miércoles, 8 de junio de 2011

Los objetos olvidados de Hiroshima (crónica)




Vestido, botellas y caja de comida encontrados en Hiroshima.Fotos de Hiromi Tsuchida.


El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, la bomba lanzada por el avión norteamericano Enola Gay estalló a una altura de 580 metros sobre el centro de Hiroshima, Japón, matando a unas 70.000 personas al instante. La onda expansiva, a unos 6.000 grados de temperatura, no dejó edificio en pie y carbonizó los árboles a 120 kilómetros de distancia. Sobre el cielo de aquella ciudad, al resplandor de una luz blanquecina rosada, acompañado de una trepidación monstruosa, un viento abrasador barrió cuanto encontró a su paso.

Pocos seres humanos sobrevivieron ese día, y los que lo hicieron, en medio del caos y del desconcierto, siguieron caminando, totalmente quemados, con los jirones de la piel colgándoles como ruinas, sedientos e incendiados.

En los años siguientes, la destrucción quedó asociada a las imágenes de edificios arrasados y llanuras llenas de escombros; el retrato de centenares de miles de víctimas sin nombre -convertidas en una cifra estadística escalofriante-, aún no ha podido sobreponerse al asombro.

Al cabo de 66 años, la tragedia continúa dibujándose en un trazo que no acaba de esbozarse. Y nunca acaba de mostrarse del todo, quizá porque el mundo tiene miedo de descubrir lo que hay más allá de la enigmática superficie.

Frente a lo roto y lo disperso, algunos pequeños objetos de aquellos habitantes de Hiroshima, sobrevivieron para mostrar la sorpresa con la que se les fragmentó la cotidianidad. Estos objetos descubren, en un acto de suprema desolación, el amor, las palabras, la memoria de la infancia, el intercambio diario, en una precaria continuidad, amenazada constantemente por la interrupción de la muerte. A la postre, hay que reconocer que esa continuidad anhelada no puede expresarse sino con la muerte misma.

Los objetos más cotidianos son convocados como presencias, para saciar la sed de aquella realidad. Con todo, al singularizarse, adquieren un aire casi irreal, como si quedaran impregnados de la conciencia que los piensa, transformándolos en memoria, en un puente sombrío entre lo vivo y lo muerto.

Trozos esparcidos para armar historias personales; el alma convertida en imagen. La fuerte carga emocional de los objetos, como juguetes, herramientas, utensilios caseros y artículos escolares, se congelan en una nueva explosión, pero imponiéndose como una referencia necesaria: su aparente mudez nos obliga a dudar de nuestra ansia de simetrías y equilibrios.

Frente a las fotos, el resumen del drama, es espejo: el estallido silencioso del ser humano, el estupor frente a la existencia. Sin embargo, habitar en ese estupor puede convertirse en una forma, aunque dolorosa, más humilde y más verdadera de estar en el mundo.

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