanto al intercambio académico como a la interactuación espontánea, que confluye en la relación entre dos o más personas que esperan recibir una recompensa de amistad, y que se mantiene cuando las esperanzas de alcanzarla, se confirman.
Anotamos el nombre de algunas de las personalidades que dejaron la impronta de su pensamiento en debates, problemas y realizaciones, conforme al testimonio del propio poeta: Mario Torrealba Lossi, Ignacio Burk, Pedro Grases, Mariano Picón Salas, Rafael Escobar Lara, Eloy G. González, Luis Beltrán Guerrero, Felipe Massiani, Hugo Ruán, Edoardo Crema, Humberto Díaz Casanueva, Humberto Fuenzalida, Domingo Casanovas, Olinto Camacho, Augusto Pi Suñer, Humberto García Arocha, Francisco Tamayo, Luis Acosta Rodríguez, P. Manuel Montaner, Tobías Lasser, Juan David García Bacca, Eugenio Imaz, Pablo Vila y Ángel Ronsenblat, Manuel Bermúdez, Domingo Miliani, Miguel Correa, Tito Balza.
Recién egresado, en 1957, el poeta Burgos comenzó a impartir clases como profesor de Castellano, Literatura, Latín y Raíces Griegas, en los Liceos “Miguel José Sanz”, Colegio “Maturín”, Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, en Maturín, estado Monagas; en el Liceo “José Vicente Unda”, en Guanare, estado Portuguesa; en los liceos “Pedro Gual”, “José Rafael Pocaterra”, “Alejo Zuloaga”; en los institutos “María Montessori”, “Nueva Valencia”, Colegio La Salle; y en la Escuela de Educación de la Universidad de Carabobo, en Valencia, estado Carabobo. Y durante toda su vida, -de la que transcurrieron 84 años hasta su fallecimiento el 7 de agosto de 2017-, no hizo otra cosa que transmitir lo aprendido allí, dentro y fuera del aula.
Es uno de esos creadores que no se fatigó nunca a la hora de historiar, escribir y hablar.
Aproximación a su pensamiento
El poeta Burgos fue, indudablemente, un ciudadano del lenguaje y de la comunicación. Uno de esos creadores que, de acuerdo a lo expresado por Jesús Torrealba Villamizar, no se fatigó nunca a la hora de historiar, escribir y hablar. Eso sí, fijó sus moldes en una lengua ilustrada, pero sencilla, sin artificios; y como el filólogo se afanó por buscar detrás de la máscara de la palabra, y en acuerdo con el filósofo se empeñó en la palabra elemental.
Se puede afirmar que sus palabras son espejos mágicos, en el sentido de lo expresado por el poeta cubano José Lezama en su ensayo de 1956 Pascal y la poesía: “…frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en el hombre de la imagen reconstruida.”.
En esa evocación de las imágenes de la realidad el poeta Burgos atrapó el recuerdo de lo visto por sus ojos. Las palabras en su boca nacieron como un hecho prodigioso, porque como poeta es un taumaturgo que nos transporta a los círculos musicales de la creación que lo ilumina todo.
Dijo el poeta en este sentido: “Apenas el hombre había superado su nivel de bestia, apenas había aprendido a caminar erguido, apenas había comenzado a balbucear lo que después sería el laberinto del lenguaje, ya había tomado conciencia de su pequeñez y de su propia fugacidad. En respuesta a ello, aprendió a convocar imágenes y a buscar con ellas conjuros para evitar la muerte. El hombre, entonces, que ni siquiera era un niño y poco sabía de cuánto de eternidad tenían los sonidos con los que quiere atrapar la furia de las bestias, o detener los latigazos del relámpago; ya había emprendido su largo camino hacia la eternidad, llevando, como equipo fundamental, el más prodigioso de los instrumentos: el lenguaje”.
Y ante esta convicción, nació la otra condición del poeta Burgos, su categoría de comunicador nato, que se expresó con sencillez, con “facundia intelectual”, como dice el ensayista Julio Rafael Silva. De allí que a su labor como docente, incorporó los espacios de la prensa para añadir, a sus virtudes pedagógicas, sus dotes como periodista, para ampliar el radio de acción de las aulas de clases a través de la comunicación social.
Expresó el poeta Burgos sobre esta profesión en entrevista en Tiempo Universitario: “Es el oficio de pensar, de oler, y saber lo que viene. El de escribir con apego a las normas del buen uso del lenguaje y del buen oficio de comunicar. El oficio de no caer en la tentación palangrista, ni de vender el alma, ni de entregar su conciencia a cambio de un cheque o de una posición de poder. En eso se mide la casta, como dicen los taurinos. En eso se conoce a quienes verdaderamente son periodistas”.
“El oficio de periodista es el oficio de pensar, de oler, y saber lo que viene" Foto de Rafael Simón Hurtado.
El oficio lo ejerció en diferentes tribunas. Como secretario de redacción trabajó en el diario Notitarde, de Valencia, durante 6 años. En ese período fundó el suplemento literario Letra inversa, que significó para la ciudad una ventana abierta para los creadores de todos los géneros y de todos los pensamientos. En este mismo diario mantuvo una columna de opinión semanal: Indocencias, en cuyo nombre confluyen su ingenio con la palabra y un acendrado sentido del humor.
Fue miembro del Consejo Editorial y editorialista, de Tiempo Universitario, trabajo por el cual recibió el Premio Especial de Periodismo “Carlos Garrido”, de la Universidad de Carabobo, en 2002, y el Premio Nacional de Periodismo Mons. “Jesús María Pellín”, -institucional, compartido-, otorgado al semanario Tiempo Universitario, en 2002. Fue asesor literario de la Revista Laberinto de Papel, de la Universidad de Carabobo. También, columnista de los diarios El Regional, El Carabobeño y El Nacional. En este último mantuvo amistad con los escritores Miguel Otero Silva y Oscar Guaramato, con quienes compartió la columna Socaire.
Una sincera preocupación social lo llevó a encargarse de importantes responsabilidades en actividades de índole gremial: fue directivo, durante más de 15 años, del Colegio de Profesores de Venezuela y presidente de la Asociación de Escritores de Carabobo; miembro fundador de la Fundación del Libro Carabobeño (Fundalica), Vicepresidente ejecutivo de la Editorial “Cubagua” del Ateneo de Valencia, y Miembro Correspondiente de la Academia de Historia del Estado Carabobo.
Participó como escritor invitado, representando al país, en el encuentro “Viaje a la Poesía de Neruda”, en Chile. Dictó conferencias en la Universidad de Carabobo, en el Ateneo de Valencia; en la Universidad Experimental de Guayana; en el liceo “Gabriela Mistral”, en la Universidad Católica de Chile, Extensión de Temuco, y en el liceo de Cunco, en Cunco, y en la Universidad “Diego Portales”, en Labranza, Chile.
Es epónimo de premios literarios e instituciones culturales, como el Premio Anual de Literatura del Estado Portuguesa; del Orfeón “José Joaquín Burgos”, de la Fundación Cultural del mismo nombre, en Guanare, y de la Peña de Expositores de Los Guayos, en Carabobo.
Durante su vida recibió importantes condecoraciones: Orden del General “Juan José Mora” (Clase Única, Morón, Carabobo); Orden “General José Antonio Páez” (Clase Única, Asamblea Legislativa del Estado Portuguesa; Orden “Mons. José Vicente Unda” (Clase Única, Gobernación de Portuguesa); Orden Ciudad de Valencia (Primera Clase); Orden de “Andrés Bello” (Primera Clase, Caracas). Botón del Colegio de Periodistas de Venezuela; Botón de la Brigada Blindada 41.
En 2016 fue designado Cronista de la Ciudad de Valencia, ciudad que adoptó y por la que fue adoptado como uno de sus hijos más ilustres.
Adoptó a Valencia como ciudad, y fue adoptado por ella como uno de sus hijos más ilustres.
Permanencia de su obra en el tiempo
Pero nada de esto lo afectó en su vanidad. Por el contrario, llegó a afirmar que la arrogancia en los creadores es una enfermedad, que con los años puede desaparecer, o agravarse. Es un vicio en la personalidad del escritor.
Sobre los premios literarios afirmó: “Son necesarios en el sentido del estímulo. Aunque el manejo dudoso de algunos certámenes ha dado lugar a la diatriba, a la envidia y a las zancadillas. Me gustan los concursos en cuanto a oportunidad para confrontarse, pero siempre y cuando se asista a ellos con el ánimo limpio, sereno, y exclusivamente con las armas que da el conocimiento del lenguaje y la imaginación. El mayor premio que puede recibir un escritor, es uno que jamás recogerá en vida: la permanencia de su obra en el tiempo. Para mí, a medida que escribo más, me acerco también más a lo que quiero decir, pero sin petulancia, porque la vanidad es el peor enemigo del escritor. Hay que pedir a Dios y a la Virgen de Coromoto que la escritura sea como el camino de Ítaca, para que nunca cese la pasión”.
El poeta José Joaquín Burgos reconoció las influencias literarias ejercidas por los autores griegos Homero, Horacio, Sófocles. En el Pedagógico de Caracas, a través de los escritores llegados del transtierro español, tuvo ocasión de impregnarse de los bardos del siglo de oro: Góngora, Lope de Vega, Calderón de la Barca; y también de Garcilaso de la Vega y Miguel de Cervantes. Más acá, en una suerte de retorno de las enseñanzas de Andrés Bello, a través de la misión chilena, se embebió de los estudios sistemáticos de lingüística y de los estudios bibliográficos y bellistas; también los de geografía y de filología; y aunque no de manera directa, recibió desde los laboratorios de física y química traídos de Alemania en 1938 para el Instituto, la historia de la ciencia venezolana.
Encontró, asimismo, en las novelas de Emilio Salgari, Julio Verne y Rómulo Gallegos, un refugio para su imaginación. “Los poetas del pueblo, Andrés Eloy Blanco y Pablo Neruda”, enriquecieron sus lecturas y sus vivencias; y en un particular contacto con escritores contemporáneos, como el “Chino” Valera Mora, Servando Garcés, Domingo Miliani, Oscar Guaramato, Orlando Araujo, Guillermo Cerceau, Orlando Baquero, Luis Cedeño, Efraín Inaudy Bolívar, Guillermo Mujica Sevilla, Orlando Chrinos, Rafael Simón Hurtado, Julio Rafael Silva Sánchez y Fáver Páez, le ha sido posible reconocerse en el eco de su propia voz.
“De mi época estudiantil, -recordó-, Dante, un desconocido, de mi admirado y querido profesor Edoardo Crema; de hombre maduro, ya, Cronicario, de Oscar Guaramato, quien para mí fue como un hermano;…”.
El poeta Burgos se paseó por diferentes géneros literarios: novela, cuento, crónica periodística, discursos y poesía; ésta última ha impregnado toda su producción. En ellas plasmó sus más importantes inquietudes sobre la ciudad del origen, el amor, el desamor, el espacio vital, la religión, la muerte, la familia, las amistades, la música, la bohemia, la soledad, la orfandad, su oficio de poeta.
Ante la pregunta de por qué escribe, en entrevista en el semanario Tiempo Universitario, respondió: “Aunque algunos lo hacen pensando en la posteridad; por misantropía o por soledad; por vanidad o por soberbia; por amor o por odio, o simplemente, para darle a su imaginación una válvula de escape, creo que en mi caso también escribo para darle un sentido trascendente a mi vida, intentando mejorar con mi trabajo el mundo mío y el de los demás. Es decir, que inspirado en la memoria individual asumida por los demás a través del tiempo, deseo llevar mediante mis escritos la inmortalidad a todos los hombres. Es como si al escribir, al tiempo que le damos sentido de inmortalidad a la vida, estamos retrasando nuestra propia muerte, porque, buenos o malos, los libros que escribimos nos sobreviven; son el reflejo de nuestro pensamiento, la pasión lúdica de las palabras que quedan. Serán esos libros, en última instancia, el rastro indeleble de nuestro paso por el mundo. La trascendencia es el instrumento con el que cuenta la imaginación del hombre para combatir su postrada condición mortal”.
"Al escribir, al tiempo que le damos sentido de inmortalidad a la vida, estamos retrasando nuestra propia muerte".Foto de Rafael Simón Hurtado.
Deja el poeta Burgos un legado bibliográfico de 15 libros publicados que se recogieron en los títulos: Por aquí se escuchan las pisadas del tiempo (Discursos, 1976); Ronda de Luz (poesía, 1956); Los Días Iniciales (poesía, 1963); Guanare Siempre (poesía, 1974); Guanare Piedraluz (poesía, 1993), Unicornio (poesía, 1991), Piel de Sueño (poesía, 1996) Coromotanías (poesía, 1992), Torreparque (novela, 1988), El Pozo del Arcoiris (narraciones, 1995). Don Juan de los Poderes (novela, 2003); La ciudad novelada (cuentos, 2006), Tres ases, (discursos, 2007); Las Murallas del Reino (novela, 2007); Cansancio de orilla (poesía, 2012).
Asimismo, se pueden encontrar publicaciones suyas en revistas especializadas del país y del exterior, y en algunos textos para uso académico, como la Historia de la Literatura Hispanoamericana, de Enrique Anderson Imbert (Fondo de Cultura Económica, México), Antología de la Poesía Venezolana (Recopilación de José Antonio Escalona Escalona), Antología de la Poesía Universal (Recopilación de Editor R. Ortels, Barcelona, España); El Amor en la Poesía Venezolana (Recopilación de José Manuel Castañón. Colección Rotativa, España). Revista Nacional de Cultura; Revista Actual, Universidad de Los Andes, Mérida.
En todos ellos encontramos la fuerza creativa de un autor que hizo suyo su destino de Mago, para erigir con su poesía toda una celebración de la existencia y un testimonio de gratitud y maravilla por el mundo de sus criaturas.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
sábado, 5 de agosto de 2017
Néstor Mendoza: «Con la poesía no tengo miedo»
Nacido en Maracay, en 1985, egresó de la Universidad de Carabobo como licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura. Muy tempranamente descubrió en la poesía una manera de revivir las emociones, de memorizar sentimientos, de traspasar la materia con la mirada. La cotidianidad también puede ser un acto de trascendencia.
TEXTO RAFAEL SIMÓN HURTADO | FOTOS JOSÉ ANTONIO ROSALES
Fuente: Nuevos país de las letras (Ediciones Banesco/Artesanogroup)
Su primer encuentro con la literatura estuvo más cerca del cuento y la novela, pero fue la poesía la que se terminó de imponer en Néstor Mendoza. Sentía que la forma de canalizar, de dar respuesta a indecisiones e inquietudes, era única, inimitable. Esa emisión solitaria, si bien le mostraba a Néstor una invocación sin privilegios, también lo ayudaba a vencer aquella voz tímida que le impedía revelar su intimidad. Desde el inicio, buscó escribir «poemas silenciosos, escritos desde la humildad». El milagro de las palabras iba contribuyendo a su reafirmación personal.
Sus primeros acercamientos al arte los hizo a través del dibujo.
«Representaba mediante trazos simples a mis padres, a mis tías, a la naturaleza que me rodeaba. Me sentaba en un rincón de la casa y veía a mi madre cuando cosía, o a mi padre cuando compartía con mis tíos en el patio. Yo trataba de fijar un recuerdo, una emoción.» Esta inquietud, que cultivó entre los cinco y diez años, fue el inicio de lo que luego sería la vocación literaria. Octavio Paz hubiera llamado esas pulsiones «la consagración del instante».
PRIMER PAISAJE
Su infancia remite a una población quieta y silente, enclavada entre la serranía montañosa del Parque Henri Pittier y el lago de Valencia. Mariara es una de esas comunidades en cuya modestia se esconden testimonios históricos y auténticas reliquias. Allí se crio Néstor, en el sector El Carmen, cerca de la plaza Bolívar, al amparo de una familia integrada por su padre, Néstor Mendoza, y su madre, María Hernández. Cuenta también con tres hermanos.
Su padre ejerció los oficios de herrero y chofer. Su madre es ama de casa, repostera y costurera. «De mi padre recibí la responsabilidad. A su manera, veló por todos sus hijos. Cuando nos enfermábamos, recuerdo que nos llevaba cargados al baño, para bajarnos la fiebre en poncheras llenas de agua. De mi madre guardo la sencillez, la humildad, el amor incondicional. Mucho de lo que soy se lo debo a ella. Es una mujer sencilla, que odia la mentira, que está dispuesta a perdonar a quienes han faltado. Su paciencia y su sensatez son providenciales. Mi temperamento viene de allí.»
«Mis juguetes eran mis hermanos. Siendo niños, todos cabalgábamos un árbol de semeruco con ayuda de la imaginación. La mayor es Norelys y el menor Rubén. Yo soy el del medio, junto a mi hermana gemela, Griselda. Obviamente con ella guardo un vínculo muy especial, que es difícil de explicar. No tiene que ver solamente con que uno quiera o ame más a un hermano que a otro, sino con un hecho de gestación, de haber estado en el mismo vientre, de haber compartido la misma placenta, jugando juntos desde antes de nacer. Es una relación distinta a la que tengo con mis otros hermanos. Cuando estábamos muy pequeños, compartíamos hasta los mismos amigos imaginarios. Los veíamos y nos divertíamos con ellos. Imaginábamos su estatura, su color de piel, su forma de vestir. Creíamos ver al mismo amigo. En aquellos juegos con Griselda éramos tres: ella, yo y el amigo imaginario.»
«Con mi primera hermana, en cambio, quizás por los años de diferencia, la distancia es mayor. Ella fue hija única durante ocho años, y obviamente eso le permitió desarrollar mucha autonomía, que luego marcó todas sus decisiones. Siempre ha habido un vínculo cordial, en medio de la natural autoridad y severidad que tienen los hermanos mayores. Por último, está mi hermano menor, que es muy distinto a mí, pues mientras yo soy reservado, él es más resuelto. Tiene habilidades manuales que heredó de mi padre.»
«Cada vez que publico un libro o en ocasión de algún premio literario, mi familia se emociona mucho. Las noticias de mis logros resuenan en toda la casa. Cuando apareció Andamios hubo una alegría unánime.»
SEGUNDO PAISAJE
Aunque Mariara es una población del estado Carabobo, su cercanía con Maracay propicia que sus habitantes se desplacen con frecuencia en demanda de servicios. A esta relación entre ciudades fronterizas recurrieron los padres de Néstor para que su madre lo trajera al mundo en un servicio de maternidad de Maracay. El tiempo ha transcurrido para que el joven haya cultivado amistades y establecido relaciones que lo marcaron de por vida.
«Desde 2006 hasta 2010, formé parte del Taller Literario “Hojas Sueltas” de Mariara, dictado por el poeta Antonio González Lira. Durante sesiones vespertinas, leíamos textos de teoría poética y de poesía venezolana, latinoamericana y europea. Entre ellos, a los cubanos del grupo “Orígenes”, Lezama Lima y Eliseo Diego; también a Fernando Pessoa, T. S. Eliot. Luego, de la mano del poeta Alberto Hernández, publiqué en el suplemento cultural “Contenido” del diario El Periodiquito de Maracay. Allí aparecieron mis primeros ensayos y reseñas sobre poetas venezolanos.»
En el curso de sus estudios de bachillerato en Mariara, ya se habían generado los primeros nexos de reconocimiento de figuras clásicas, como Lope de Vega u Homero, pero todavía la vocación poética no se encauzaba debidamente… hasta que se produjo un deslumbramiento.
«Sin la Universidad de Carabobo, mi vida hubiese sido distinta. Entrar allí con diecisiete años, me abrió un abanico exuberante de posibilidades. En esa etapa sí puedo admitir que descubrí la literatura. Encontré cauce para mi inquietud por el hecho literario, poético. Mi acercamiento a ciertas asignaturas de la carrera de Educación, mi aproximación a las publicaciones del Departamento de Literatura, asistir a la presentación de libros y revistas… todo eso fue decisivo. A aquellos encuentros iniciales en los talleres de Mariara, se añadieron estas nuevas experiencias que me hicieron ver con otros ojos lo que había leído en bachillerato de manera incipiente. Comprendí que las lecturas que había hecho hasta ese momento, no habían sido asimiladas con entera conciencia. Eso me llevó a releer a muchos autores, como Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Rubén Darío, Pablo Neruda. Buscaba hallar mayor intensidad a mi propia experiencia de escritura. Me volqué a leer ávidamente poesía y a escribir mucho.»
En la Universidad conoció a la profesora de filosofía Marelis Loreto Amoretti, quien lo estimuló a indagar en la escritura crítica. Se incorporó a la agrupación «Litterae ad Portam», grupo de poetas y artistas plásticos que fomentaban las inquietudes creadoras. Asistió a los talleres de poesía de Adhely Rivero, quien para entonces era el jefe del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo.
Por gestiones propias del poeta Rivero, Néstor publicó en 2007 su primer libro: Ombligo para esta noche. La vida universitaria también tuvo repercusiones en el plano amoroso, pues allí conoció a Geraudí González, profesora de Módulos de Cultura, quien finalmente se convertiría en su esposa. En esos Módulos leyó mucha poesía venezolana del siglo XX: Vicente Gerbasi, Ramón Palomares, Gustavo Pereira. La profesora González también solía invitar a poetas, narradores y ensayistas de la universidad y de la región valenciana. La práctica le permitió conocer a escritores como Orlando Chirinos, Víctor Manuel Pinto y María Narea, entre otros.
«Leer y conocer a los creadores directamente, me enseñó que la pulcritud de un texto leído puede verse afectada por muchos factores. Comprendí que el texto literario es una representación autónoma, pues una vez que se desprende de las manos del autor, adquiere una suerte de soberanía. Ya liberado, y dependiendo de su evolución en el tiempo, un texto puede ser rechazado, ignorado, recordado o venerado.»
Poco después unos contactos lo llevaron a relacionarse con los editores de la legendaria revista Poesía, mascarón de proa de las publicaciones literarias de la Universidad de Carabobo.
Su lectura le brindó la ocasión de admirar la poesía y la prosa de Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros y Reynaldo Pérez Só, a quienes Néstor considera una trinidad poética. La publicación también lo puso en conocimiento de poetas como Paul Celan, W. H. Auden, Giuseppe Ungaretti, Saint-John Perse, José Emilio Pacheco, Raúl Gustavo Aguirre y Antonio Gamoneda. La lectura de poesía y ensayos sobre teoría poética de esos años marcaron definitivamente su formación.
Hoy forma parte del equipo de redacción de la revista Poesía, donde también publica sus propios textos y gestiona las colaboraciones de nuevos poetas.
Más recientemente se incorporó a la Dirección de Medios de la Universidad de Carabobo, como corrector del semanario Tiempo Universitario. Y en la actualidad es coordinador de Relaciones Institucionales de la Feria Internacional del Libro. «Filuc es otra de mis moradas permanentes: lo fue en mi época estudiantil, como visitante entusiasta, y lo es ahora como integrante del Comité Organizador.»
TERCER PAISAJE
La vocación es una rareza que se mueve atraída por una fascinación magnética. Aunque no siempre ocurre, hay rasgos que se muestran prematuramente, entre el misterio y el asomo de ciertas conductas.
«Mi temperamento tiende al ensimismamiento. En mi infancia tuve pocos amigos, quizás porque la soledad, la timidez o el temor al rechazo dominaban la escena. Eso explica por qué me conformaba con la contemplación. Esa actitud se mantiene en el bachillerato, aunque como todo adolescente quería formar parte de algo. Tuve que vencer el miedo, ir en contra de hábitos que tenía muy arraigados, hasta confrontarme conmigo mismo.»
«La literatura propició el diálogo, el vínculo interpersonal, emocional, fraterno o amoroso con los demás. La lectura solitaria, en diálogo secreto con las obras, con los textos, con los autores, se convirtió en el puente de relación con los otros. Por su intermedio encontré los modos para canalizar y dar respuesta a mis indecisiones e inquietudes. Se podría decir que con la poesía, ese yo intransigente, solitario, sedentario, se transformó. Sentí que había conseguido un traje a la medida. Un cuerpo que podía habitar sin sentir miedo. De pronto tenía un lugar, un punto de vista, con el cual enfrentarme al mundo, para ponderar la realidad con más lucidez.»
«Escribir me inquieta; no es algo placentero. Escribir poesía es algo que me sobresalta. Mis libros se gestan con lentitud. Soy de los que convive con el poema por mucho tiempo, hasta su publicación. Comparto la expresión de Paul Valery de que “el poema se abandona; no se termina”. Para mí, cuando el libro se convierte en objeto de lectura, ya le pertenece a otro. Confronta la escritura con mucha paciencia. Y someto el poema a muchos filtros: reposo, corrección, confrontación, olvido.»
«Tengo un hábito natural, que puede bordear lo patológico, de fijación, de observación. Fijo la atención en los objetos para desconstruirlos, para desarmarlos. Giro en torno al objeto, y a través de él indago sobre sus posibilidades veladas. Cuando escribo un texto poético, le otorgo a ese objeto una historia, unos antecedentes. Los instantes aparentemente insignificantes, baladíes, absurdos, obvios o que no merecen ser reseñados, son precisamente los que más me interesan.»
«Hay un elemento del que estoy consciente, que es la necesidad de distanciarme del objeto, de lo que el ojo ve. Por ello apelo al yo lírico, a la primera persona, que también puede derivar en segunda o tercera persona. Voy hacia un nosotros que invite al lector a observar conmigo. Esta característica, visible en poemas como “Decapitación” o “Dócil”, ambos recogidos en Pasajero, me ha sido útil para abordar temas ásperos como la violencia de género, la violación, el asesinato, y todo a través de una mirada forense del cuerpo.»
«Echo mano de distintos géneros discursivos, como la narración o la descripción, vinculando mis poemas con el relato, permitiendo que sean objetos permeables que se ofrezcan como espacios de convivencia con otros discursos. Busco un efecto, una reacción, una complicidad con el lector, que sea capaz de producir asociaciones distintas e, incluso, contrarias.»
«Si bien es cierto que en el texto poético circula savia y sangre, asociadas a referentes autobiográficos que son esenciales, es bueno tener en cuenta que no deja de ser un discurso compuesto de palabras. Por eso cuido el hecho lingüístico en su aspecto formal, en su limpieza discursiva. Tengo una exigencia, o casi una obsesión, con cada cosa que escribo.»
La poesía se ha convertido para Néstor en un puente por el que ha llegado a escritores que son importantes referencias en su trabajo. Todos, más cercanos o más lejanos, lo han ayudado a modelar su concepción de la poesía, la urdimbre del texto. Tiene presentes a grandes poetas iberoamericanos como César Vallejo, Antonio Machado, Francisco Brines, Antonio Gamoneda, Blanca Varela, José Watanabe y Francisco José Cruz. Y entre los más cercanos cuenta con Juan Calzadilla, Enriqueta Arvelo Larriva, Ramón Palomares, María Teresa Ogliastri, Edda Armas y Luis Enrique Belmonte.
Con Geraudí González, su esposa.
CUARTO PAISAJE
Su primer libro publicado fue Ombligo para esta noche, en 2007. Es un texto que se desprende del trabajo desarrollado en los talleres literarios. Recoge poemas escritos antes de los veinte años. «Es un libro del que suelo hablar poco, porque lo considero un libro inicial.»
Luego publica Andamios, en 2012, con el que recibe el IV Premio Universitario de Literatura, mención Poesía. «Andamios lo escribo tras un período de vida lleno de dificultades de todo tipo. Suelo aprender más de los momentos difíciles que de los celebratorios. Quizás con un tono nostálgico, el libro recorre los entornos familiares, los espacios de Mariara, las intimidades del hogar. Tiene algo de retrato de infancia, con episodios vividos con mis hermanos y mis padres.»
«El poeta cubano Lezama Lima hablaba de la sobrenaturaleza, con la que podemos repoblar el paisaje perdido a través de la imagen. La infancia ya no está, como no están los árboles, pero mediante la imagen poética podemos rescatar esos espacios. Podemos lograr que nuestros familiares fallecidos, los árboles talados, los amigos que se han ido, las vivencias pasadas, pervivan y nos permitan recuperar los paraísos perdidos.»
La lectura del libro se comprende más cabalmente bajo el influjo de los poemas de José Watanabe, a quien agradece haberlo ayudado a encauzar su voz. Con él descubrió la obsesión por el instante, la observación plena de la evidencia que hay detrás de cada cosa, por pequeña que sea, la necesidad de abandonar ese cómodo yo lírico y cambiar de perspectiva.
En 2015 publicó Pasajero, que de alguna manera aborda la cotidianidad del poeta. En estos textos, las visiones particulares se transfiguran en acercamientos emocionales hacia objetos y personas. «Fijamos recuerdos, incluso para otros. Luchamos contra la desmemoria, contra el olvido. Nos detenemos en los espacios físicos para intentar que permanezcan en la escritura. El lector podrá sentir que también fueron significativos para el emisor.»
Otro hecho digno de ser destacado en Pasajero es el uso de dos «viejos moldes estróficos», como los llama el poeta Francisco José Cruz en la contraportada del libro: la sextina y la cuaderna vía. «Octavio Paz comenta en su ensayo “La tradición de la ruptura” que poetas como Dante y Petrarca pueden ser nuestros contemporáneos. Esta apreciación de Paz me ha servido para sustentar cómo en la llamada poesía tradicional podemos encontrar infinidad de recursos técnicos, estróficos, métricos, rítmicos, que pueden activarse en la actualidad.»
Estas composiciones poéticas creadas en el siglo XII y en el siglo XIII, respectivamente, hoy vistas como estructuras arcaicas o en desuso, le han abierto nuevas posibilidades a Néstor.
«Debemos recordar que poetas contemporáneos como Jaime Gil de Biedma, Ezra Pound, W. H Auden, o el peruano Carlos Germán Belli, escribieron sextinas. En Venezuela tenemos un caso singular: el libro Sextinario de Ana Nuño, que combina poética, poemario y un recorrido antológico que se inicia en la Edad Media.»
«Estos moldes estróficos me interesaron mucho. Me puse a estudiarlos y a ensayar su escritura. La exploración me abrió nuevas posibilidades técnicas: versos endecasílabos en la sextina y versos alejandrinos en la cuaderna vía. Pasajero transita del verso libre a estas estructuras que la generalidad de los lectores desconoce. Y más que acto de provocación o de desconcierto, se trata de revitalizar la sorpresa en la lectura del poema.»
«El ensayo me proporciona una seguridad que no me da la escritura poética. Es más, creo que en los ensayos tengo una mayor actitud celebratoria. Hay exigencia, rigor, pero también mayor libertad. Guillermo Sucre, Mariano Picón Salas, Alejandro Oliveros, Rafael Castillo Zapata, Luis Moreno Villamediana, Adalber Salas, son algunos de los que están en mis referentes.»
Sus poemas han sido incluidos en las antologías 102 poetas jamming (2014) y Destinos portátiles, muestra de poesía venezolana reciente (2015). En 2016 quedó como finalista del I Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, con el libro Díptico del laberinto.
Otras iniciativas en las que trabaja tienen que ver con promoción o difusión literaria por medios diversos. En su blog «La Antorcha» compila material ensayístico, reseñas de libros de poesía y entrevistas. En la iniciativa «La tertulia de las 6» se propone acercar a artistas y escritores mediante foros y discusiones. Con «El Taller blanco» se propone desarrollar una plataforma editorial para jóvenes poetas y narradores.
QUINTO PAISAJE
«Cuando una sociedad entra en crisis, el primer síntoma de decadencia es el lenguaje. Hemos llegado a los límites de la mendicidad, de la infamia, del envilecimiento, del agotamiento, de la trivialización, de la satanización de las palabras. Venezuela tiene la apariencia de un bosque deforestado, pues a la decadencia económica se le ha agregado la expropiación del lenguaje.»
«Creo en la poesía como un antídoto. Quiero verme dentro de diez años completando las iniciativas que he comenzado ahora, pero con un país en modo de diálogo. No quiero sentirme un extranjero.» ●
Cartografía
El mar le dio una mordida
a la cartografía de mi país.
Dejó bordes
desiguales en la tierra, dejó
ciudades con forma de sombrero,
costas hechas con trazo nervioso y estrías.
El agua de la orilla siempre
es noble con los niños,
es un mar distinto,
sin aguas violentas.
El sol justo encima,
y lo oculto con el pulgar.
Lo parto.
Ahora tengo dos soles para compartir.
El sol es riguroso:
a esta hora
importa más el sudor que los abrazos.
Cielo despejado, el cuerpo boca arriba,
toda la arena metida en el pantalón.
Las olas agitan barcos
con banderas que no reconozco.
Tanta gente que pasa,
buscando más bronce en sus pieles,
un color metálico para tapar la palidez
y hacerla menos extranjera.
Solo tengo una mirada sencilla, miedosa,
para este paisaje,
y la sensación de un vidrio que me separa,
una tela, una malla, no sé.
[ De Pasajero ]
RAFAEL SIMÓN HURTADO. VALENCIA, 1958
Comunicador social, editor y escritor. Ha publicado
Todo el tiempo en la memoria
y Leyendas a pie de imagen: Croquis
para una ciudad. Es Premio Nacional
de Periodismo Científico.
JOSÉ ANTONIO ROSALES CHIRGUA, 1956
Diplomado en Fotografía en la Escuela de Arte Ramón
Zapata. Fotoperiodista de la Universidad
de Carabobo. Ha colaborado con las
revistas Laberinto de papel y A ciencia
cierta. Miembro del Círculo de Reporteros
Gráficos de Venezuela y de la Federación
Internacional de Periodistas (FIP).
TEXTO RAFAEL SIMÓN HURTADO | FOTOS JOSÉ ANTONIO ROSALES
Fuente: Nuevos país de las letras (Ediciones Banesco/Artesanogroup)
Su primer encuentro con la literatura estuvo más cerca del cuento y la novela, pero fue la poesía la que se terminó de imponer en Néstor Mendoza. Sentía que la forma de canalizar, de dar respuesta a indecisiones e inquietudes, era única, inimitable. Esa emisión solitaria, si bien le mostraba a Néstor una invocación sin privilegios, también lo ayudaba a vencer aquella voz tímida que le impedía revelar su intimidad. Desde el inicio, buscó escribir «poemas silenciosos, escritos desde la humildad». El milagro de las palabras iba contribuyendo a su reafirmación personal.
Sus primeros acercamientos al arte los hizo a través del dibujo.
«Representaba mediante trazos simples a mis padres, a mis tías, a la naturaleza que me rodeaba. Me sentaba en un rincón de la casa y veía a mi madre cuando cosía, o a mi padre cuando compartía con mis tíos en el patio. Yo trataba de fijar un recuerdo, una emoción.» Esta inquietud, que cultivó entre los cinco y diez años, fue el inicio de lo que luego sería la vocación literaria. Octavio Paz hubiera llamado esas pulsiones «la consagración del instante».
PRIMER PAISAJE
Su infancia remite a una población quieta y silente, enclavada entre la serranía montañosa del Parque Henri Pittier y el lago de Valencia. Mariara es una de esas comunidades en cuya modestia se esconden testimonios históricos y auténticas reliquias. Allí se crio Néstor, en el sector El Carmen, cerca de la plaza Bolívar, al amparo de una familia integrada por su padre, Néstor Mendoza, y su madre, María Hernández. Cuenta también con tres hermanos.
Su padre ejerció los oficios de herrero y chofer. Su madre es ama de casa, repostera y costurera. «De mi padre recibí la responsabilidad. A su manera, veló por todos sus hijos. Cuando nos enfermábamos, recuerdo que nos llevaba cargados al baño, para bajarnos la fiebre en poncheras llenas de agua. De mi madre guardo la sencillez, la humildad, el amor incondicional. Mucho de lo que soy se lo debo a ella. Es una mujer sencilla, que odia la mentira, que está dispuesta a perdonar a quienes han faltado. Su paciencia y su sensatez son providenciales. Mi temperamento viene de allí.»
«Mis juguetes eran mis hermanos. Siendo niños, todos cabalgábamos un árbol de semeruco con ayuda de la imaginación. La mayor es Norelys y el menor Rubén. Yo soy el del medio, junto a mi hermana gemela, Griselda. Obviamente con ella guardo un vínculo muy especial, que es difícil de explicar. No tiene que ver solamente con que uno quiera o ame más a un hermano que a otro, sino con un hecho de gestación, de haber estado en el mismo vientre, de haber compartido la misma placenta, jugando juntos desde antes de nacer. Es una relación distinta a la que tengo con mis otros hermanos. Cuando estábamos muy pequeños, compartíamos hasta los mismos amigos imaginarios. Los veíamos y nos divertíamos con ellos. Imaginábamos su estatura, su color de piel, su forma de vestir. Creíamos ver al mismo amigo. En aquellos juegos con Griselda éramos tres: ella, yo y el amigo imaginario.»
«Con mi primera hermana, en cambio, quizás por los años de diferencia, la distancia es mayor. Ella fue hija única durante ocho años, y obviamente eso le permitió desarrollar mucha autonomía, que luego marcó todas sus decisiones. Siempre ha habido un vínculo cordial, en medio de la natural autoridad y severidad que tienen los hermanos mayores. Por último, está mi hermano menor, que es muy distinto a mí, pues mientras yo soy reservado, él es más resuelto. Tiene habilidades manuales que heredó de mi padre.»
«Cada vez que publico un libro o en ocasión de algún premio literario, mi familia se emociona mucho. Las noticias de mis logros resuenan en toda la casa. Cuando apareció Andamios hubo una alegría unánime.»
SEGUNDO PAISAJE
Aunque Mariara es una población del estado Carabobo, su cercanía con Maracay propicia que sus habitantes se desplacen con frecuencia en demanda de servicios. A esta relación entre ciudades fronterizas recurrieron los padres de Néstor para que su madre lo trajera al mundo en un servicio de maternidad de Maracay. El tiempo ha transcurrido para que el joven haya cultivado amistades y establecido relaciones que lo marcaron de por vida.
«Desde 2006 hasta 2010, formé parte del Taller Literario “Hojas Sueltas” de Mariara, dictado por el poeta Antonio González Lira. Durante sesiones vespertinas, leíamos textos de teoría poética y de poesía venezolana, latinoamericana y europea. Entre ellos, a los cubanos del grupo “Orígenes”, Lezama Lima y Eliseo Diego; también a Fernando Pessoa, T. S. Eliot. Luego, de la mano del poeta Alberto Hernández, publiqué en el suplemento cultural “Contenido” del diario El Periodiquito de Maracay. Allí aparecieron mis primeros ensayos y reseñas sobre poetas venezolanos.»
En el curso de sus estudios de bachillerato en Mariara, ya se habían generado los primeros nexos de reconocimiento de figuras clásicas, como Lope de Vega u Homero, pero todavía la vocación poética no se encauzaba debidamente… hasta que se produjo un deslumbramiento.
«Sin la Universidad de Carabobo, mi vida hubiese sido distinta. Entrar allí con diecisiete años, me abrió un abanico exuberante de posibilidades. En esa etapa sí puedo admitir que descubrí la literatura. Encontré cauce para mi inquietud por el hecho literario, poético. Mi acercamiento a ciertas asignaturas de la carrera de Educación, mi aproximación a las publicaciones del Departamento de Literatura, asistir a la presentación de libros y revistas… todo eso fue decisivo. A aquellos encuentros iniciales en los talleres de Mariara, se añadieron estas nuevas experiencias que me hicieron ver con otros ojos lo que había leído en bachillerato de manera incipiente. Comprendí que las lecturas que había hecho hasta ese momento, no habían sido asimiladas con entera conciencia. Eso me llevó a releer a muchos autores, como Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Rubén Darío, Pablo Neruda. Buscaba hallar mayor intensidad a mi propia experiencia de escritura. Me volqué a leer ávidamente poesía y a escribir mucho.»
En la Universidad conoció a la profesora de filosofía Marelis Loreto Amoretti, quien lo estimuló a indagar en la escritura crítica. Se incorporó a la agrupación «Litterae ad Portam», grupo de poetas y artistas plásticos que fomentaban las inquietudes creadoras. Asistió a los talleres de poesía de Adhely Rivero, quien para entonces era el jefe del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo.
Por gestiones propias del poeta Rivero, Néstor publicó en 2007 su primer libro: Ombligo para esta noche. La vida universitaria también tuvo repercusiones en el plano amoroso, pues allí conoció a Geraudí González, profesora de Módulos de Cultura, quien finalmente se convertiría en su esposa. En esos Módulos leyó mucha poesía venezolana del siglo XX: Vicente Gerbasi, Ramón Palomares, Gustavo Pereira. La profesora González también solía invitar a poetas, narradores y ensayistas de la universidad y de la región valenciana. La práctica le permitió conocer a escritores como Orlando Chirinos, Víctor Manuel Pinto y María Narea, entre otros.
«Leer y conocer a los creadores directamente, me enseñó que la pulcritud de un texto leído puede verse afectada por muchos factores. Comprendí que el texto literario es una representación autónoma, pues una vez que se desprende de las manos del autor, adquiere una suerte de soberanía. Ya liberado, y dependiendo de su evolución en el tiempo, un texto puede ser rechazado, ignorado, recordado o venerado.»
Poco después unos contactos lo llevaron a relacionarse con los editores de la legendaria revista Poesía, mascarón de proa de las publicaciones literarias de la Universidad de Carabobo.
Su lectura le brindó la ocasión de admirar la poesía y la prosa de Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros y Reynaldo Pérez Só, a quienes Néstor considera una trinidad poética. La publicación también lo puso en conocimiento de poetas como Paul Celan, W. H. Auden, Giuseppe Ungaretti, Saint-John Perse, José Emilio Pacheco, Raúl Gustavo Aguirre y Antonio Gamoneda. La lectura de poesía y ensayos sobre teoría poética de esos años marcaron definitivamente su formación.
Hoy forma parte del equipo de redacción de la revista Poesía, donde también publica sus propios textos y gestiona las colaboraciones de nuevos poetas.
Más recientemente se incorporó a la Dirección de Medios de la Universidad de Carabobo, como corrector del semanario Tiempo Universitario. Y en la actualidad es coordinador de Relaciones Institucionales de la Feria Internacional del Libro. «Filuc es otra de mis moradas permanentes: lo fue en mi época estudiantil, como visitante entusiasta, y lo es ahora como integrante del Comité Organizador.»
TERCER PAISAJE
La vocación es una rareza que se mueve atraída por una fascinación magnética. Aunque no siempre ocurre, hay rasgos que se muestran prematuramente, entre el misterio y el asomo de ciertas conductas.
«Mi temperamento tiende al ensimismamiento. En mi infancia tuve pocos amigos, quizás porque la soledad, la timidez o el temor al rechazo dominaban la escena. Eso explica por qué me conformaba con la contemplación. Esa actitud se mantiene en el bachillerato, aunque como todo adolescente quería formar parte de algo. Tuve que vencer el miedo, ir en contra de hábitos que tenía muy arraigados, hasta confrontarme conmigo mismo.»
«La literatura propició el diálogo, el vínculo interpersonal, emocional, fraterno o amoroso con los demás. La lectura solitaria, en diálogo secreto con las obras, con los textos, con los autores, se convirtió en el puente de relación con los otros. Por su intermedio encontré los modos para canalizar y dar respuesta a mis indecisiones e inquietudes. Se podría decir que con la poesía, ese yo intransigente, solitario, sedentario, se transformó. Sentí que había conseguido un traje a la medida. Un cuerpo que podía habitar sin sentir miedo. De pronto tenía un lugar, un punto de vista, con el cual enfrentarme al mundo, para ponderar la realidad con más lucidez.»
«Escribir me inquieta; no es algo placentero. Escribir poesía es algo que me sobresalta. Mis libros se gestan con lentitud. Soy de los que convive con el poema por mucho tiempo, hasta su publicación. Comparto la expresión de Paul Valery de que “el poema se abandona; no se termina”. Para mí, cuando el libro se convierte en objeto de lectura, ya le pertenece a otro. Confronta la escritura con mucha paciencia. Y someto el poema a muchos filtros: reposo, corrección, confrontación, olvido.»
«Tengo un hábito natural, que puede bordear lo patológico, de fijación, de observación. Fijo la atención en los objetos para desconstruirlos, para desarmarlos. Giro en torno al objeto, y a través de él indago sobre sus posibilidades veladas. Cuando escribo un texto poético, le otorgo a ese objeto una historia, unos antecedentes. Los instantes aparentemente insignificantes, baladíes, absurdos, obvios o que no merecen ser reseñados, son precisamente los que más me interesan.»
«Hay un elemento del que estoy consciente, que es la necesidad de distanciarme del objeto, de lo que el ojo ve. Por ello apelo al yo lírico, a la primera persona, que también puede derivar en segunda o tercera persona. Voy hacia un nosotros que invite al lector a observar conmigo. Esta característica, visible en poemas como “Decapitación” o “Dócil”, ambos recogidos en Pasajero, me ha sido útil para abordar temas ásperos como la violencia de género, la violación, el asesinato, y todo a través de una mirada forense del cuerpo.»
«Echo mano de distintos géneros discursivos, como la narración o la descripción, vinculando mis poemas con el relato, permitiendo que sean objetos permeables que se ofrezcan como espacios de convivencia con otros discursos. Busco un efecto, una reacción, una complicidad con el lector, que sea capaz de producir asociaciones distintas e, incluso, contrarias.»
«Si bien es cierto que en el texto poético circula savia y sangre, asociadas a referentes autobiográficos que son esenciales, es bueno tener en cuenta que no deja de ser un discurso compuesto de palabras. Por eso cuido el hecho lingüístico en su aspecto formal, en su limpieza discursiva. Tengo una exigencia, o casi una obsesión, con cada cosa que escribo.»
La poesía se ha convertido para Néstor en un puente por el que ha llegado a escritores que son importantes referencias en su trabajo. Todos, más cercanos o más lejanos, lo han ayudado a modelar su concepción de la poesía, la urdimbre del texto. Tiene presentes a grandes poetas iberoamericanos como César Vallejo, Antonio Machado, Francisco Brines, Antonio Gamoneda, Blanca Varela, José Watanabe y Francisco José Cruz. Y entre los más cercanos cuenta con Juan Calzadilla, Enriqueta Arvelo Larriva, Ramón Palomares, María Teresa Ogliastri, Edda Armas y Luis Enrique Belmonte.
Con Geraudí González, su esposa.
CUARTO PAISAJE
Su primer libro publicado fue Ombligo para esta noche, en 2007. Es un texto que se desprende del trabajo desarrollado en los talleres literarios. Recoge poemas escritos antes de los veinte años. «Es un libro del que suelo hablar poco, porque lo considero un libro inicial.»
Luego publica Andamios, en 2012, con el que recibe el IV Premio Universitario de Literatura, mención Poesía. «Andamios lo escribo tras un período de vida lleno de dificultades de todo tipo. Suelo aprender más de los momentos difíciles que de los celebratorios. Quizás con un tono nostálgico, el libro recorre los entornos familiares, los espacios de Mariara, las intimidades del hogar. Tiene algo de retrato de infancia, con episodios vividos con mis hermanos y mis padres.»
«El poeta cubano Lezama Lima hablaba de la sobrenaturaleza, con la que podemos repoblar el paisaje perdido a través de la imagen. La infancia ya no está, como no están los árboles, pero mediante la imagen poética podemos rescatar esos espacios. Podemos lograr que nuestros familiares fallecidos, los árboles talados, los amigos que se han ido, las vivencias pasadas, pervivan y nos permitan recuperar los paraísos perdidos.»
La lectura del libro se comprende más cabalmente bajo el influjo de los poemas de José Watanabe, a quien agradece haberlo ayudado a encauzar su voz. Con él descubrió la obsesión por el instante, la observación plena de la evidencia que hay detrás de cada cosa, por pequeña que sea, la necesidad de abandonar ese cómodo yo lírico y cambiar de perspectiva.
En 2015 publicó Pasajero, que de alguna manera aborda la cotidianidad del poeta. En estos textos, las visiones particulares se transfiguran en acercamientos emocionales hacia objetos y personas. «Fijamos recuerdos, incluso para otros. Luchamos contra la desmemoria, contra el olvido. Nos detenemos en los espacios físicos para intentar que permanezcan en la escritura. El lector podrá sentir que también fueron significativos para el emisor.»
Otro hecho digno de ser destacado en Pasajero es el uso de dos «viejos moldes estróficos», como los llama el poeta Francisco José Cruz en la contraportada del libro: la sextina y la cuaderna vía. «Octavio Paz comenta en su ensayo “La tradición de la ruptura” que poetas como Dante y Petrarca pueden ser nuestros contemporáneos. Esta apreciación de Paz me ha servido para sustentar cómo en la llamada poesía tradicional podemos encontrar infinidad de recursos técnicos, estróficos, métricos, rítmicos, que pueden activarse en la actualidad.»
Estas composiciones poéticas creadas en el siglo XII y en el siglo XIII, respectivamente, hoy vistas como estructuras arcaicas o en desuso, le han abierto nuevas posibilidades a Néstor.
«Debemos recordar que poetas contemporáneos como Jaime Gil de Biedma, Ezra Pound, W. H Auden, o el peruano Carlos Germán Belli, escribieron sextinas. En Venezuela tenemos un caso singular: el libro Sextinario de Ana Nuño, que combina poética, poemario y un recorrido antológico que se inicia en la Edad Media.»
«Estos moldes estróficos me interesaron mucho. Me puse a estudiarlos y a ensayar su escritura. La exploración me abrió nuevas posibilidades técnicas: versos endecasílabos en la sextina y versos alejandrinos en la cuaderna vía. Pasajero transita del verso libre a estas estructuras que la generalidad de los lectores desconoce. Y más que acto de provocación o de desconcierto, se trata de revitalizar la sorpresa en la lectura del poema.»
«El ensayo me proporciona una seguridad que no me da la escritura poética. Es más, creo que en los ensayos tengo una mayor actitud celebratoria. Hay exigencia, rigor, pero también mayor libertad. Guillermo Sucre, Mariano Picón Salas, Alejandro Oliveros, Rafael Castillo Zapata, Luis Moreno Villamediana, Adalber Salas, son algunos de los que están en mis referentes.»
Sus poemas han sido incluidos en las antologías 102 poetas jamming (2014) y Destinos portátiles, muestra de poesía venezolana reciente (2015). En 2016 quedó como finalista del I Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, con el libro Díptico del laberinto.
Otras iniciativas en las que trabaja tienen que ver con promoción o difusión literaria por medios diversos. En su blog «La Antorcha» compila material ensayístico, reseñas de libros de poesía y entrevistas. En la iniciativa «La tertulia de las 6» se propone acercar a artistas y escritores mediante foros y discusiones. Con «El Taller blanco» se propone desarrollar una plataforma editorial para jóvenes poetas y narradores.
QUINTO PAISAJE
«Cuando una sociedad entra en crisis, el primer síntoma de decadencia es el lenguaje. Hemos llegado a los límites de la mendicidad, de la infamia, del envilecimiento, del agotamiento, de la trivialización, de la satanización de las palabras. Venezuela tiene la apariencia de un bosque deforestado, pues a la decadencia económica se le ha agregado la expropiación del lenguaje.»
«Creo en la poesía como un antídoto. Quiero verme dentro de diez años completando las iniciativas que he comenzado ahora, pero con un país en modo de diálogo. No quiero sentirme un extranjero.» ●
Cartografía
El mar le dio una mordida
a la cartografía de mi país.
Dejó bordes
desiguales en la tierra, dejó
ciudades con forma de sombrero,
costas hechas con trazo nervioso y estrías.
El agua de la orilla siempre
es noble con los niños,
es un mar distinto,
sin aguas violentas.
El sol justo encima,
y lo oculto con el pulgar.
Lo parto.
Ahora tengo dos soles para compartir.
El sol es riguroso:
a esta hora
importa más el sudor que los abrazos.
Cielo despejado, el cuerpo boca arriba,
toda la arena metida en el pantalón.
Las olas agitan barcos
con banderas que no reconozco.
Tanta gente que pasa,
buscando más bronce en sus pieles,
un color metálico para tapar la palidez
y hacerla menos extranjera.
Solo tengo una mirada sencilla, miedosa,
para este paisaje,
y la sensación de un vidrio que me separa,
una tela, una malla, no sé.
[ De Pasajero ]
RAFAEL SIMÓN HURTADO. VALENCIA, 1958
Comunicador social, editor y escritor. Ha publicado
Todo el tiempo en la memoria
y Leyendas a pie de imagen: Croquis
para una ciudad. Es Premio Nacional
de Periodismo Científico.
JOSÉ ANTONIO ROSALES CHIRGUA, 1956
Diplomado en Fotografía en la Escuela de Arte Ramón
Zapata. Fotoperiodista de la Universidad
de Carabobo. Ha colaborado con las
revistas Laberinto de papel y A ciencia
cierta. Miembro del Círculo de Reporteros
Gráficos de Venezuela y de la Federación
Internacional de Periodistas (FIP).
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
viernes, 7 de julio de 2017
María Teresa Boulton: “Nueva York no es una ciudad para el amor”
Rafael Simón Hurtado
En el artículo “El Retrato en la Fotografía Venezolana”, de María Teresa Boulton se lee: “En lo sucesivo viviremos mirando el rostro del otro, de los ojos que nos miran y en los cuales nos miramos; así sabremos la bondad o la dureza con que el mundo nos saluda”.
He aquí su ars fotográfica, la esencia de su creación, su interés por el espectador, por el objeto o el sujeto retratado, y la fotografía como fuente eterna de esperanza y de representación humana.
Cualquiera de sus imágenes es una imagen de su mirada. De esa mirada azul que lo cubre todo con sus vínculos afectivos, con lo esencial y lo aparente, con lo individual y lo colectivo; y con lo cual edifica una identidad en donde se cruza su particular noción de lo que se desea ser y de lo que es en función de la realidad.
En sus fotografías se entrecruzan nuestra mirada, la mirada de las personas reflejadas, y su propia mirada, que al imponerse con su civilización, su gusto y su genio, nos procura el develamiento de esa bondad o esa dureza con que el mundo nos abraza, mediante el asombro, el amor, la armonía, la vergüenza, la injusticia, la lucidez o la libertad.
“La imagen, dice María Teresa, consolida la identidad, sin ella no hay existencia”.
Mediante ella recordamos el pasado, visualizamos el presente, vislumbramos el futuro, transformamos el pensamiento y la idea en la materia con la cual damos cuerpo a nuestra presencia; y exorcizamos a la muerte, pues en la fotografía el ser humano gana la opulencia de la resurrección.
Henri Cartier-Bresson decía que “la fotografía es el impulso espontáneo correspondiente a una atención visual perpetua que capta el instante y su eternidad”. Y aunque inmediata, la fotografía es un acto de meditación con el cual se atrapa la infinitud.
Pienso, por ejemplo en la foto del hombre con el taco de billar, que congelado sobre la media luna blanca en el centro de la mesa, demora el golpe de su inmortalidad.
María Teresa recoge lo que está dentro de nosotros, haciendo que el retrato de esa interioridad se torne memoria colectiva.
Las palabras como eco
Y para lograr un efecto de eco, acompaña las imágenes con lo que se conoce regularmente como leyendas, con lo cual incorpora a la fotografía en la literaturalización de las relaciones de la vida, según Walter Benjamin.
Aunque esta no es una práctica común en todos los fotógrafos de arte, su uso, como complemento de la imagen, es para algunos fotógrafos una necesidad con la que se completa la reflexión de los aspectos relevantes y las consecuencias inmediatas de su quehacer diario.
Hoy en día la revolución digital de la fotografía, -el desuso del negativo, las nuevas técnicas para el procesamiento de las imágenes, los avances recientes en los sistemas de transmisión-, han dado un giro a las formas de hacer y contemplar la imagen.
Y como ese giro se produce en la mayoría de los casos de forma autodidacta, a través del desembarco diario de imágenes, el vértigo de la nueva “alfabetización” nos deja sin la posibilidad de una reflexión sosegada.
De allí la importancia de la actualización del valor de las leyendas propuestas por María Teresa, que fungen como amarras de un sentido concreto para cada imagen y para todo el conjunto.
Para ella es importante lo que la foto puede decir por sí misma, pero a esa autonomía la autora le añade una “ilusión de diario”, con la que la fotografía adquiere un significado flexible, espontáneo, polisémico y diverso, aunque susceptible de históricas precisiones; pues como ella misma apunta: “Las experiencias con el tiempo se modifican y sufren distintas interpretaciones”.
Así, estas leyendas, que van desde el registro básico de hechos observados en la fotografía, hasta el recurso central de breves historias, le otorgan “un contexto verbal a las imágenes”, que detienen o amplifican su sentido, agregando el valor de historias añadidas.
Diarias anotaciones
Aunque estas fotografías de María Teresa Boulton no son, en estricto sentido, un diario, pues no suceden en un espacio absolutamente íntimo, alejado de las convenciones narrativas privadas y del escrutinio del juicio público, permite a la fotógrafa dar voz, sin reservas, a una experiencia personal y vital.
En estas fotografías, que abarcan su estadía en Nueva York en 1983 y 1985, hay un registro de su cotidianidad, que nos permiten situar a su autora dentro de un marco de tiempo y espacio durante un período reconocible de su contemporaneidad y de la ciudad en la que habita.
Es un período que muestra sus “experiencias” en una urbe que a su arribo le pareció “enorme, curiosa, ácida, cruda, extraña, provocativa, extravagante, deslumbrante”, y en donde buscó “transitar de otra manera”.
Las imágenes le sirven a María Teresa para expresar la relación viva que se dio entre ella, como autora, como protagonista, y también como testigo de la realidad que le correspondió vivir, dejando un testimonio subjetivo de los cambios experimentados como ser humano mediante la fotografía.
Pero al contrario del diario íntimo, que se concibe para tener como único destinatario sólo al propio autor, -donde el sujeto se inclina sin restricciones al encuentro consigo mismo-, en las fotografías de María Teresa se retrata una ciudad con sus máscaras públicas en una constante interacción.
Mediante imágenes instantáneas, fragmentarias, introspectivas, flexibles y abiertas a una escala amplia de recursos, la fotografía se produce más bien como un refugio en donde todo tiene cabida, desde panorámicas oscuras de la ciudad, que le sirven para “imaginar, acariciar y sentir”; hasta trozos de calles y rincones secretos que cuentan historias de cansancio, tristeza y deseos apagados.
Del otro lado de la moneda, su contraparte son las habitaciones familiares de una ciudad más humana, en cuyos cuartos la amistad y la familia se encuentran. También hay espacio para las reflexiones vivenciales, políticas y filosóficas: “Nueva York no es una ciudad para el amor”. Así, el diario íntimo se construye como un espacio de libertad.
Son fotografías que funcionan como examen de conciencia, como vehículos para comunicar sus preocupaciones existenciales, como bitácoras de descubrimiento que la fotógrafa asienta a medida que avanza por el camino de lo desconocido.
La fotografía le permite salir del umbral del ocultamiento, de la privacidad, y con su contenido recuperar y elevar la voz de una experiencia individual. La observación y la confesión que resultan, se ponen al servicio de ese personal descubrimiento, quedando delineado el pensamiento de una mujer que decidió abrirse paso “arañando las heladas paredes de los edificios” a través de una ciudad de rascacielos cruentos y fríos, humanizados por la fotografía.
Pero no nos engañemos: no es un diario feminista, ni político, ni filosófico. Es un diario en el que todas las referencias se subsumen en el retrato de un período crucial de la vida cotidiana de María Teresa Boulton, en donde no ocurre otra cosa que no sea la vida.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
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