miércoles, 28 de diciembre de 2011
Buena Fe / Sabina- La Canción mas Hermosa del Mundo- La Habana le canta ...
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
TAN JOVEN Y TAN VIEJO- CARLOS VARELA Homenaje: "La Habana le Canta a Sab...
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
martes, 27 de diciembre de 2011
Joaquin Sabina y Pablo Milanes - La cancion mas hermosa del mundo
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
Tan joven y tan viejo - Joaquín Sabina
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
lunes, 12 de diciembre de 2011
Víctor Hernández: La Guaira siempre (entrevista)
Fotógrafo Víctor Hernández, autor del libro La Guaira siempre.. Foto de José Antonio Rosales.
En 1999, el fotógrafo Víctor Hernández (Guárico, 1961), tuvo la idea de realizar un calendario de fotografías sobre el patrimonio artístico, arquitectónico y cultural, de La Guaira para celebrar la llegada del año 2000. Para diciembre de ese año, el registro exhaustivo de la costa ya componía un portafolio con cientos de imágenes. Nunca imaginó que la naturaleza le señalaría un nuevo rumbo a su trabajo. Lo que comenzó como un calendario y unas postales para celebrar el arribo del nuevo milenio, culminó como un libro para registrar un drama.
A 15 años de aquellos hechos, la lluvia pone siempre en el recuerdo el desasosiego vivido en la tragedia. Entonces Víctor Hernández nos contó, en una apesadumbrada conversación, lo que fotografió su memoria.
La memoria que borró la lluvia
A Víctor Hernández la imprenta le entregó un libro impreso de luto rígido. Un libro de fotografías que alude a una franja de tierra que serpentea entre el cerro y el mar, y cuyo contenido más terrible es precisamente el antes y el después que, por azar o por destino, captó su cámara. La fotografía usada para la portada de ese libro, y tomada días antes de la tragedia de Vargas, muestra cómo se veía el horizonte de La Guaira antes del 15 de diciembre de 1999.
La tragedia ocurrida en La Guaira ese año, ya había sucedido en otras épocas. Como en una habitación repleta de espejos, la historia volvió a mostrar una catástrofe que se presenta, al parecer, cíclicamente, para expresarse en muertos y desaparecidos. En 1798, en 1938, en 1944, en 1948, en 1951, en 1980 y en 1999, según dice el investigador, Rafael Cartay, en su trabajo Cuando el río suena. Por lo que cabría pensar que la propia fuerza de la lluvia se encargó de borrar toda la memoria que existía.
Una descripción hecha por Humboldt en 1798 parece el calco de lo acontecido en 1999: “Este torrente que, por lo general, no tiene 10 pulgadas de hondo, tuvo, después de sesenta horas de lluvia en las montañas, una creciente extraordinaria, que arrastró troncos de árboles y masas de rocas de un volumen considerable”. (Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente).
Víctor, ¿la gente tenía recuerdos de estos sucesos?
No. No había recuerdos. Durante los primeros días de lluvia este era el tema de conversación, pero nadie recordaba que alguna vez hubiese llovido tanto. Y fue precisamente por esa falta de memoria que la gente construyó en los lechos de los ríos y en los llamados conos de eyección edificaciones de todo tipo. Por esos pisos aluvionales fue eyaculado, con toda la furia de la naturaleza, el material proveniente de unos cerros de pendiente casi vertical.
El día que se rompió la guaira
La Guaira surge como el puerto de una ciudad -Caracas-, fundada unos mil metros más arriba, y lo que le da conexión y continuidad, es precisamente el paisaje, la naturaleza. "La cadena montaña que discurre entre el puerto y el alto Valle de Caracas, se precipita casi verticalmente al mar, y las casas de la ciudad se apoyan en una abrupta muralla de roca. Entre esta muralla y el mar queda un espacio abierto de unos 200 ó 270 metros de anchura", escribe Humboldt en Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente. En esa faja vive La Guaira, una franja "de tierra bendita que separa la montaña del mar", dijo de ella Salvador Garmendia, para quien "el Litoral reunía los sueños urbanos del ciudadano medio. La casa, el apartamento, el club, eran –dice Garmendia- las coberturas de un domingo dichoso". (Fantasías y nostalgias de un ciudadano común. Revista Bigott, No. 54-55)
Calle San Francisco, La Guaira, antes de la tragedia.
Calle San Francisco, La Guaira, después de la tragedia.
Víctor, ¿qué día se rompe para ti el paisaje de La Guaira?
El 15. La parte terrible, brutal comienza el 15. Para mí, de la noche del 15 a la madrugada del 16, se rompe La Guaira, y con ella, el sueño de todos de una casa plantada en lo alto y frente al mar. Desde la nuestra, oíamos los gritos, los que recuerdo muy bien; tal vez, sin quererlo, este haya sido el primer retrato. El cerro, en esa zona, comenzaba a deslizarse. Pensamos en irnos directamente al aeropuerto internacional de Maiquetía o "Simón Bolívar", por dos razones: porque considerábamos que era un sitio seguro, y porque mi suegra y mi cuñada llegaban ese mismo día 15, de Alemania. De esta manera emprendimos la huida, mi esposa, mi hijo y yo. Pudimos salvar algunas pertenencias parte de equipo y fotografías. El viaje hasta el aeropuerto duró siete horas, algunas veces en "cola", otras, caminando, con el barro, literalmente hablando, más arriba de la rodilla. Una vez en el aeropuerto, y habiendo hecho contacto con los familiares que esperábamos, intentamos llegar a Caracas por carretera, pero uno de los túneles -Boquerón II -había sido tapiado por los derrumbes. Tuvimos que regresar, entonces, a un aeropuerto congestionado y en pleno caos. Allí pernoctamos. Al día siguiente, después de un día de mucha tensión, vimos cómo comenzaban a llegar personas totalmente sumergidas en una profunda depresión nerviosa, anonadadas, con el rostro de quien ha experimentado una devastadora emoción. Al fondo, los cerros, eran verdaderas cascadas de tierra roja. Para nuestra fortuna, luego de dirigirmos al aeropuerto nacional, pudimos tomar el último vuelo que salía para Valencia. Una vez en esta ciudad, por fin, pudimos ver el único sol que no habíamos visto en muchos días.
Retratar la propia tragedia
Hoy como nunca, la cultura de la muerte ha pasado a formar parte de nuestra cotidianidad. Los medios de comunicación se han encargado de llegar primero que la guerra, al campo de batalla. Es natural observar a través de la televisión centenares de muertos en el medio oriente, o en una céntrica ciudad norteamericana, luego de la explosión de una gigantesca edificación. En horario estelar vemos cómo el planeta feroz hace estragos de vidas y bienes con sus inundaciones o incendios. La muerte vive en la primera página de los periódicos y en la pantalla de los noticieros estelares.
De esta misma manera, la catástrofe de Vargas dio su cuota de sufrimiento para el consumo global. Importantes medios de comunicación, registraron con profusión la decena de miles de muertos, los incontables damnificados, las casas y los bienes materiales arrasados en un abrir y cerrar de ojos, recordándonos, con énfasis, la fragilidad de todo cuanto existe. Todavía recordamos la imagen -transmitida por un canal nacional, el día 16 de diciembre en la tarde-, de una masa extraordinaria de agua, lodo y rocas, descendiendo y destruyendo a su paso un sólido conjunto de casas. La montaña traicionera se había sacudido su cabellera húmeda, y en edades geológicas, se vino hasta la orilla de la costa, sepultando a su paso miles de vidas. Ese mes de Navidad, la sacudida del agua arrastró a todos de sus camas, y nos sumió en la oscuridad de un pánico animal y sin consuelo.
Víctor, ¿en qué momento recuperas la lucidez suficiente para tomar las fotografías de la tragedia?
Al llegar a Valencia, la preocupación sólo se centró en pensar si los amigos seguían con vida, si los vecinos habían logrado salir, si todavía teníamos casa. No había cabeza para otra cosa. En ese momento me negué la posibilidad de tomar fotografías sobre la tragedia, aunque lo había pensado. Me parecía un acto de oportunismo, era como aprovecharme de las circunstancias. Y cuando regresé a Vargas, ni siquiera lo pude hacer con el equipo.
En ese instante no me sentía listo para hacer las fotos, porque significaba encontrarme con los ojos desorbitados de mi propia gente. Con la destrucción de una comunidad que había significado mucho para mí, y que apenas, unos días antes, había fotografiado entera. Pensaba en ver caminar a esa gente sobre la ciudad como una bestia sonámbula, sobre los escombros de postes, de casas, de restos de calles. Tenía, más bien, el deseo de borrarlo todo; simplemente, porque tenía miedo. Miedo de retratar lo que, seguramente, era mi propia tragedia. Miedo a descubrir, por ejemplo, que María Fernanda Medina, presidenta de FundaVargas, y quien me había ofrecido todo su apoyo para el proyecto original de fotografías dedicadas a Vargas, había fallecido con toda su familia.
Fue después, mucho después de haber visto la cara del horror, de confrontarme muchas veces con las ruinas; como quien dice, "de hacer estómago", que pude volver a La Guaira a buscar a mis amigos, a saber de mi gente, y fue cuando pude ir con mi cámara a retratar los mismos lugares que hice antes y la gente que sobrevivió al desastre.
Portada del Libro La Guaira siempre, de Víctor Hernández. Ediciones del Consejo Nacional de la Cultura. 2000.
LA GUAIRA SIEMPRE
La Guaira es, como hemos dicho, una faja de costa entre el mar y la montaña. Un pedazo de tierra que se balancea entre el azul y el verde de su sino geográfico. Esa doble circunstancia la ha sometido siempre a grandes contingencias, naturales y humanas.
Como el avatar de 1999, que no ocurría por primera vez. Por el contrario, aquella fue una contingencia repetida a lo largo de más de dos siglos, en jornadas cíclicas de devastación, a las que el pueblo de La Guaira se ha impuesto.
Por lo anterior, Víctor Hernández quiso completar lo que había comenzado el 9 de septiembre de 1999. Y rehízo el guión, aunque persistía la idea original de hacer un trabajo en el que se recogiera todo el patrimonio artístico, arquitectónico y cultural, para dejar un registro, una memoria difícil de soslayar. Pero también era, y es, la necesidad de confiar un testimonio, en forma de libro, con lo que quedó de aquella ciudad retratada, por última vez, unos días antes del naufragio.
El libro está hecho a base de un guión, elaborado por el propio Víctor Hernández, y está narrado a través de imágenes; pero, además, contiene una serie de elementos que simbolizan algo: el blanco y negro de la impresión proporciona homogeneidad y verdad; la portada resume el libro en una sola foto; hay una línea que atraviesa todo el libro, ella y los textos colocados de la mitad hacia abajo, representan la horizontalidad del mar...
Por eso volvió a La Guaira; por eso quiso transitar de nuevo los lugares ya fotografiados. "Estuvo no sólo antes y después, sino adentro y afuera, fue protagonista y testigo". Y como cualquiera de los habitantes que padeció en carne propia la desobediencia de la naturaleza, y sobrevivió, sigue queriendo a La Guaira, pero esta vez, con una fuerza sobrenatural.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Naguanagua
Foto de Rafael Simón Hurtado
Naguanagua es un municipio situado en el estado Carabobo, en Venezuela. Para el año 2008 poseía una población de 144.308 habitantes, aproximadamente, y uno de sus valores más destacados es ser asiento de la Ciudad Universitaria de la Universidad de Carabobo, del Colegio Universitario de Administración y Mercadeo, de la Universidad Nacional Abierta, de la Universidad Nacional Experimental Politécnica de las Fuerzas Armadas y el Colegio Universitario “Padre Isaías Ojeda”, por lo que ha recibido el título de Municipio Universitario.
Los cronistas de la ciudad dicen que su nombre proviene del vocablo indígena Inagoanagoa, que significa “abundancia de aguas”. Hoy, a pesar de que sus ríos languidecen, al poblado lo distingue cierta presencia vegetal cuyos colores se intensifican durante determinadas horas del día.
Al Municipio lo enmarcan, -como en un cajón de vegetación, tierra y piedras-, cerros y serranías. Al norte, la alta cordillera litoral, nos separa del mar; y al este, la Fila de El Trigal y Portachuelo, se enfrentan, como en un reflejo de piedra, en su punto oeste, a los cerros El Café, del Tigre y Cerro Agüeda. Naguanagua tiene un inexplicable encanto.
El escritor chileno Antonio Skármeta, invitado de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo en 2006, me lo hizo saber en el recorrido que hicimos durante tres días, mientras lo acompañaba a asistir a las actividades programadas por FILUC.
-“Rafael Simón, -me dijo-, es posible que a ustedes les ocurra como a nosotros en Santiago de Chile. De tanto ver la ciudad, la perdemos de vista. Naguanagua es un bello lugar, un recipiente de vegetación que puede hacer felices no sólo a quienes la visitan”.
La reacción de contemplación y reconocimiento de la belleza de Naguanagua por Skármeta, fue estimulada por el graznido de una bandada de pericos que dejó sobre aquel cielo transparente, -a finales del mes de octubre del año 2006, a eso de las cinco de la tarde-, un trazo verde de alas.
Antes de entrar al “Centro Comercial Cristal”, que era el lugar en donde se realizaba la feria, Skármeta se detuvo por un momento, y luego de mirar con detenimiento las montañas de Bárbula, sin que hubiese una cámara que registrara el elogio, dijo: “Es bonito este lugar”.
Que el autor de El cartero de Neruda, -que en su casa de Santiago tiene el privilegio de respirar a diario la inmensa pared de la Cordillera de Los Andes-, interrumpiera por un instante su paso para admirar la belleza de nuestra pequeña serranía litoral, no sólo cambió mi percepción de Naguanagua, lugar en donde vivo, sino que me puso a mirar la vida con otros ojos.
Rafael Simón Hurtado. Escritor, periodista. Fue Jefe de Edición de Tiempo Universitario, semanario oficial de la Universidad de Carabobo. Director-editor fundador de las revistas Huella de Tinta, Laberinto de Papel, Saberes Compartidos, los periódicos La Iguana de Tinta y A Ciencia Cierta, y la página cultural Muestras sin retoques. Premio Nacional de Periodismo (2008), Premio Nacional de Literatura Universidad Rafael María Baralt (2016), Premio Municipal de Literatura Ciudad de Valencia, (1990 y 1992). Ha publicado los libros de ficción Todo el tiempo en la memoria y La arrogancia fantasma del escritor invisible y otros cuentos; y de crónicas, Leyendas a pie de imagen: Croquis para una ciudad. Ha hecho estudios de Maestría de Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo.
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